Capítulo 28

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"Dios" Negunechen

Avanzaban por un largo camino al interior del monte, el que era iluminado por un azulado resplandor que provenía desde lo profundo; de pronto, llegó un enorme viento recio semejante a una tormenta, la que empujaba a los tres guerreros. Al final del recorrido se encontraba una cueva en la que había una nube que resplandecía con relámpagos y brillaba con una enorme luz radiante. Sus ojos abiertos de par en par, sus piernas temblando, un sacro calor recorría sus cuerpos desde la medula de los huesos hasta el último cabello de sus cabezas. Potencia y poder emergían de la escena, pese a esto no podían evitar sentir un gozo al contemplar el glorioso poder. Continuaron observando al interior de la nube, un fuego emergía desde el interior y de lo profundo de éste una figura indeterminada semejante a un ámbar reluciente. De pronto, de la nube brotaron cuatro seres vivientes, semejantes a hombres; cada uno de ellos tenía cuatro rostros, los que apuntaban a los cuatro puntos del Meli witran mapu, en lengua común los puntos cardinales; uno de los rostros observaba al Pikun mapu que es el norte, otro fijaba la vista hacia el Pwel mapu que es el este, uno posaba la mirada en el Lafken mapu conocido como oeste y el último de los rostros mantenía la vista puesta en Willi mapu el sur o como también se le conocía la tierra de las bondades. Además cada uno de ellos tenía cuatro alas, las que estaban a sus costados, dos de ellas se movían manteniéndolos en el aire y las otras dos cubrían sus rostros. Los seres iban de un lado a otro volando alrededor de la nube, guiados por el Küme Püllü, de ellos salía un gran fuego, semejante a carbones ardientes de las que salían relámpagos. Más al centro de la nube unas ruedas que giraban al mismo tiempo, cada una en direcciones diferentes y ninguna de ellas se tocaba, ni con los seres, ni entre ellas. Cada una se encontraba repleta de ojos los que observaban en cada uno de los puntos del Meli wintran mapu; junto a las ruedas el Espíritu de los espíritus se movía entre ellas indicándoles a donde fueran. Sobre la escena un cielo reluciente como cristal se extendía por la inmensidad, como si nunca hubieran entrado a una caverna, sino semejante a un día despejado. Una figura de hombre, con ojos de rayos, pies de bronce, vestiduras de lino fino, piel morena, cabellos largos de un negro profundo gruesos y largos, los que bajaban por sus hombros, el que llegaba hasta la cintura. Cuando la figura apareció, los seres vivientes rompieron con en cantos en una lengua extraña, propia y exclusiva de los pillanes. Un halo semejante a una arcoíris rodeaba la nube como luego de la caída de la lluvia. Fue entonces que todos los cielos y los cielos sobre los cielos, la tierra y los mares comenzaron a cantar cada una en su propio lenguaje. Los guerreros no podían mantenerse en pie, lo único que pudieron hacer fue caer al suelo y levantar clamor y plegarias. En sus espíritus acontecía una eterna unión, la sacra mixtura que hay entre el amor más puro y el sagrado temor. Solo quienes han estado ante la presencia de lo divino, de lo eterno, que ha contemplado cara a cara lo más sublime de todo el mundo podrían vislumbrar un ápice de lo que acontecía en aquellos corazones. De espíritus desnudos, sin máscaras, ni vestiduras, se presentaban ante el único que es digno de recibir toda la gloria del Nag mapu y las alabanzas del Wenu Mapu. No podían tolerar la presencia, era demasiado para ellos, se sentían desnudos en lo más profundo de sus almas y aún más que eso se percibían a sí mismos insignificantes, miserables, indignos de contemplar tal gloriosa presencia de un solo golpe. De pronto, el guía dijo.

-Esta es solo una ínfima parte de la gloria que habita en el Divino ser que todo lo sustenta en sí mismo, que hace que todo sea aquello que es.

-Es demasiada grandeza– indicó Neuquén.

Prefería no pensar en esas palabras, comprender que aquello no era todo lo que ese ser excelso era, resultaba demasiado. La verdad es que aun cuando hubiera intentado comprenderlo, no habría podido, aquella visión superaba su entendimiento, ni en mil vidas, ni en mil viajes habría podido comprenderlo plenamente. Solo podía humillarse con sencillez. Sus compañeros contemplaban la escena atónitos, llenos de un temor que superaba con creces cualquiera sentir que antes hubieran sufrido. Era evidente que la presencia de lo Divino, del Eterno Creador de todo era más de lo que podían soportar. Kurrakewün y Ayun cayeron con la vista al suelo y sin pensarlo el joven los acompaño, musito unas palabras, suaves, débiles, pero sinceras.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now