Capítulo 17

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"Ünguein" Espera

Minchekewün y su gente clamaban a Negunechen, esperando una respuesta, algo que les diera una luz de lo que debían hacer, de cómo alcanzar la victoria. Sin embargo, nada parecía suceder, no había respuesta. El clamor del pueblo parecía lejano y distante a los oídos del Sagrado Padre y Madre. Se hallaban, cansados, decaídos, sin ánimos ni fuerzas. Ritos y canticos, súplicas y tradiciones parecían ser menos que niebla en esos momentos de arcana oscuridad. Sumado a esto, los guerreros que habían ido en busca de las armas sagradas no volvían, llevaban semanas sin noticas de ellos. Aun cuando tenían una victoria a su favor, sabían que los winkas se organizaban para atacar ahora con más fuerza y sin el Neguenpin poco o nada podrían hacer para enfrentarlos. Si bien el Maputoqui sabía que les tomaría algunos días más a las fuerzas enemigas llegar al campamento, recientemente sus hombres repartidos a lo largo del río le informaron que los winkas habían vuelto acompañados de espectrales y lóbregas figuras, y con un ejército más numeroso que el anterior; con bestias que jamás antes vieron, con criaturas de cuatro patas cubiertas de metal y con una sed de sangre aún mayor que la primera vez que les hicieron frente. No hacía falta decirlo, todos lo sabían, la siguiente lucha sería la definitiva. Pronto se decidiría el destino de las tierras del sur, al otro lado del gran río. Tomaron un descanso, llevaban varios días sin comer, elevando canticos, plegarias y danzas. Sin embargo, ya no se encontraban los líderes espirituales del pueblo. El último Neguenpin muerto, los guerreros enviados por las armas sagradas perdidos y el ánimo del pueblo por los suelos. Minchekewün se dirigió a su ruka, tenía mucho que pensar. Había seguido las instrucciones de su amigo y aun así no obtenía respuesta. Se arrojó de bruces al suelo, dejando caer todo el peso de cuerpo sobre sus rodillas. Entonces un gemido emergió, mas no de su boca, sino de sus entrañas.

-"Escucha, Negunechen mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, mi Nidol. Porque a ti he clamado. En la mañana oirás mi voz; de mañana me he presentado delante de ti, y esperaré. Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Negunechen. Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa. Guíame, Negunechen, en tu justicia, a causa de mis enemigos. Porque en la boca de ellos no hay sinceridad; sus entrañas son maldad. Sepulcro abierto es su garganta, con su lengua hablan lisonjas. Castígalos, oh Dios; caigan por sus mismos consejos. Por la multitud de sus transgresiones échalos fuera. Porque se rebelaron contra ti. Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre. Tú eres escudo alrededor nuestro." Sus ojos se cerraron y sus oídos cesaron de oír, su cuerpo no se movía; todo era oscuridad, una que jamás había presenciado, una que anunciaba un gran mal, uno que él mismo no lograba imaginar.

-¿Qué sucede? – sus ojos no lograban comprender lo que veían. Luces y resplandor, brillo tan potente como el mismo Antú. - ¿Dónde me encuentro?

-Minchekewün ponte de pie y esté atento tu oído a todo lo que se te ha de decir.

-Usted hable y yo oiré. - respondió el guerrero.

La voz era tan poderosa, tan fuerte, llena de autoridad que otra respuesta más que esa habría sido imposible. Cada palabra retumbaba en sus oídos como mil tambores y cientos de olas rugiendo al mismo tiempo.

-Mira lo que te mostraré. – continuó la imponente voz.

Una escena se presentó ante sus ojos, era un fuego que arrasaba el verde de los bosques, secaba lo cristalino de los ríos y hacía que todos los animales de la tierra huyeran despavoridos sin control. Niños gritaban, hombres y mujeres eran consumidos por las llamas. Toda la vida de la tierra del sur del mundo era devastada. Los montes y mares eran abiertos de par en par, las aguas se volvían turbias, oscuras, nada de la vida que en otro tiempo las había habitado continuaba. Se teñían de un rojo pestilente más putrefacto que la sangre y tan espeso como ella, burbujas la acompañaban y una fetidez semejante a mil muertes se extendía por toda su inmensidad. El suelo se volvía ceniza, un polvo negro se levantaba y todo aquel que lo aspiraba moría de inmediato. Luego vio plagas de diferentes tipos que se extendían por todas partes devorando cosechas y todo fruto que se encontraba a su paso. Seres semejantes a langostas pero sus rostros parecidos a hombres, otros como escorpiones pero tan grandes como un alerce; mientras que otros tan pequeños como hormigas las que devoraban desde las entrañas mismas a todo ser viviente que encontraban. Alzó la vista y encontró que los cielos eran cubiertos por nubes tan oscuras como las profundidades del mundo; en las alas del viento un hedor viajaba anunciando la pronto llegada de la muerte y la maldad por toda la tierra. Observó que el mal se extendía más allá de las tierras del sur; se alzaba desde las tierras desconocidas, a las que ningún hombre le ha sido dado caminar por ellas; se extendía hacia donde hubiera vida. De pronto un gran ruido se escuchó, era la erupción de miles de volcanes que al unísono dejaban salir todo su poder. Fue cuando se escuchó un gemido de gran dolor que recorría la tierra, el mar, los cielos y todo cuanto habita en ellos. Era la naturaleza misma quien clamaba a gran voz pidiendo clemencia y redención. Nada había que escapara de tan cruel destino que se mostraba ante el guerrero.

El primer guerrero de Negunechen "Camino Sagrado"Where stories live. Discover now