Capítulo 9

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Ulrik maldijo por enésima vez a esos estúpidos criajos y a los que les permitieron hacer descenso de barrancos desde la cama de hospital. Hacía poco había despertado después de que le cosieran como si se tratara de unos calcetines y le vendaran el brazo desde la mano izquierda hasta el hombro, lo había visto, luego se les ocurrió que bien podría dormirse. ¡Cabrones! Como si no hubiera sido suficiente con esos imbéciles. Además la lluvia prevista para ese día se había adelantado y les había pillado a medio descenso lo que había dado problemas con los que esos críos inexpertos que sólo iban con ganas de juerga no habían podido lidiar, es más, habían dado más problemas al resto. Así uno le había caído casi encima y por evitarse el golpe de la cabeza contra la piedra había parado con la mano y la suerte quiso que hubiera una piedra punzante que le había atravesado la mano, el idiota de turno se había ocupado de empujarle para que la piedra rajara su brazo en ascenso hasta la mitad del bíceps. Para colmo, uno del grupito se había desmayado con la sangre, había sido un regreso duro y una espera larga hasta que había llegado el equipo de salvamento.

Bufó una vez más maldiciendo una letanía por lo bajo, la puerta de la habitación se abrió y se sorprendió al ver que no era Liesl para echarle otra bronca —maldito fuera Klaus por avisarla—, sino Ilia.

—Ulrik —dijo ella apresurándose para llegar a su lado y abrazarlo al verlo despierto—. ¿Estás bien? Qué susto me has dado... ¿Cómo se te ocurre salir sabiendo que iba a llover? —lo reprendió aunque más por preocupación que por enfado.

—La lluvia se adelantó y de todas formas no es por eso que me rajé el brazo —se defendió en un primer momento. Sabía lo que hacía con el descenso de cañones, los riesgos y no había acabado así por no tenerlo en cuenta, por lo que le jodía que lo acusara de ello. Se calmó un poco y suspiró en su abrazo—. ¿Cómo te has ente...? Liesl —se contestó a su pregunta a medio hacer—. Estoy bien. Siento haberte preocupado —se disculpó acariciando su espalda con el brazo sano—. Seguro que la desesperada de la vida exageró.

—No importa, me alegra que estés bien. No quería reñirte —se disculpó a su vez ella separándose para besarlo—. Liesl dijo que habías acabado en el hospital por tu insensatez, y que poco más y te quedas en el sitio.

—Exageró, sólo es un corte. —La tranquilizó y decidió explicarle lo ocurrido para que lo creyera ya que el vendaje y el cabestrillo era un poco escandaloso—. Así que no fue por mi insensatez ni por poco me quedé en el sitio —concluyó, aunque se había abstenido de decir la preocupante cantidad de sangre que había perdido mientras esperaban.

Ilia acarició su rostro mirando el vendaje y asintió decidiendo que no tenía sentido que le mintiera.

—¿Cuánto tiempo tardará en curarse? No te harán trabajar, ¿verdad?

—Entre diez días y dos semanas —contestó relajándose cada vez más en sus manos—. Y lógicamente no voy a poder hacer fotos en condiciones con una mano, pero aún tendré que trabajar desde casa.

—Bien... entonces cuando te den el alta iremos a coger lo que necesitas a tu casa. Te quedas conmigo —sentenció segura de su decisión.

Ulrik abrió y cerró la boca sorprendido.

—N-no... no hace falta, sólo es un corte y soy diestro, puedo apañármelas, además tú tienes un chorro de trabajo, sólo sería un incordio.

—Tonterías. Así no puedes casi ni hacer un huevo frito. Además esta semana la tengo más tranquila y tú nunca molestas —aseguró.

—Sí puedo, es sólo hacer así —protestó mientras con la mano derecha hacía como si cascara un huevo, moviera la sartén y lo sacara a un plato.

Mi rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora