Capítulo 4

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El despertador sonó, estiró el brazo y lo apagó. Se arrebujó bajo las mantas sin ánimo de levantarse. El día anterior no había querido salir por una vez, pero Klaus se había personado en su casa y lo había arrastrado a esa fiesta alemana de la cerveza. Hacía unas horas había despertado en la cama de un par de tíos desconocidos que por cómo dormían abrazados parecían pareja y con un importante dolor de culo, y había maldecido al sentirlo pringoso. Había salido de allí, había dado un largo paseo en la fría madrugada, había tardado en saber dónde cojones estaba y milagrosamente había encontrado su moto, después había conducido imprudentemente hasta casa, se había dado una necesitada ducha y aún húmedo se había metido en la cama esperando que la resaca disminuyera mientras dormía.

Su error había sido olvidar que ese día había acordado ir por la mañana, solía preferir ir a trabajar por la mañana, no muy temprano, sobre las 10 o las 11. El despertador decía que eran las diez y media, tenía que estar haciendo fotos a las once. Con un quejido de molestia apartó las mantas, el frío le hizo estremecerse y lo despejó un poco. Se sentó, se sujetó la cabeza y de ese modo caminó descalzo hasta el baño, sus pies no agradecieron sentir las baldosas de esa estancia. No se miró al espejo hasta que cogió el peine para acomodar el remolino de su coronilla y domar un poco otros mechones de pelo que se alzaban. Vio las marcas de manos en sus caderas, en su hombro izquierdo y en sus muñecas como si lo hubieran sujetado, los chupetones en el pecho, cuello y abdomen. Se giró y vio que su espalda también estaba adornada, incluso había marcas en sus piernas. Suspiró y apretó el puente de su nariz, definitivamente no quería que la laguna mental del alcohol se aclarara.

Salió del baño, se puso un bóxer negro, unos vaqueros gastados, calcetines calentitos y zapatillas mientras se decidía por la parte superior, finalmente se resignó a ese día ponerse una camiseta de cuello alto aunque no le hacían mucha gracia y en el estudio hacía calor para que los modelos no se enfriaran estando en ropa interior. Se tomó un café cargado junto con un ibuprofeno, zumo de naranja y unas cuantas piezas de fruta más, su estómago se negaría a aceptar dos tostadas y un trozo de bizcocho como acostumbraba desayunar. Se lavó los dientes, tomó nota de darse una pasada a la barba al día siguiente, cogió su chupa, la cámara, el casco, las llaves y en siete minutos más estaba en el trabajo, justo a tiempo.

Dejó sus cosas en el pequeño despacho que tenía asignado. Revisó lo que estaba planeado para la sesión de ese día en el ordenador de la empresa, fue al estudio y comenzó a hacer las preparaciones mientras los modelos llegaban y los saludaba alegremente como siempre pese al dolor en su lóbulo frontal que no parecía querer desaparecer.

La sesión transcurrió amena y divertida, aun así esa vez se le hizo un poco larga y eso que no tenía que esforzarse para que obedecieran y se pusieran como precisaba como había pasado con Ilia u otras celebridades que no eran ni habían sido modelos profesionales.

Regresó a su casa, rechazando la oferta de ir a comer con los modelos, al abrir la nevera maldijo al observar que tenía telarañas. Resignado, fue a hacer una compra grande, aunque el mercado estaba cerrado a esa hora y no le gustaba comprar alimentos frescos en el supermercado, siempre demasiado empaquetados.

Hirvió unas verduras, les echó un poco de tomate casero para que pasaran mejor, y frio unos filetes, ya se le había abierto el estómago y tampoco tenía ánimo para hacer algo más elaborado.

Se quedó dormido después de comer, aunque no acostumbraba a echarse la siesta y su móvil sonó en la mejor parte del sueño. Cuando vio que era Klaus quiso estamparlo contra la pared, pero se contuvo. Le colgó tres veces antes de resignarse a contestar sólo para escucharlo proponer ir a otra fiesta, él lo mandó al cuerno.

Perdido el sueño, se levantó del sofá, encendió el ordenador y se puso a trabajar en las fotos que tenía pendientes. Se le fue la tarde con bastante rapidez hasta que su madre lo llamó para desahogarse, su hermano Erik la había vuelto a liar y lo habían expulsado una semana del instituto por ser la tercera vez que lo pillaban fumando en los baños. Ulrik no podía creer lo estúpido que podía llegar a ser el chaval, a su edad él había fumado no sólo tabaco en esos baños y siempre había salido impune, al igual que sus amigos, en su opinión había que ser muy imbécil para que te pillaran, los profesores casi no habían cambiado en los nueve años que habían pasado desde que se graduó.

Mi rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora