Capítulo 25

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—¿Estás loco? ¡No pienso saltar ahí! —dijo Ilia aferrándose a la roca que estaba a su lado mientras miraba el agua unos metros más abajo. Hacía un par de días que habían llegado a Grindelwald de vacaciones, y ese día había aceptado ir a hacer una ruta sencilla de descenso de cañones con Ulrik, en ese momento se estaba arrepintiendo de no haberse quedado en la cabaña delante del fuego esperando que regresara.

—Vamos, Ilia, es una cascadita de nada. No seas miedosa, he visto a mi abuelo, en paz descanse, bajar cañones más altos sin problemas —replicó Ulrik tendiéndole la mano.

—Pero, pero... —Intentó negarse por cuarta vez, pero tampoco tenía muchas más opciones, no podía volver atrás—. Vale... —claudicó y cerrando los ojos se lanzó al agua como él le había enseñado, emergió poco después de caer.

—¿Ves? ¿A que es divertido? —dijo el hombre riendo y la ayudó a nadar hasta las rocas para hacer una pequeña parada—. Y con la siguiente vas a flipar.

—¿Hay más? ¿Más grande? —preguntó ella sin poder creer su suerte y apoyó la frente en el hombro de él lamentándose—. Me lo cobraré, lo sabes, ¿verdad?

—¿No te está gustando? —preguntó apenado—. Podemos dejarlo, no tienes que seguir si no te gusta o tienes miedo, sólo uno más y creo que se puede salir del río.

—No... no es que no me guste, es que... no tengo el control de esto —contestó mirándolo—. Aún sigo demasiado nerviosa.

Ulrik la besó en la nariz y junto sus cascos.

—Nos salimos en cuando la orilla esté más baja. Estás en el territorio del río, no vas a tener el control y si estás nerviosa y tensa va a ir a peor. Es como si en ese estado practicáramos spanking, ¿a que no me dejarías?

Ilia negó con la cabeza ante su pregunta.

—Pero puedo relajarme, de verdad —prometió. No quería que él dejara de hacerlo por sus estúpidos nervios, si Ulrik decía que era seguro podía confiar en él.

—Tenemos todo un mes aquí, Ilia, no hagas estupideces. No voy a estar contento cuando tú no lo estás disfrutando y al estar tensa puedes hacerte daño —denegó el hombre y besó sus labios lentamente—. Vamos a bajar el siguiente cañón, dar un paseo por la ribera y a tomar un chocolate caliente en la casa.

—Vale... lo siento, Ulrik —aceptó finalmente, aunque no muy contenta. Por una vez hubiera querido poder hacer algo que le gustara a él, que ella no le hubiera enseñado—. Lo de bajar como si fuera un tobogán es divertido —se vio en la obligación de añadir.

—No tienes que disculparte —dijo Ulrik. Besó sus labios y sonrió—. Vamos a por el tobogán, hay que avanzar un poco.

Pudieron salir del río como Ulrik había previsto y caminaron por la ribera a paso ligero para no enfriarse hasta llegar al pueblo cerca de donde Ilia había alquilado una cabaña un tanto escondida en el bosque. Ulrik le quitó la ropa rápidamente y la metió debajo de la ducha de agua caliente antes de hacer él lo mismo. La besó y la acarició enjabonándola con mimo. Al salir envolvió a Ilia rápidamente en una toalla, se la echó al hombro y la dejó caer en la cama, bajo cuyas mantas él también la acompañó tras secarse rápidamente.

—¿Estás bien? ¿No tienes frío?

Ilia negó con la cabeza divertida reptando para pegarse más a él.

—Tengo termostato ruso, aquí no hace tanto frío en verano —contestó delineando sus rasgos con las yemas de los dedos. No se molestó en quitarse la toalla, asomaba los ojos y la nariz por arriba.

—Claro, ¿cómo se me ha podido pasar? —dijo riendo.

—No lo sé, eres tú el que siempre lo dice —contestó ella también riendo—. Pero deberíamos encender el fuego —sugirió.

Mi rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora