UN AMOR UNA AMISTAD Y MI RIVAL 8

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CAPÍTULO 8.

Pocos minutos después el grupo militar había soltado todo su cargamento sobre Tokio.

—Misión cumplida —gritó Terry alzando sus brazos.

—Vámonos de aquí ya —pronunció Albert con urgencia.

—En eso estoy muchacho —dijo Gary desde el avión uno concentrado. De pronto algo les alertó. Unos sonidos metálicos en la parte trasera.

—Nos están disparando —comentó Terry enfocándose por el mirador hacia el final del avión y poniendo oído para identificar bien el sonido.

—Deben de ser baterías antiaéreas. No aparecen en el radar --comento Albert

-- Nos disparan desde tierra-- hablo Charlie.

--No os preocupéis, os voy a sacar de este condenado país en un periquete. Puede que nos estrellemos, pero no será en Japón. -- Aseguró Gary.

Terry aspiró fuerte intentando controlar sus nervios. Ahora venía lo difícil, intentar llegar a la base aérea de China con poco combustible. Al momento el avión viró repentinamente a la derecha y luego a la izquierda esquivando unas montañas. —¿Pero qué haces? —gritó Albert desde su avión con los nervios

—Me están disparando —y tuvo razón porque el repiqueteo en la cola del bombardero cesó. Charlie observó a Gary, esta vez con la mirada realmente preocupada.

—¿Crees que conseguiremos llegar a la base de China? Gary tragó saliva y suspiró.

—No lo creo. Pero lo más importante es cruzar el Pacífico. Una vez entremos en China…

—Parte de China está invadida —le recordó Terry desde el radio transmisor—. Depende dónde aterricemos será lo mismo que detener el avión en medio de Tokio.

—Lo sé, pero primero hay que cruzar el charco y llegar. Después ya nos preocuparemos por lo otro.

Lo primero que hicieron nada más divisar tierra fue dar un gritó de alegría. Las enormes montañas de China aparecieron en el horizonte. La distancia no parecía reducirse. Pasaban los minutos. Y solo montañas estaban.

Sobrevolaron tierra. Y pudieron respirar algo más tranquilos, aun así sabían que muchas tropas del Eje, incluso de Japón, se encontraban en aquella zona.

Su alegría no duró. Unos minutos después fueron conscientes de que lo único que había en aquella zona eran también montañas.

—Busca un descampado para aterrizar —gritó Albert con urgencia.

—¿Qué crees que hago? —le devolvió el grito Terry—. Joder, podría aterrizarlo incluso en ciento cincuenta metros —gritó desesperado al no encontrar llanura ninguna. Gracias a la formación que habían recibido desde que se habían traslado a Pearl Harbor para preparar el ataque, habían aprendido a aterrizar el bombardero en superficies muy pequeñas, tales como la plataforma de un portaaviones. Terry cogió rápidamente un mapa intentando situarse y miró los instrumentos de mando localizando la zona que sobrevolaban en el mapa. Pasó el dedo por el pequeño territorio que aparecía dibujado y finalmente resopló alterado.

—La base donde deberíamos aterrizar se encuentra a unas treinta y cinco millas —comentó.

—No llegamos -- comento Albert-- Dudo que podamos volar diez millas más. Busca un descampado o algo.

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