UN AMOR UNA AMISTAD Y MI RIVAL 16

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CAPÍTULO 16.

Habían llegado a la carretera número dos. Lo habían hecho a paso lento, internos entre los árboles que la rodeaban, los mismos que les servían como refugio. El primero que encabezaba aquella división era el oficial al mando, el cual detenía la marcha cada dos por tres alzando su brazo. Todos se detenían atentamente. El agua les había lavado la cara y ahora no podían camuflar con más libertad literalmente, entre los arboles. Al menos, de momento, no se habían encontrado con ningún alemán y no habían tenido que entrar a combatir, aunque todos sabían que tarde o temprano lo harían. Terry Albert o Charlie no dudarían en apretar el gatillo si se encontraba con alguno de los Nazi. No sentirían remordimientos, no sentirían pena. Y no creían poder sentir nada, simplemente sentían la pérdida de grandes amigos.

Terry miró al frente. Habían llegado. El edificio era bastante grande, necesitaban ubicar los cuatro cañones para hacerse con ellos. En un determinado momento el teniente levanto la mano.

Candy sabía que debía hacerle más curaciones, pero no había tiempo. Cada segundo que pasaba, allí con el soldado aumentaba el peligro que corrían. Era asombroso que aquel militar no hubiera sido descubierto todavía. Sin duda, irse era la opción más inteligente. Bajaron la calle a buen paso. Durante todo el camino de regreso a su apartamento, el corazón le latió con fuerza y se arrepintió varias veces de su decisión. Pero ya no podía hacer nada al respecto. No miró atrás, el soldado y Patricia, la seguían a una corta distancia. De tan asustada como estaba se sentía mareada y le dolía la cabeza.

Metió la llave en la primera cerradura, giró el pomo, y espero a que el piloto entrara. que fue unos veinte segundos después.

-Sígame. Sin hacer ruido, camine sobre las puntas de los pies- le pidió Candy.

-De puntillas -susurró el aviador-, se dice De puntillas señorita- repitió.

Candy apretó los labios. Maldito fuese... y lo peor es que tenía razón. Desde que había llegado a su apartamento tenía la mente hecha nudillos. Prefirió no responder, aunque la sonrisa que pudo ver de reojo, le dio a entender que se reprimía la respuesta porque sería afirmativa. Lo condujo hacia el interior de su apartamento y allí terminó de hacer las curaciones. Por fortuna el soldado sólo necesito unos cuantos puntos de sutura en el hombro izquierdo donde la bala le pasó rozando.

Candy le dió alimento, le permitió darse un baño, y lo dejó descansar.

Al menos en las dos últimas horas de silencio había podido descansar un poco también.

Un soldado alemán salía tranquilamente de la trinchera, con una taza humeante entre sus manos, podía divisarse ya el amanecer. Terry miró su reloj; eran las cinco con treinta, aún de la madrugada. Lo ocurrido en el aterrizaje y lo lento de la caminata los había retrasado. Terry se resguardó tras los setos, tratando con todo para no ser vistos. Al momento escucharon las voces de varios alemanes. Terry giró su rostro hacia Albert que se encontraba tirado junto a él. No entendían nada de lo que estaban diciendo, pero parecía que algo les divertía porque hasta ellos les llegaron las risas de aquellos soldados dentro de la trinchera. Aquello le hizo hervir la sangre a Terry. De pronto el teniente dio la orden de atacar con dos movimientos de mano.

Terry y Albert se pusieron en pie sin pensarlo más. Saltaron sujetando cada uno un fusil con ambas manos, y con mucha rapidez corrían hacia la trinchera, tal y como lo habían estado practicando en las horas de entrenamiento los últimos meses. Aquella carrera fue la más difícil para Terry, eran pocos metros, pero se le hicieron eternos. Sabía que a su espalda los compañeros de la división los estaban protegiendo, pero era él el que corría hacia esa trinchera y realmente no sabía cuántos nazis podría haber en su interior. Finalmente llegó hasta ella y observó cómo tres nazis permanecían sentados sobre unos banquillos. Los tres giraron su rostro hacia él totalmente descolocados y sorprendidos. Uno de ellos dejó caer su taza de café mientras gritaba y movía su brazo hacia el rifle que tenía apoyado contra la pared. No esperó más. Terry apretó el gatillo por primera vez y aquel hombre salió despedido hacia atrás con un grito. Escuchó otro disparo, otro alemán cayó al suelo. Albert estaba situado a su lado, ni siquiera había reparado en su presencia hasta ese momento. Movió el rifle hasta el tercero y disparó sin pensarlo, sin dar lugar a que la misericordia pudiese apoderarse de su mente.

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