Rojo

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Cuando Le Brown despertó en esa cama vacía ya era tarde, la luz naranja del crepúsculo bañaba la habitación, la cama aun olía a Derek y podía sentir su calor impregnando en las sabanas, no quería moverse, no podía encontrar la fuerza para hacerlo.

- Es tarde, deberíamos bajar a cenar.

Le Brown quería decirle que le gustaría quedarse allí para siempre, pero no podía, no podía decirlo y no podía quedarse.

- La fiesta terminó y los chicos nos esperan para comer el pastel que preparaste.

El aliento tibio de Derek le acariciaba la oreja y le hacía erizar la piel, un beso ligero fue depositado en su hombro, otro más en su barbilla y por último en sus labios, Dios estaba seguro que esto era un sueño.

Se sentía satisfecho, saciado y completo.

Cuando abrió los ojos la figura difusa de Derek abandonaba la habitación, le tomó un momento recordar donde estaba, los grandes ventanales, los muebles elegantes y las sabanas de seda, le parecían tan extrañas como familiares.

Estaba en la mansión de Derek, en la recamara que compartía con su esposa y en la cama que le hacia el amor a esa mujer que sin saberlo era protagonista de sus pesadillas.

Que satisfecho se sentía, saber que ahora su sudor y su esencia machaban el lecho que compartía con el hombre que ella amaba.

La habitación estaba decorada con flore frescas, lilas y rosas en grandes jarrones distribuidos por todo el lugar, no veía por ningún lado fotografías, el balcón de esa recamara daba directo al jardín trasero, desde donde podía ver la piscina ahora vacía, la luz del crepúsculo bañaba lo arboles y todo se veía dorado y brillante.

Se tomó su tiempo para bañarse, el agua en ese baño de mármol estaba fresca y limpiaba mucho más que el sudor en que la pasión le cubrió, aun podía sentir las manos de ese hombre en su cuerpo y en su entrada el dolor de la innegable entrega, todo en ese lugar olía a lilas y rosas, al principio de forma suave, después sofocante, salió del baño y seco el cuerpo con una toalla mullida y blanca.

Le parecía ver por el espejo a una mujer en la habitación, pensó que sería alguna de las sirvientes que venía a limpiar la cama, aunque no recordaba ninguna tan joven, cuando salió a su encuentro la mujer ya no estaba a la vista.

En esa enorme habitación que no le pertenecía se sentía otro, uno que podía disfrutar de caricias tiernas y cuidados dulces, que podía saborear los labios de su amante con ternura.

Se vistió con las ropas que Derek dejó para él, una camisa de gasa blanca y unos pantalones de lino, se sentía muy ligero, no encontró zapatos y vagó descalzo por esa casa, no recordaba cómo llegó a esa habitación, los pasillos parecían interminables, jarrones de flores por doquier y cuadros de pinturas regados por aquí y por allá, se sentía de nuevo perdido en ese museo y de pronto recordó esa pintura, un sueño que él no podía alcanzar, podía oler el café y la lluvia y el aire comenzó a faltarle de nuevo, todo estaba a oscuras y un sentimiento de terror se apodero de él.

Sentía miedo, sus músculos se entumecían y los dedos de su mano se crispaban de terror, del suelo el frio subió a su pecho, quería gritar y salir corriendo, pero no encontraba su voz.

Corrió por los pasillos sin rumbo, no quería estar allí, quería salir corriendo de ese lugar, que Derek lo llevara a casa, de nuevo a su casa, a donde se sentía seguro, donde ella no existía y él podía ser... ¿qué era él?

Le pareció ver la silueta de un vestido doblar una esquina y la recordó, el vestido blanco con pequeñas flores violetas que usaba en esa fotografía, pero eran años, no podía verse igual, tenía que ser alguien más, el terror le hacía ver cosas, el corrió en sentido contrario, pero le parecía verla en cada rincón asechándolo.

LA VIE DE COULEURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora