Índigo

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El lavacoches le llamó para decirle que llevó al joven a su casa, también le dijo que estaba herido, que atendió los cortes y llamó a un doctor.

Derek le dio las gracias, no quería lidiar con ello ahora, esa estúpida mujer le atosigaba a preguntas y ya estaba harto de ella, faltaban seis meses para que el acuerdo de su matrimonio terminara, tendría que ser paciente.

Fue un error de calculo el casarse con ella, el esperaba expiar un poco de su culpa al dejarla en casa al cuidado de su hijo, no pensó en que esta le despreciara tanto como él lo hacía.

Tal vez fue también por que dejaran de fastidiarlo, todos le decían que era tiempo de buscar otra esposa, que estaba solo y necesitaba alguien que lo comprendiera, pero ¿en verdad estaba solo?

No, no quería pensar en Le Brown y en Kobe, ellos no eran su familia, le pertenecían de una forma non grata, eran posesiones, no familia.

Kobe se quedaría a dormir, la tormenta estaba empeorando y era un largo camino por recorrer.

Por esa noche no quería saber de nada, estaba cansado de todo.

Cansado de su vida y el papel que le tocó interpretar, pensó hace tiempo que era muy afortunado, tenía todo lo que un hombre podía desear, una bella esposa, un hermoso hijo y una fortuna envidiable, por todo eso estúpidamente se sintió poderoso e invencible. Ahora, ahora no sabía ni quien era en verdad, de esa vida que tenía ya perdió casi todo, el dinero y el éxito ahora lo ahogan y lo encadenan a un a imagen perfecta que no puede derrumbar.

Esperaba escapar de eso hoy, esperaba por un día deshacerse de ese hombre perfecto y disfrutar de la libertad que esos brazos jóvenes le proporcionaban, se suponía que para eso estaba Le Brown, para sacarlo de la realidad, para encerrarse entre sus piernas y dejar el mundo atrás, derrumbarse en un abismo de abandono y placer.

Comenzó como un gran día, su hijo y los muchachos en casa disfrutando de la tarde y luego, Le Brown en su cama.

Tomar su cuerpo como tantas ganas tenia de hacerlo, si mascaras ni presunción, simplemente disfrutar de su calor, dejarse envolver por tibieza de su corazón, le gustaba mirar en esos ojos y ver aun la inocencia de ese niño hace años, lo buscaba en sus sueños, quería regresar a ese momento en el que ese niño lo veía como un Dios, como el caballero perfecto que llegaba a salvarlo de peligro.

Nunca lo fue, el fue el peligro, pero esos ojos de niño lo sabían entonces.

Se iluminaban al verlo con un fulgor que a veces le quemaba.

Lo deseaba, y deseaba que se quedaran a pasar la noche y despertar con él en su cama, el lugar donde hace tiempo lo esperaba.

Pero se sentía tan hipócrita, no lo aceptaría nunca a nadie, si alguien se atreviera a referirse a la situación lo negaría, escupiría en el suelo, jamás aceptaría que deseaba a ese chico en su lecho, que este despertar fue el primero en el que se sintió libre de ese peso que llevaba cargando por años.

Y que era por él, por ese muchacho que ahora yacía en una cama fría herido y solo.

Jamás aceptaría que lo necesitaba, que algo extraño le quemaba en las entrañas al no tenerlo cerca, que cada vez era más difícil sobre llevar la ira y el dolor que le atenazaba por dentro.

Que era una bestia herida.

Esa tarde en sus brazos se sintió libre, ligero y por un momento el hombre que alguna vez fue, capaz de amar de nuevo, capaz de romper las cadenas que lo aferraban a una vida fría y falsa, en la que no tenía a nadie, en la que nadie podía ver más allá de sus millones y poder.

LA VIE DE COULEURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora