Capítulo 15

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"Fétaluwn" Confianza

Neuquén seguía al toqui, quien gracias a sus dotes de cazador no tenía problemas en identificar el rastro que habían dejado el día anterior. Cada movimiento, cada paso, el más mínimo gesto, revelaba las innumerables habilidades que poseía Kurrakewün; poco a poco el muchacho comenzaba a admirarlo y aunque sabía que era un hombre agresivo y dado a la ira, parar Neuquén aquello no era más que el síntoma de algo más profundo, una herida muy bien guardada, una que se mantenía oculta en los rincones más profundos a su alma. Cuando Antú ya se encontraba en la cima de los cielos encontraron el lugar de la fatídica escena. Miembros desparramados por todas partes, sangre que teñía la escarcha de un mal oliente y espeso rojo. La putrefacción sentía a la largo del lugar. El joven debió mirar para otro lado con tal de no vomitar de asco ante el horror que presenciaba. Entre tanto el toqui se paseaba sin expresión en su rostro, indolente, en el mejor de los casos severo con los ya caídos a causa de su debilidad. Un ruido leve, sutil, pero cercano llamó la atención de Neuquén. Fijó la vista en unos arbustos que parecían moverse con delicado ritmo. Caminó hacia ellos, cuidando de su hacer ruido, su espalda gacha, sus piernas extendidas, sus miembros aún se encontraban atentos, pendientes para responder ante cualquier señal de peligro. Sabía que no podía ser un alwë, esas bestias eran incapaces de cualquier sutileza. Avanzó repitiéndose que de ser una de las bestias ya habría saltado descuartizándolo de un zarpazo. Mientras se decía esto que una figura salió de entre los arbustos, frágil, pequeña, delicada, cubierta de nieve, tierra y sangre. La fina figura de suaves contornos cayó sobre sus brazos, era Ayun, quien salía a su encuentro. Durante unos instantes él no supo cómo reaccionar, únicamente se dedicaba a contemplarla con sus vista fija en los negros y entrecerrados ojos de su bien amada. Retiró un par de cabellos de su rostro, así y unos cuantos despojos de tierra y barro. La recostó en el suelo cuidando de no hacer movimientos bruscos. Dejó su cabeza sobre el suelo, retirando con suavidad la diestra de su nuca e izquierda de su espalda. Una segunda figura llegó de inmediato a donde ocurría el acontecimiento, era Kurrakewün.

-Apártate– indicó mientras hacía a una lado al joven sin esperar a que éste reaccionara a sus palabras.

Él asintió con el rostro, sin decir palabra alguna, mientras el toqui tocaba a la joven identificando sus heridas. Pasado un rato la dejó y junto con esto emitió un enorme suspiro.

-Tu amiga está bien, sólo tiene unos cuantos rasguños.

-Gracias a Negunechen– respondió el muchacho.

-Movámosla de aquí, no sabemos si volverán los alwës.

-Sí– agregó asintiendo con la cabeza mientras sujetaba a Ayun por los hombros.

Tomaron a la joven levantándola sobre sus hombros. Neuquén estaba cansado, demasiado para llevar a la joven. Fue así que Kurrakewün tuvo que subirla a sus espaldas, para que aceleraran el paso. El muchacho iba adelante, una vez más una extraña sensación en sus entrañas le indicaba el camino a seguir. Antú comenzaba a ocultarse, pero justo antes que éste desapareciera del firmamento encontraron un sendero que los condujo a una ladera que milagrosamente se encontraba seca, sin nieve. Acamparon en el lugar con la esperanza de poder refugiarse del incesante frío de ellas regiones. Kurrakewün se dispuso a buscar leña, entre tanto Nequén se quedó cuidando de Ayun. Mientras la muchacha dormía él la observaba extasiado en la candidez que dibujaba su rostro. Le resultaba imposible dejar de contemplar cada sutil y delicado detalle de su faz. Si bien se encontraba enflaquecida, algo pálida y con la cuenca de sus ojos agrandada, Neuquén no podía dejar de observar la belleza que se dibujaba en sus detalles, la finura que enmarcaban los detalles de su rostro y aquella precisión con la que sus labios calzaban en perfecta simetría con su nariz y sus delicados pómulos. En esos momentos el mundo desapareció, eran los dos y la luz del firmamento nocturno que alumbraba a los jóvenes con un prístino canto de luces. Dos afables e infantes lumbreras se abrieron como inocentes chefures, las lumbreras celestes que recuerdan la gloria que habita en el Wenu Mapu. La mirada de ambos se encontró por un instante, un momento que para Neuquén duró mil vidas, hasta que con un imperceptible movimiento de sus labios la muchacha pronunció unas palabras que no logró comprender. La abrazó con sutil delicadeza, buscando protegerla del viento que comenzaba a arremeter.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now