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Después de nuestro encuentro del sábado, Tom y yo mantuvimos el contacto todos los días. Cuando le comenté que mi semana estaría cargada de exámenes y proyectos, acordamos fijar una hora en la noche para poder hablar tranquilos. 

Durante toda esa semana que siguió, todos los días esperaba con ansias las nueve de la noche. Yo le contaba de mi día y él del suyo. Platicábamos de cosas triviales y sin importancia, como el que la leche se le había terminado esa mañana y no se había podido hacer su licuado favorito de fresas. O por ejemplo cuando le conté que al ir en mi bicicleta, pasé por un jardín descuidado y me atacaron miles de mosquitos que ahí se anidaban.

Pasábamos al menos una hora escribiéndonos mensajes de texto, principalmente porque decía que su habitación era muy pequeña y no tenía privacidad alguna con su compañero de cuarto para hacer una llamada. Pero yo lo agradecía enormemente, no me gustaba para nada cómo sonaba mi voz a través de una bocina.

Me sentía muy bien cuando hablaba con él, era como si al fin tuviera alguien que me estuviera escuchando y me comprendiera. Y lo mejor de todo, sentía que a él también le hacía bien hablar conmigo. 

Con Martha podía platicar muy bien, pero sin llegar al punto en el que dijera algo fuera de su agrado y empezara a criticarme.  Darla era una buena amiga, también me escuchaba, pero pocas veces pasábamos tiempo de calidad. Ella estudiaba una carrera especializada en las ciencias bilógicas y gran parte de su tiempo libre lo dedicaba a dormir. Bueno excepto estos últimos días, que llegaba muy tarde a casa porque se la vivía paseando con su nuevo novio Gus. Me sorprendió lo rápido que entablaron una relación. Al parecer ya se conocían de antes, o al menos se habían visto en los pasillos, pero haber trabajado juntos el pasado sábado en la librería, termino flechándolos por completo.

En fin, normalmente me refugiaba en mis lecturas y en mi trabajo, pero ahora tenia un motivo especial para entusiasmarme por la llegada de la noche. Le quería contar todo a Tom, como nunca, sentía unas ganas inmensas por abrir mi mente. Incluso un día tuve un sueño muy extraño y para que no se me olvidara, anoté todos los detalles para podérselo contar, sin importarme que el contarle un sueño expusiera lo que traía dentro de mi subconsciente. 

Él siempre se mostraba interesado por mí y preguntaba más detalles, era lindo pensar que a alguien le podía atraer tanto mi vida simple y cotidiana. Yo también quería que él se abriera conmigo, quería conocerlo completamente, saber sus pasatiempos, sus manías, sus miedos, lo que lo hacia feliz, todo.

Cada que bajaba al vestíbulo durante esos días, cuando me encontraba con Richard, iba casi brincando a saludarlo y abrazarlo. En poco tiempo se había convertido en un buen amigo y confidente, incluso ya nos tuteábamos. Él se refería a Tom como el chico del jugo verde, ya que, según Richard, el haber salido con Tom me había impulsado a llevarle el jugo.

—¡Dale las gracias de mi parte al chico jugo verde! —Siempre me decía—. No sabe como le agradezco por esa sonrisa que pone en tu rostro. Iluminas el lugar.

También me decía que con tantos atributos que le contaba de Tom ya no tardaría en enamorarse también de él.

El viernes por la noche, estoy ya demasiado cansada de todo lo que esta semana había exprimido de mi. Me recuesto en mi cama y empiezo a buscar un álbum de The Lumineers. Le había dicho a Tom que los conocía, pero que sólo había escuchado una o dos de sus canciones. Él no lo pudo creer, al parecer era de sus bandas favoritas de los años recientes, así que me recomendó mucho que escuchara "Ophelia". 

En cuanto la pongo, ya siento que me gusta. Una de las cosas que más entusiasman de haber conocido a Tom, era que la música nunca me iba a faltar. «Oh, Ophelia, you've on my mind girl since the flood. Oh, Ophelia, heaven help a fool who fall in love». 

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