Capítulo 29

1 0 0
                                    


"Kellun" Ayuda

Antú salía una vez más inundando la tierra con sus rayos, recorriendo los cielos con la potencia de mil carros de fuego, con el poder mil lanzas. En el Bucalemu el pueblo del sur continuaba festejando con bailes y cantos la victoria obtenida. Una ilusoria paz inundaba el lugar, cual quimérica calma. Minchekewün sabía que no era otra cosa que en sutil anuncio de la destrucción que se aproximaba. Lo que nadie sabía, era que no muy lejos del Bucalemu un ejército aún mayor que el anterior se reunía, preparando todo para arrasar con cada hombre, mujer, niño, niña, árbol, matorral, hasta la última hoja que se encontrara a su paso. Diez mil hombres a pies, dos a kawell, cuatro decenas de enormes armas escupe fuego y metal, carros cargados de lanzas, espadas, flechas y arcos. Los enormes animales que acarreaban las armas, eran bestias nunca antes vistas por la gente del sur; de grandes espaldas, llenos de jorobas, cuernos por montones, patas como robles, bufando y gimiendo, golpeando el suelo con enormes pezuñas mientras tumbaban toda la foresta que se encontraba a su paso. En cosa de un par de días llegarían a su objetivo. Mientras Pizarro reunía a su ejército proveniente del otro lado del Gran Río se repetía una y otra vez que los haría pagar por la ofensa, por la vergüenza, por la derrota. Lo cierto es que nunca antes había perdido ante un pueblo enemigo. Golpeo un árbol y grito.

-¡Mi venganza será beber la sangre de sus hijos e hijas, abrir los vientres de sus mujeres, quemar sus pueblos y arrasar con su tierra!

El rojo de sus ojos abiertos de par en par, hablaba más que sus palabras, comunicaba una fuerza y odio que superaba incluso sus gritos. Más que ira, más que furia, era una maldad que inundaba su ser, que dominaba su espíritu, empapando su alma de todo tipo de pensamientos tan oscuros, tan depravados que ni él mismo lograba controlarlos. Sus ojos se abrían sin control, inyectados en un extraño amarillo que parecía reflejar la bilis de sus entrañas. Las venas en su cuerpo resaltaban, embebidas en sangre, una que tomaba un color negro que se extendía por cada rincón de su piel, tiñéndola volviéndola tan oscura, el putrefacto hedor impregnaba al soldado. Mientras éste se retorcía gimiendo de dolor, uno que provenía de su alma, de su ego herido, del odio que iba se incrementaba a cada instante. A sus espaldas una figura sombría contemplaba al hombre que arqueaba cada miembro de su cuerpo, sin lograr disminuir la agonía. Extendió su mano, el manto que cubría su brazo se movió con una lentitud que no se condecía con el contexto. Un paso lo acercó al hombre y aun cuando ambos estaban uno junto al otro, éste parecía no percatarse de la presencia. La figura paso la mano sobre la cabeza del yaciente, la que más se asemejaba a una garra de una bestia que a la extremidad de un humano. No fue necesario que lo tocara, su poder trascendía la carne y sangre; Pizarro comenzó a gritar, era la maldad que recorría su alma cual flecha incrustada en el corazón.

-Te concederé el poder para acabar con tus enemigos– dijo la sombra acercando su boca negra al oído del caído.

-Lo quiero... -respondió éste entre gemidos y escarnios– ahora.

-Debes ser mi esclavo.

-No seré esclavo de nadie, soy un guerrero- musito como pudo.

-Serás mi esclavo o no serás nada– respondió al dicho mientras apretaba el cráneo del yaciente. Un grito atravesó la escena, uno tan profundo, como nunca antes se hubiera escuchado por aquellas tierras. No era solo un dolor físico, era una herida profunda que atormentaba el alma del guerrero, anunciando que pronto sería parte de las filas de los wekufes.

-¡Acepto!– se escuchó, luego un silencio llenó la escena.

Todo estaba consumado, el pacto había sido finiquitado. Lo que esa noche ocurrió con Pizarro no fue nombrado, ni relatado por nadie, el horror que sufrió, el padecimiento que lo consumió no dejó que ninguno de sus soldados, ni aun sus animales lograran conciliar el sueño. Un profundo terror recorrió el campamento, llenando el lugar de los más macabros gritos que nunca antes hubieran escuchado los que esa noche se encontraban en él. Cerca del Bucalemu lugar un remanente observaba el campamento de los mapuches. Contemplaban con ansias la fortaleza natural que se alzaba magnánima ante las expectantes miradas. Cuatrocientos guerreros ávidos de alzar sus lanzas, enfrentar una vez más a sus enemigos, vengar a sus hermanos caídos. El viento soplaba a sus espaldas, los rayos de Antú proyectaban sus sombras, poderosas, reverentes, con aires a valentía. De espaldas rectas, brazos firmes, piernas poderosas, dominaban sus kawells sin dificultad, como si fueran uno solo. Uno de ellos sobresalía del resto, mas no por su porte, sino a causa de la impronta que lo acompañaba, una que le daba un aire divino, como si en sus ojos habitara una cuota de destino y un dejo de sacralidad, era Kallfümilll, un valiente guerrero. No tenía un gran linaje, tampoco provenía de una familia de lonkos o toquis, pero ninguno de los que viajaban con él habría dudado del valor que lo distinguía y la autoridad que tenía ante su gente. Avanzaron presurosos a todo galope, hacia la foresta que se erguía como un portal invitándolos a ingresar por él. Cuando se encontraban a unos metros de distancia un grupo de los pocos sobrevivientes, emergió tristemente armados, sus lanzas rotas, hachas trizadas, a penas con unos cuantos arcos y unas pocas flechas, se notaban cansados. Los grupos se encontraron cara a cara. Los visitantes se detuvieron, los otros también. La tensión se podía sentir en el aire recorriendo la escena, llamando a la lucha. De entre los guerreros del Bucalemu apareció una figura, avanzaba a paso lento, un ligero movimiento denotaba que aún sus heridas no sanaban del todo, pero la verdad era que una había tocado algo más profundo que sus entrañas, su mente, la que no sanaba. Minchekewün alzó la vista, las marcas en sus cuerpos le resultaban conocidas, eran guerreros que provenían del otro extremo del río, el remanente que había logrado sobrevivir tras la devastación.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now