8: Semana Cuatro

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—¡Papá! ¡Papá! ¡salió! ¡ella salió!  —Gritaba eufórico un adolescente—.  ¡Está aquí!  —La señaló.

La alegría de aquel adolescente era inmensa, pues su hermana por fin había salido por su propia cuenta de su habitación, eso era un gran avance.

Llevaba tres años de su vida encerrada y solo salía cuando era necesario, de lo contrario se refugiaba en aquellas cuatro paredes y los únicos que podían entrar era, su nana —que era la encargada exclusiva de el aseo de su habitación y sus comidas— y su psiquiatra, de ahí nadie, ni su pequeña familia.

Habían sido los tres años más horribles para ellos, escuchar sus llantos, sus crisis y su silencio, todo ello era agobiante, pero esperaban que con ese avance todo empezara a cambiar.

—Prince...  —Su padre fue interrumpido por ella.

—No lo soy, ya no, no vuelvas a llamarme así.  —Su voz era seca, dura.

—L-Lo siento...  yo... ¿deseas algo? —Estaba nervioso, llevaba mucho tiempo sin ver el rostro de su princesa, porque sí, para él lo seguiría siendo. 

Estaba hecha toda una mujer, a sus dieciocho años, su cuerpo era muy definido, con buenas proporciones, alguien de admirar.

Una lágrima rodó por la mejilla de aquel hombre y sin importar se abalanzó a los brazos de su hija llorando con desenfreno en sus brazos, a aquel abrazo se unió el adolescente el cuál lloró junto a ellos, los tres lloraban en un reencuentro que esperaban fuera fructuoso para la pequeña familia de tres.

—Mi pequeña...  ya no te escondas, estoy aquí, estamos aquí —Apretó más en el abrazo a su hijo—,  estamos para ti, no te dejaremos, solo...  vuelve a brillar...

—Ya no más, padre. He vuelto y con una nueva versión...


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Parpadeó un par de segundos y volvió a la realidad, recordar su pasado aún le incomodaba.

Era rara la vez que aquella nostalgia le llegaba y es que no le gustaba pensar en ello, era triste y doloroso. Todo había sido una mierda desde aquel día y solo esperaba el día en que todo termine y pueda respirar a gusto.

Inconscientemente llevó una de sus manos al arete que colgaba del lóbulo de su oreja, lo acarició mientras suspiraba dejándose sumergir en aquella nostalgia.

Papá...  susurró.

Lo extrañaba y en demasía. Él era su soporte, la persona que más admiraba y aún sigue haciéndolo, la vida les jugó una mala pasada, pero ella quiere terminar lo que su padre empezó y estaba dispuesta a todo.

La puerta sonó sacándola de su ensoñación y tras casi gruñir un "pase" la puerta es abierta dejando ver a un pelinegro musculoso frente a ella.

—¿Que sucede? —Cuestionó, con solo ver el rostro del pelinegro, sabía que algo sucedía.

—Es el idiota, me acaban de informar que después de salir de la escuela no tomó el mismo rumbo y lo perdieron de vista.

—¡¿QUÉ?! ¡¿Y que esperas, idiota?! ¡ve a buscarlo!  —Gritó y tras un golpe al escritorio el pelinegro entendió todo.

LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora