21- Espero que no pase nada malo

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Meridiem

Todo empieza hace muchísimo tiempo, aunque no sé exactamente cuánto, pero es mucho, seguro. No tenía nada mejor que hacer que algo, lo que fuera, así que lo hice. El universo. Empezó en algún punto, y cuando vi que se expandía, lo dejé estar. "Bueno, espero que no pase nada malo". Intenté crear algo más, algo que cuidar, algo que observar y decir "¡Vaya! ¡Esto está yendo a algún sitio!". Salió mal. Varias veces. También lo dejé estar, porque no me gustaba eliminar cosas, sólo crearlas. "Espero que no pase nada malo con eso tampoco". Al final, llegué a la conclusión de que eso que quería hacer debía tener parte de mí para que pudiera sostenerse. Así que escogí uno de esos sitios que yo no había planeado que existieran y observé todo lo que me rodeaba. Lo hice por accidente, así que no sabía si estar orgullosa de ese planeta. Además, todo estaba muerto, así que le di vida. Creé los espíritus de la naturaleza para que todo brillara, para que todo tuviera sentido. Tanta vida era la que rebosaban, que empezaron a aparecer otros seres, y poblaron ese planeta antes vacío. Aquello era lo que quería yo: observar algo y sentir que había sido todo gracias a mí. Sólo quería cualquier cosa que cuidar y querer. Pero vaya que se me fue de las manos.

No sé de dónde sacaron esa idea, los espíritus, la de emparejarse. Yo no les había enseñado nada de eso. Yo no les había puesto nada con lo que reproducirse, porque yo no lo tenía, y no existía. Y aun así lo hicieron. Nació algo que tenía las cosas en común de los espíritus que se unieron para que naciera, aunque se parecía más a mí que a nadie. El primer humano no estaba programado, fue un accidente. Pronto volvió a ocurrir, más espíritus se unieron. Y, ¿qué iba a hacer yo? Sólo pensar lo de siempre. "Espero, de verdad, que no pase nada malo". Pasó un largo tiempo hasta que el primer espíritu murió. Mi sorpresa fue inmensa al verle renacer como humano. Pero tenía sentido. Ese espíritu tenía sentimientos que los humanos se habían inventado, no yo. Por supuesto, no fue el último al que le ocurrió.

Cada vez había más humanos, y cada vez había más cosas suyas. Ellos no dejaban de crear. Una cosa detrás de otra, sin descanso, sin darse cuenta. Cosas que no sé hasta qué punto les beneficiaban, como los gobernadores, o eso de dividirse por algo llamado "género", o como el dinero, o las sociedades separadas, o incluso unas religiones que nada tenían que ver conmigo. Se peleaban entre ellos desde el principio, y yo no entendía nada. Mientras creaban cosas tan bellas como el lenguaje o el arte, estallaban guerras que acababan con sus vidas y con cosas que ellos mismos habían hecho. Yo no podía hacer nada más que intentar entender mientras más espíritus morían. He visto cosas terribles que han hecho los humanos, cosas inexplicables. Una vez intenté hacer algo, modificar un humano para que fuera mi aliado y mandara un mensaje de paz. Lo crucificaron. ¡Lo crucificaron! ¡Y luego hicieron una religión sobre él! Y luego mataron gente en su nombre, ¡y en el mío! Bueno, en una imagen de mí muy idealizada, pero ese no es el caso.

Por mucho que lo intentara, ya no tenía ningún poder. La tierra era cada vez más humana y menos mía, y los humanos querían que fuera más suya que de nadie. En un nuevo intento de pararlo todo, volví a modificar humanos. Muchos, en este caso. Mujeres, como a ellos les llamaban, porque los hombres tenían demasiado poder, y no me servirían, porque la gente les haría caso sin entender. Ya habían empezado a llamar "brujas" a las mujeres que sabían y hacían demasiado, y mis experimentos acabaron siendo acusadas por lo mismo. Llegaron incluso a pactar con los espíritus, a reinar en algunos lugares, a establecer su propio orden. De nada sirvió. Aunque ellas renacían, el mundo seguía igual. No sé de dónde salieron los Cazadores, tampoco. Parecía que cada día era un poco mejor con el paso de los años, pero yo no estaba segura. Nunca dejé de intentar comprender. Estudié todo lo que ellos han inventado, varias veces. Son mis hijos, al fin y al cabo, no podía abandonarlos. Y, ¿para qué?

Para terminar en una cama, sin saber qué me ocurría, pero sin ser capaz de pensar "Espero que no pase nada malo", porque sabía que era inevitable a esas alturas. Y lo peor de todo era que sabía que era mi culpa, y eso no dejaba de repetirse en mi cabeza..

La voz de las BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora