UN AMOR UNA AMISTAD Y MI RIVAL 13.

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CAPÍTULO 13.

Aquel camino se le estaba haciendo muy largo a Terry. ¡Por Dios! Nuevamente estaban bombardeando Londres. Terry y Albert saltaron por encima de un bache levantándose  del asiento y volvieron a caer casi en  el mismo lugar  del jeep de tierra. Ya voy amor. Dijo a Candy mentalmente. Apretó el volante con tanta intensidad que notó sus nudillos blancos como el papel, incluso haciendo crujir el cuero del volante bajo sus largos dedos. Aceleró más el jeep haciéndolo balancear de un lado a otro compulsivamente por el camino inestable, sin asfaltar.

—¡Listos! —gritó Albert con dos fusiles explosivos en sus manos y colocándolos entre sus piernas, preparados para ser usados.

El jeep se desvío y estuvieron a centímetros de chocar con un grande abeto al salirse del camino, adentrándose unos metros en el bosque. Terry hizo girar el jeep bruscamente tanto que medio cuerpo de su acompañante salió del auto. Albert estuvo a punto de soltar una maldición pero en ese momento escucharon el motor de un bombarderos volando encima de sus cabezas. Terry levanto la mirada hacia el cielo intentando no perder de vista la carretera. Metros por encima de él podía ver la silueta de uno de los bombarderos dirigiéndose a el centro.

Eran casi las cuatro de la tarde, la hora más calurosa del día, cuando un batallón de soldados franceses caminaban uno junto a uno arrastrando los fusiles, de forma elegante.

En el barrio londinense se cerraron puertas y ventanas. La gente corría tan deprisa, qué unos tiraban a otros. El panorama era desgarrador en el completo caos.

En el hospital, Doctores y enfermeras corrían de un lado para otro también, no se daban abasto con los heridos que llegaban, Candy estaba desesperada y las manos le temblaban, mientras trataba de calmarse. Sin embargo, por su mente pasaba Terry, y Albert, orando, para que estuvieran bien, y rogándole con todas sus fuerzas a Dios para que no fueran a estar entre los heridos o muertos, que no dejaban de llegar.

—Hijos de puta — gritó Terry a los bombarderos. Al momento otro bache les hizo saltar, levantando una nube de polvo. Entonces Albert agarró uno de los fusiles y lo colocó en su hombro, asegurándose medio de rodillas en el asiento y apuntó hacia el bombardero. Disparó un par de veces, pero Falló en los tiros, Maldijo por lo bajo.

En otras circunstancias Albert le hubiera dicho alguna maldición por la manera en que su amigo conducía, pero ahora no se quejaba, no decía nada en absoluto. Se limitaba a sujetarse cuando se acercaban a una curva. Miró hacia Terry. Tenía la mandíbula apretada, y todos sus músculos en tensión.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Albert por encima del movimiento rudo en la tierra y el ruido de los bombarderos en el cielo.

—Se ha abierto un centro hospitalario para los nuevos reclutas, en el centro de Londres, y Candy esta allí.

--¡Joder! —gritó —. Albert no sabía que se había abierto un centro de salud, se pasó una mano por la frente agobiado, comprendiendo el dolor y el miedo que estaba sufriendo su amigo. Candy era su amiga, habían crecido juntos los tres, No podía ni imaginar lo que sería si Candy muriese allí. Las manos le comenzaron a temblar, la adrenalina le llegó a bilirrubina, se formó una capa de sudor en su cuerpo.

—Tranquilo, estará bien. -- intento calmar a Terry a pesar de que estaba igual.-- Ella tiene que estar bien, pensó.

En aquel atardecer sofocante y el camino rural embarrado y lleno de baches en una espesa niebla de humo. La tierra le pegaba en la cara y le impedía ver con claridad, los sonidos se amplificaban; el grito de un faisán se mezclaba con el sonido a succión que hacían los neumáticos en el barro, con el zumbido constante y cercano de los aviones y con el del ganado mugiendo en un prado. Terry enfocaba presión en la vista en el camino, acelerando cada vez más.

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