Rojo

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La arrogancia de Le Brown le costaría caro, pero él no lo sabía, él caminaba por las calles silbando al viento, disfrutando del calor del verano de sus quince años, ya era un chico alto para su edad, recibía números de teléfono que no guardaba e incluso cartas de amor de alguna chica atrevida en la que le invitaban a pasar la tarde en la tibieza de sus muslos firmes y púberes, Le Brown se regodeaba de orgullo al leerlas, después las desechaba pues temía que su amante pudiera encontrarlas por error.

Algunas veces en esas tardes que compartían, Derek le preguntaba por sus estudios e incluso revisaba sus cuadernos de vez en cuando, siempre le decía que tenía que ser un muy buen estudiante para así poder asistir a la universidad y salir de ese barrio de mala muerte, incluso lo encontró revisando su teléfono una tarde después de yacer juntos, y cuando encontró imagines de Laura Harrier le pregunto con una sonrisa de desprecio.

- ¿Este tipo de chica te gusta?

- Es solo para mi clase de arte, debo dibujar una mujer hermosa.

Eso fue a peor, la sonrisa de Derek se ensanchó con malicia.

- ¿Entonces es hermosa?

- Supongo.

- ¿Supones? Ven aquí creo que no te e jodido lo suficiente.

Esa noche Le Brown se permitió soñar con que esa mirada en los ojos de Derek eran celos.

Se permitió soñar con que ese hombre le pertenecía de algún modo, que albergaba sentimientos por él, si no por qué se preocupaba tanto por sus estudios y por verlo salir de ese barrio marginal.

Tal vez fueran las palabras de Derek en las que despreciaba a todo el mundo alrededor de Le Brown que lo hacían pensar que él era mejor que los que lo rodeaban o era simplemente ese orgullo adolescente que nos llena de arrogancia jovial, pensando que somos el centro del mundo y nos hace creernos especiales, el caso es que Le Brown llegó a creerse todo lo que Derek decía de los demás y de él mismo, olvidó su lugar en este mundo.

Olvidó que para Derek, él simplemente era una mascota, un chico al que pagaba por unas tardes de sexo, olvidó que su cuerpo no era suyo y que tenía un dueño al que no le gustaba compartir, un dueño posesivo y primitivo.

La ocasión se presentó en el cuerpo de una adolescente bellísima, una mujer niña envuelta en un vestido lavanda que lo miraba tímidamente por debajo de las pestañas en las clases de verano, ella no era de esa escuela, ni siquiera del barrio, era la hija del profesor de educación física que estaba cubriendo al entrenador sólo por el verano entrenando al equipo de futbol, esa chica se iría con el otoño y todo quedaría como una aventura, una experiencia.

Eso se decía a si mismo mientras entraban al cine a ver una película cursi, mientras le tomaba de la mano y besaba esos delicados labios.

Todo era demasiado torpe, el cuerpo de ella demasiado blando y frágil, sus escasas curvas no eran nada comparadas con los fuertes brazos a los que estaba acostumbrando, aun así el deseo estaba allí, ese deseo de probarse a sí mismo su hombría, saberse capaz de tomar un cuerpo frágil, delicado y hacerlo suyo, es la necesidad de someter que llevamos arraigada, eso fue lo que lo hizo acompañarla a casa esa noche, tomados de las manos por calles vacías, envueltos en una nube de candidez.

La tarde era muy calurosa, el sudor mojaba sus cuerpos y la brisa les hacía estremecerse al secar su humedad, el deseo y la expectativa nublaba su visión y pensamiento.

Se adentraron en un callejón vacío, sería un buen lugar como cualquier otro, no podía llevarla a su casa, claro que no, su madre podría estar allí y él se avergonzaría de ella.

LA VIE DE COULEURDonde viven las historias. Descúbrelo ahora