3- Yo no digo mentiras

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Leo no volvió a aparecer en clase por días. Nuestra maestra explicó que su ausencia era por "motivos familiares" pero Mila me había contado todo lo que había llegado hasta ella. Al parecer, los padres de Leo se habían divorciado hacía años y ambos vivían separados en el centro. Tenían unas semanas concretas para estar con Leo, pero la mayoría se las saltaban por trabajo y le dejaban solo, cosa que Mila no sabía. Lo que Leo desconocía hasta ahora era que su madre había denunciado en varias ocasiones a su padre por acoso e intentar agredirla, siendo ignorada en todas las ocasiones. Mila rezaba cada día por que pusieran fin a esa situación. Por mucho que que fuera su hijo, no podía permitir que agrediera ni a la que fue su nuera ni a su nieto, a pesar de que ninguno de ellos le visitara desde hacía demasiado. En más de una ocasión le quise recordar sus propias palabras, que la vida no le daría nada a cambio por ser buena, ya que no conseguiría nada por ponerse en contra del padre de Leo, pero me contuve y me limité a estar a su lado en todo lo posible. Leo le llamaba por teléfono cada día para informarle de los avances, y su cara se iluminaba cada vez que lo hacía. Supuse que habría que ser la abuela de Leo para que te haga ilusión que te dirija la palabra.

Yo, por mi parte, dejé que los días pasaran mientras me debatía internamente cómo continuar esta historia. Podía volver al lago a ver qué pasaba, o podía intentar buscar respuestas. Me lo planteé muchas veces tumbado en mi cama y observando el reloj llamado Atlas, cómo su arena caía a contraluz de la ventana. Al final llegué a la conclusión de que había arriesgado suficiente al meterme en algo desconocido yo sólo y sin pensarlo apenas. Necesitaba una mente racional, alguien en quien sabía que podía confiar y que, tal vez, sabría algo sobre lo que está pasando.

Tampoco es que tuviera mucho donde elegir.

—¿Esta tarde? No, no estoy ocupada. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

Bia parecía extrañamente consternada por mi pregunta. Comprensible, ya que nunca le había propuesto vernos fuera de clase.

"Tengo que hablarte de algo, pero mejor que no sea aquí"

Vigilé que nadie mirara hacia nosotros cuando giré la libreta para que pudiera leerme.

—¿Me vas a dejar con la intriga?

Me encogí de hombros como respuesta, y ella me dedico una mueca poco conforme.

—Qué remedio. Estaré en tu casa a las 17:00, ¿te parece?

Asentí con la cabeza, y para entonces ya entró el profesor de la siguiente materia. Por suerte, no hubo nada más a destacar durante el día hasta que llegó la hora, sin contar a Mila preguntando exageradamente interesada sobre por qué iba a pasar la tarde con Bia. Decidí dejar que se hiciera ilusiones con lo que quisiera y salir unos minutos antes de la hora acordada. Para cuando Bia llegó, yo estaba apoyado en la pared de piedra y escribiendo extensamente en mi libreta de hablar.

—Ya estoy aquí. Suéltalo. No puedo más con esta incertidumbre.

A pesar de la intensidad que deberían denotar sus palabras, su tono y expresión parecían más bien molestos. ¿Tan preocupada estaba? Pues se tendría que esperar un poco más, ya que antes de contestarle comencé a ir escalones abajo, y sólo me giré para hacerle un gesto indicando que me siguiera. Pude escuchar un fuerte resoplido antes de que sus botas negras siguieran mis huellas. Avancé hasta la rejilla del corral que sobresalía de la casa, donde estaba la puerta que un día tuvo cerradura hasta que fue reventada por Leo. Me hice a un lado una vez dentro para que Bia pudiera pasar.

—¿El corral de Mila? ¿Para qué me traes aquí?

Pasé la página de la libreta y escribí rápidamente.

"Para hablar"

Bia me miró con una ceja alzada y una sonrisa ladeada.

—Tienes un humor muy negro, Tristán.

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora