Capítulo 6

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"Mëtapüllü" El cuerno sagrado

Las gotas de sudor bajaban con violencia por sus cuerpos empapándoles las espaldas. Aún escuchaban los gemidos de dolor de sus compañeros caídos ante el aterrador ataque. Sentían sus corazones latiendo fuerte, tanto que podría haber salido por sus bocas. Uno que otro cayó al suelo y entre espasmos y uno que otro movimiento desesperado logro ponerse en pie y seguir adelante. En otra situación los habrían enfrentado sin miedo ni duda, pero las fuerzas que con las que luchaban no eran humanas. Aún sentían el frío recorriendo sus cuerpos y que a momentos daba la idea que volvería a dejarlos inmóviles. Ninguno deseaba volver a sufrir algo tan macabro, tan agobiante. Las extremidades rígidas, la falta de aire, una extraña opresión en el pecho. Semejante a estar amarrado de pies y manos, pero mucho peor, casi como enterrado vivo. La experiencia de haber quedado paralizados ante ellos, imposibilitados de defenderse, les resultaba aterradora.

-¿Qué fue eso?– musito Ayun a la vez que se habría paso entre la foresta.

-Eran los maqueos– respondió Alon quien avanzaba sin despegarse de ella.

-Pero de dónde sacaron ese poder... -movió el rostro como si aún no lograra creer lo que había sucedido– no me podía mover.

-Ese poder solo lo tienen los... -no quiso decir el resto de la frase. Era bien sabido que nunca debían mencionarlos. Ella también lo sabía, los kalku tenían ese poder.

-Deben ser ellos –repuso, no había necesidad de mencionarlos– Pero si es así no tenemos oportunidad.

-Espero que no sea así.

-¿Por qué pudimos volver a movernos?– se detuvo un instante evidenciando que el temor era reemplazado por el cansancio y una cuota de curiosidad. Agito su cabeza tratando de alejar la tétrica sensación que la embargaba.

-No te podría decir– dejo caer su cuerpo sobre el tronco de un árbol– Solo sé que estamos vivos.

Miraron a sus espaldas, solo algunos de los pocos guerreros que habían sobrevivido. Corrían sin detenerse, esperando dejar lo más atrás posible a sus atacantes. Retomaron la huida, descansar era un lujo que no podían darse. De cuando en cuando miraban de reojo, dejando ver el terror que embargaba sus almas. Se abrieron paso entre las ramas, árboles y objetos que aparecían al camino, observaban a sus espaldas, esperando que nadie, ni nada los siguiera. No fue hasta bastante tiempo después que se detuvieron, motivados más por el cansancio que por la seguridad de estar lejos de sus enemigos. Alon apoyó ambas manos sobre un árbol, no podía correr más, aun cuando lo hubiera querido o necesitado, su cuerpo temblaba, el aliento le faltaba, continuar no era una opción. Por su parte, Ayun se desplomó en el suelo, sus piernas temblaban como dos pequeñas ramas, sus ojos a momentos emblanquecidos, un poco de bilis salió por su boca. La respiración de ambos era agitada, sus rostros embargados por el temor, los ojos abiertos de par en par, intentando encontrar una explicación a lo sucedido. Sus miradas se encontraron y vieron la expresión de terror el uno en el otro. El resto de los guerreros se encontraba igual o peor. De pronto, ella se arrojó a sus brazos y rompió en llanto. Él no dijo cosa alguna, ella no sabía con claridad el motivo. Podía ser el miedo de morir o la desesperación que le producía el sentirse desprotegida. En realidad era una angustia, aquella que viene cuando no comprendes qué ha ocurrido. Se abrazaron el uno al otro, en su último intento darse el poco ánimo que les iba quedando. Trago sus lágrimas, llorar frente a sus compañeros de rehue era un lujo que no se daría. Debía estar firme, fuerte, como los árboles del sur. Cuando estuvo tranquila levanto la voz.

-Hermanos necesitamos saber si están todos bien. – su voz entrecortada, áspera, denotaba que aún no podía respirar con normalidad.

-¿Qué pasó?– pregunto un muchacho.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now