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Como todos los domingos, esta mañana me despierto para hacer mi rutina de ejercicio. El frío de la noche ya ha menguado, así que salgo a correr por el campus. Nuevamente estoy enérgica y recorro más de nueve kilómetros. Parece que el ver a Tom me inyecta de mucha adrenalina.

Antes de llegar al edificio de residencias, paso rápidamente a una cafetería que hay en el campus. No está muy surtida, pero tienen lo que necesito: un jugo verde. Aún me siento mal por haber sido grosera la tarde de ayer con Richard, así que espero poder congraciarme hoy.

Cuando llego a la entrada del edificio, vislumbro al pequeño Richard, con sus grandes gafas de fondo de botella, teniendo problemas para bajar unas macetas que colgaban en una pared.

—Buenos días Richard —saludo mientras me acerco por detrás. Richard da un sobresalto, pero se calma cuando ve que se trata de mí.

—Ah Amanda, buenos días. —Está sonriendo y no parece para nada molesto por mi actitud de ayer, al contrario, se me queda viendo por unos segundos con una mirada pícara—. Hoy está radiante señorita.

—Debe ser por el ejercicio Richard. —Claro que no. Sé exactamente que la causa de mi buen humor tiene nombre y apellido—. Tenga, le traje un jugo verde, espero que sí sea de su agrado.

—¡Me leyó la mente! —Le brillan los ojos en cuanto lo toma. Al parecer no era muy común que alguien tuviera un buen gesto con él—. Justo estaba pensando en prepárame uno. Muchas gracias Amanda.

—Un placer. ¿Puedo ayudarle? Digo, yo no soy muy alta, pero puedo subirme a una silla para alcanzar la maceta.

—Eso sería de mucha ayuda. Lo haría yo mismo, pero estas rodillas ya no me permitirían conservar el equilibrio si me subo a la silla.

Me pongo en la tarea de desenredar el cable del que cuelga la maceta, cuando Richard vuelve a hablar.

—Definitivamente algo bueno le pasó ayer, ¿verdad? —pregunta. 

—¿Por qué lo dice?

—No sé, a parte de tener una sonrisa, por cierto, muy contagiosa, está teniendo gestos muy amables para conmigo.

—Oh, si lo dice por lo mal que me porté ayer con usted, lo siento, en serio que llevaba mucha prisa y no medí mis actos.

—Descuide, lo de ayer no tuvo importancia, noté cómo iba de apresurada. Tal vez porque tenía una cita, ¿no es así? —inquiere curioso. No le contesto nada, solo me río—. ¿Tal vez con el joven que le trajo por la noche? 

Pierdo el equilibrio por un momento y casi me caigo de la silla, afortunadamente logro detenerme.

—Con que me vio —contesto con la cara roja como un tomate—. Yo no lo vi a usted por el vestíbulo a esas horas.

—No estaba en la puerta, pero sí cerca. Estos lentes con lupa no son en vano. Veo todo. Es más, le aseguro que si yo hubiera estado la noche en que trajeron su paquete, ni de broma se hubiese perdido.

—No lo dudo ni poquito Richard. Aquí tiene —le digo mientras le paso la maceta.

—Muchas gracias. Mírela a la pobre. Quién sabe cuánto tiene que no la riegan, y con este frío se va a marchitar mucho más. 

Hago una mueca de tristeza. Empiezo a dirigirme al camino de los elevadores cuando me detengo para hacerle una pregunta.

—¿Entonces vio al chico que me trajo? ¿Qué opina?

—No alcancé a ver su cara tan de cerca, pero créame que ya se ganó una buena opinión de mi parte si es que la puso tan feliz. ¿Lo conoce desde hace mucho? ¿Es su novio?

—No, nada de eso. Tenemos muy poco de conocernos. Ayer fue nuestra primera cita. Bueno técnicamente la segunda. El conocernos fue obra de la casualidad... Una coincidencia. Pero no sé, siento que ya lo conozco desde hace mucho tiempo. Me siento muy bien cerca de él... Y eso me da un poco de miedo.

—Es normal sentir miedo —dice mientras me encamina para sentarnos en un escalón de la entrada, dándole pequeños sorbos a su jugo—. Cuando uno empieza a desarrollar sentimientos por alguien, sientes nervios. No sabes qué va a pasar, no lo conoces bien y no sabes sus verdaderas intenciones. No sabes cuánto va a durar o si te van a partir el corazón. En pocas palabras, sentimos miedo a lo desconocido, y peor aún, sentimos miedo de que ya no estamos en completo control de la situación. El ritmo de nuestra vida ahora va a depender también de las acciones de alguien más. Pero no por eso debemos huir. El amor es el que nos ayuda a conjugar latidos, si no, solo tendríamos un corazón ahí bombeando sangre.

—¿Usted está casado Richard? Tiene unas palabras muy profundas —digo enternecida por las palabras que acaba de pronunciar. 

—Casado no. Pero eso sí, me he enamorado, hasta las trancas. —Se queda pensativo, mirando al horizonte. Toma un largo sorbo de su jugo y vuelve a hablar—. Mire, uno nunca va a saber qué es lo que el destino nos tiene preparado. ¿Ese chico le gusta?

—La verdad es que sí. Me gusta mucho —admito. 

—Entonces conózcalo. Explore si es la persona que sacará su mejor versión. Y una vez que lo sepa, entonces se deja llevar por la marea, mientras, use un salvavidas.

—¿Y cómo sabré si yo soy lo mejor para él?

—Ah, buena pregunta. La vida en pareja no se tiene que forzar. Se debe sentir que los dos están cómodos. Y eso se nota, en el momento en que dejas de preguntártelo. Ahí se sabe si los dos son la mejor versión de sí mismos. Se dará cuenta de que, aunque pueden vivir separados porque son seres completos, su vida es mejor estando juntos.

—Muchas gracias por sus palabras Richard. Es usted muy sabio.

—Es el jugo verde querida. Me saca lo poeta.

—Pues le voy a traer más seguido. Porque me temo que necesitaré platicar mucho con usted por estos días —suspiro—, creo que he aprendido a no confiar en mí. A creer que las cosas mágicas no me iban a ocurrir nunca. Por eso me resulta difícil ver lo que tengo en frente y por lo tanto, no quiero calcular mal las consecuencias que esto me pueda traer. El caer enamorada de este extraño, quiero decir. 

—Usted es una chica especial Amanda. Además, a menos de que tenga una maldición de la que no me ha contado, a todos nos llega la magia tarde o temprano. Eso no se le niega a nadie. Está por derecho de nacimiento, se lo prometo. Y por lo demás, deje de calcular las cosas. Si está viendo el arca de oro al final del arcoíris y al final descubre que en realidad solo era el reflejo de la luz en el agua, no pasa nada. Se busca otra arca y ya. El secreto está en no dejar que de creer.

Le doy un corto abrazo y subo a mi cuarto. Me sorprendió lo bueno y relajante que había sido platicar con él. 

Me ha ayudado a hacer mentalmente un plan de acción.

Continuaría frecuentando a Tom, sin la esperanza de llegar a ser más que amigos y dejaría que las cosas fluyeran. Sin hacerme espejismos en mi mente, pero sin dejar de estar abierta a que el cuento de hadas suceda. 

Sólo espero que mi corazón se mantenga ileso... 

CoincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora