Ulrik gritaba disfrutando tanto de los azotes del flogger que estaba utilizando Ilia como cuatro años atrás cuando empezaron. Estaba atado a un potro en la mazmorra del Club, un dildo se movía en su interior junto con la pequeña campanita que colgaba de él. Había ido al Club con él puesto junto con el collar que siempre llevaba allí, el suspensorio de cuero cuya cremallera frontal ahora tenía bajada y unos zapatos de tacón, cuando no iba con el pantalón de cuero ambos estaban de acuerdo en que llevar sólo zapatos de hombre quedaba horrible. Se sintió cerca del borde y con unos azotes más se corrió en el condón con la expresa orden de Ilia.
Ilia lo soltó del potro y lo besó, él correspondió con anhelo y ternura. Había vuelto tres días atrás de hacer un reportaje de fotografía paisajística en los fiordos noruegos y aún sentía que necesitaba subsanar su ausencia. Siempre le pasaba desde que tres años atrás había adquirido la confianza necesaria en sí mismo por luchar como fuera por trabajar en lo que de verdad le gustaba y había empezado a viajar con cada trabajo, pero desde que cinco meses atrás su esposa le había dicho que iba a ser padre la separación se le hacía más dura; no podía evitar preocuparse por ella a cada segundo y querer estar cuidándola.
Ilia sonrió dulcemente en el beso, acarició su pelo con una mano y con la otra cogió una de su esposo y la llevó a su ligeramente hinchado vientre que quedaba al descubierto gracias a ese sujetador de cuero negro.
—Me alegra que hayas vuelto, pero estamos bien —susurró sin separarse demasiado de él.
Desde que Clady y Liesl se habían enterado de su embarazo no la habían dejado ni un segundo sola, estaban demasiado emocionadas y Liesl le había obligado a no aceptar ningún trabajo más a parte de la película que estaba terminando de grabar, la segunda parte de aquella que le dio un Oscar a la mejor actriz de reparto en una película de habla no inglesa, donde ella era la protagonista, aunque eso no quería decir que fuera la buena.
—Lo sé, cuando tú te cansas, Liesl me informa —confesó casi en un susurro.
—Creo que está haciendo un diario sobre mi embarazo —comentó ella. Agradecía la preocupación de todos, pero a veces con las hormonas los mandaba a freír espárragos rápidamente, a todos menos a su suegra que la llamaba todos los días.
—Lo sé. ¿Tienes sed? Deberíamos ir a que te sientes —aconsejó.
—Ulrik... estoy bien, de verdad —aseguró besándolo—. Voy a ponerte la crema, recogemos esto y te prometo que vamos a sentarnos —añadió. Como sabía que le replicaría, fue sin esperar respuesta a por la crema y empezó a extenderla por las nalgas enrojecidas de él.
Ulrik suspiró resignado dejándose hacer. Cuando ella terminó se apresuró a recoger para hacer más que ella y que pudiera ir a descansar antes. Con todo recogido, llegó junto a ella, le sonrió triunfal, dejó un beso en su mejilla y bajó la mirada.
—No tienes remedio —comentó Ilia abriendo la puerta de la mazmorra y caminó alegremente hacia donde estaban los sillones más cómodos.
ESTÁS LEYENDO
Mi rebelde sin causa
Storie d'amoreCuando el fotógrafo Ulrik Rybner hizo una sesión de fotos con la famosa actriz Ilia Petrova no esperó que ella fuera lo que desde hacía tiempo había estado buscando, mucho menos que la joven lo arrastrara a un mundo que nunca antes se planteó conoce...