Capítulo 34

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"Llaufeñtulen" En medio de las sombras

El itinerante caminar envolvía al joven en un espectáculo de imágenes ruidos y gemidos. A duras penas lograba levantar dar un paso para continuar el seguimiento. Su cuerpo lleno de heridas, golpes, moretones, una rama atravesaba su costado, otras clavadas en sus brazos. Nequén ya no podía seguir. Con dificultad lograba mantener su caminar constante y firme. Sin embargo, era la vista borrosa y el sudor frio que bajaba por su rostro lo que le causaba real incomodidad, aquella sensación húmeda que se extendía a lo largo de su cuerpo, sumada a lo nublado de las imágenes se transformaba en un malestar generalizado. Lo frondoso del bosque, colores y formas, se volvían pequeñas siluetas las que parecían desvanecerse entre niebla y humo. Dejó caer el peso de su cuerpo en lo que parecía ser una roca, apoyó su mano en la parte superior de ésta, grande fue su sorpresa al ver que era un arbusto. Dio una vuelta y se encontró con el suelo, tierra y hojas secas las que cubrieron su cara e incrustaron en sus labios. Movió el rostro sacudiéndolo, para luego doblar las rodillas e intentar reincorporarse. Rascó sus ojos, se apoyó en un tronco, sin antes asegurarse de que realmente lo fuera. Lo tocó un par de veces, no tenía duda, era firme, podría servirle. Una imagen de su pasado llegó antes sus ojos, un niño pequeño, delgado, moreno, aun cuando parecía ser débil en sus ojos se observaba una cuota de fuerza, una recóndita, poco habitual. Era Neuquén, caminaba entre matorrales y arbustos, parecía no importarle lo profundo que se adentraba en la foresta, sencillamente se dejaba llevar por lo que su espíritu le decía, donde el viento lo llevara. El niño observaba maravillado ante la grandeza de aquellos árboles, nunca antes había podido adentrarse tanto por eso rincones, la verdad era que no se lo permitían, si bien era pequeño e inexperto, su familia acrecentaba esa sensación; aun así, no le importaba en su interior sentía que se encontraba llamado para algo más, para una misión que le resultaba desconocida a la vez que lo llamaba a buscarla. Sabía que aquel era un recuerdo, uno de aquellos que mantenía guardado en su interior, uno que confirmaba el llamado que hacía unas semanas había sido confirmado. Todo cambiaría pronto, se vio en otro momento, un poco más, un poco más confiado, esta vez junto a su hermano. Una vez más el peor recuerdo de su vida se hacía presente ante sus ojos. Ambos frente a frente al puma, uno como nunca antes lo habían visto, saltó sobre ellos sin que se percataran de que se encontraba cerca. Su hermano mayor luchó, se enfrentó con él. Había dado su vida para salvarlo, en lo profundo sabía que su hermano pequeño era especial, diferente, que estaba destinado para algo superior. Neuquén movió la cabeza de un lado a otro, parpadeo intentando sacar la imagen de su mente. Golpeo el suelo, el dolor aún estaba presente.

-Mi hermano me perdonó, -alzó la vista a la distancia- no cargo más con mi pasado.

-Mentira, -escuchó decir a lo lejos, una voz semejante a un doloroso susurro– tú lo has matado, has fallado, permitiste que la gente que amabas muriera por ti. No eres un héroe, no eres un salvador, eres un cobarde que merece morir por toda la maldad que has cometido.

-Mis amigos murieron por lo que creían... -respondió al aire.

-Murieron por que pensaban que valías sus vidas, murieron por una mentira– escucho a su lado.

-Hubo honor y valentía en sus muertes.

-Kurrakewün, Alon, tu amada Ayun, no hubo nada de heroico en sus muertes, solo un enorme dolor, uno que tú debiste sufrir.

El joven movió su cabeza, en lo profundo creía en esas palabras, era lo que pensaba; en su mente se decía a sí mismo que ninguno de ellos debió haber muerto, que era el culpable, nadie más que él tendría que haber sido asesinado.

-Déjate morir, deja que seamos los verdugos de tu vida, que hagamos la justicia que mereces– se escuchaba decir a la voz.

Neuquén cayó al suelo retorciéndose de dolor, uno mucho más profundo que las heridas en su cuerpo, era el remordimiento, el dolor de en su pecho el que se propagaba por todo el cuerpo, como si por su sangre avanzara un fuego incontrolable. El sudor bajaba por su frente, el calor en sus miembros se extendía sin dar la mínima señal de que se detendría, todo le daba vueltas, el cielo parecía alejarse a momentos, a otro se acercaba como si se desmoronara. El joven no podía más, no había nada que pudiera hacer, nada que detuviera tal dolor, tal sufrimiento. De pronto, una idea lejana, semejante a una voz a lo largo de un túnel que avanza suave, sutil, pero constante y firme llegó a su mente. Estas eran las palabras: "Esfuérzate tú que esperas en Negunechen, y tome aliento tu corazón. Esfuérzate y cobra ánimo; no temas, ni tengas miedo de ellos, porque Negunechen tu Creador es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará." Era una voz cálida, paternal y maternal a la vez, una que le evocaba el cariño que de niño había recibido, pero mil veces más poderoso, tan formidable como la extensión de los cielos, tan magnifico como el calor de Antú. El calor en su cuerpo había pasado, el sudor detenido, el mareo desaparecido. Recordó entonces todas las promesas que había recibido cuando estuvo en el Wenu Mapu y las maravilladas contempladas, sintió una vez más un ápice de la sacralidad que en ese lugar habitaba. A lo lejos un triste y lúgubre sonido se dejó escuchar, semejante a un lamento de un animal herido, junto a éste unas figuras, sombras que paseaba entre árboles y ramas, se movían dejando estelas negras de humo espeso tras ellas, una que otra dejaba marcas con sus brutales y enormes garras. Parecían que no lo veían, la verdad era que disfrutaba el agónico dolor que el joven sufría al verlos. El joven se repuso, volvió a apoyarse sobre un tronco, enderezó las piernas y afirmó su espalda. Una sensación semejante a un susurro apacible le decía que hiciera algo, que colocara su confianza en lo que había aprendido. Apretó con ambas manos, el hacha que le había sido entregada, sabía que en ella habitaba un poder que aún desconocía. Fue entonces que las sombras se abalanzaron sobre el muchacho, entre gemidos y gritos de dolor, iban directamente contra éste, listas para impactarlo y acabar con su vida. Sin embargo, algo sucedió, una luz inundó la escena, una que si bien era poderosa no encandiló a Neuquén, por el contrario, le permitió ver el mundo con nuevos ojos, con una vista que poseían solo los pillánes.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now