Capítulo 20

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"Kïmeln" Enseñar

Mientras se acercaban a la ciudad dos figuras salieron a su encuentro, ambos eran varones poderosos, fuertes, altos como el mayor de los guerreros, en sus rostros no había cuota de furia, ni de pasión por la sangre, se encontraban serenos, con una paz que el mundo no era capaz de dar. Sus cuerpos si bien fornidos, detallados en cada línea de sus músculos, eran a la vez delicados, suaves, de piel tersa. Sus rostros gruesos, eran también sutiles y afables semejantes al amor que tiene un laku, un abuelo por sus cheche, nietos. En sus ojos se unían los conocimientos de los siglos y la inocencia del recién nacido. Neuquén se preguntó cuánto tiempo llevaban en esa tierra, cuántos siglos les había tomado a esos hombres, ser tan puros, sacros, divinos. Por su parte, Kurrakewün y Ayun no dejaban de impactarse ante la belleza que se extendía a sus ojos. Evocaban las más hermosas imágenes de un mundo perdido, oculto entre siglos, estaciones, tiempos, afanes, preocupaciones, necesidades y dolores. Aguas puras, cristalinas, cautivantes como mil cantos de los pillanes y transparente cual ojos de un niño recién nacido. Podría haber bebido una sola vez de esas aguas y nunca más habría tenido sed, ni sentido fatiga. La luz que lo iluminaba todo, no provenía de Antú, pues si bien ese estaba en los cielos, se mantenía alzado como un recordatoria de la presencia que se sentía cada vez con más fuerza a medida que continuaban su camino; el joven trató de identificar qué era lo que irradiaba tan bellos haces que pasaban ante sus ojos a cada instante, encantándolo, repletando su alma de sensaciones tan nuevas como si hubiera llegado a la vida hacia unos instantes. No podía dejar de pensar que ante tanta majestuosidad, todo cuanto había vivido era nada más que una sombra; aquella era la real vida, ese era el mundo por excelencia, todo cuanto antes había experimentado resultaba diminuto, ilusorio, transparente, más parecido a un sueño que aún recuerdas por la mañana al levantarte que a la vida verdadera. Continuó su búsqueda, hasta que lo encontró, la luz provenía de una enorme ruka, una tan grande, perfecta, majestuosa, enigmática como ninguna otra que hubiera visto antes. Era la Ruka Sagrada, la morada misma de lo divino, donde Pu-am, el alma universal, la sacralidad misma, la unión perfecta de lo que ha sido desde siempre y que siempre será residía, el Ser mismo, el Gran Yo Soy; Negunechen, Fötem y Küme Püllü, unidos, presentes, autosuficientes en ellos mismos.

-¿Este el Wenu Mapu? – inquirió Ayun fijando la vista en el rostro del ser.

-Tiene muchos nombres, algunos lo conocen así, pero en otras tierras muy lejanas se le dice de otra forma– respondió uno de los hombres que les habían salido al encuentro.

-Eso significa que estamos muertos– agregó Kurrakewün.

-Podría ser, -comentó el otro sin sacar la vista del camino, se tomó un tiempo para continuar con la oración – o también puede ser que ahora se encuentren más vivos que nunca.

Los hombres compartieron una sonrisa y continuaron con la marcha. Para los guerreros aquellos fue una caminata, que duro unos instantes.

-¿Cuándo llegaremos? - inquirió Kurrakewün.

-Preguntar por el tiempo aquí carece sentido, eso no existe para nosotros– la voz de la figura era suave y amable, pero llena de autoridad, una innegable– Ustedes llegaran cuando deban llegar.

-¿A qué te refieres con "ustedes"? ¿Es que no irán con nosotros?– intervino Neuquén.

-Si bien nuestros cuerpos se encuentran aquí, la verdad es que nuestros deseos, voluntad, nuestra alma se encuentra haya –Alzó la diestra indicando la Ruka Sagrada– Nosotros nunca nos apartamos de ese lugar, nuestros pensamientos van de continuo a las bondades que de ella emergen cada instante de la eternidad.

-¿Ese es el lugar donde nos llevan?– consultó Ayun.

-Irán a donde el Küme Püllü les indique, nosotros solo debemos encaminarlos, pero son ustedes los que saben lo que buscan– respondió uno.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now