Capítulo 20

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Buscaba estresada mi maleta en la cinta transportadora entre todas las demás maletas de mi mismo vuelo, no iba a llegar a tiempo. Y como si los ángeles me hubiesen escuchado,  mi maleta apareció y comenzó a hacer su recorrido junto con las demás maletas de la cinta. Corrí hacia la maleta para cogerla cuanto antes y pidiendo perdón a la gente que me llevaba por delante. Una vez que la maleta ya estaba conmigo salí del aeropuerto lo más rápido posible que se puede salir de un aeropuerto que no conoces y cogí un taxi.

— Al estádio Arena do Gremio por favor—. El taxista asintió y puso rumbo al estadio.

El trayecto hasta el estadio fueron diez minutos que se me hicieron eternos. Pensaba que no llegaba. Miré la hora, las 19: 47. El taxista aparcó, yo le pagué le dije en español que se quedase con las vueltas y creo que lo entendió a la perfección ya que me ayudó a bajar la maleta muy sonriente. Fui apresuradamente a la entrada rezando para que me dejasen entrar sin ningún problema.

Una vez dentro traté de buscar mi sitio, era bastante díficil con tanto aplauso, grito y silbido. El partido había comenzado. Y yo no sé si estaba lista para verle.

Mi asiento se encontraba en primera fila, cerca de un córner. Ya llevaban diez minutos de partido cuando finalmente tomé asiento, y nada más hacerlo, le busqué con la mirada. Necesitaba verle, así que mis ojos pasearon por todas las camisetas celestes hasta llegar al número dos. Y ahí estaba él, dejándose la vida en el campo. Defendiendo los colores, como hacía siempre.

Los japoneses fueron los primeros en abrir el marcador, en el minuto veinticinco. Pero minutos más tarde, en el 32, Suárez metió de penalti.

Los minutos pasaron y en uno de los córners a favor de los Charrúas, Diego Godín pasó bastante cerca y me vio. Me sonrió pero también puso cara de no entender. Corrió a su posición y después de que lanzasen el saque de esquina, se acercó a Josema y le susurró algo. Giménez no tardó en poner sus ojos sobre los míos. No sabía que hacer, simplementé nos mirábamos hasta que el pitido del árbitro nos sacó de nuestro mundo. Un mundo el cual llevaba sin visitar tres meses. Traté de descifrar lo que sus ojos decían, pero me era muy complicado. Sí podía decir que su mirada había cambiado.


Terminó la primera parte con empate a uno y poco después comenzó la segunda. Los japoneses tardaron diez minutos en ponerse por delante. Pero, en un saque de esquina a favor de Uruguay, Josema se coloca y segundos antes de que Lodeiro sacáse el córner me mira a mí, para después rematar ese balón con la cabeza y conseguir el empate. Va corriendo y gritando a celebrarlo con sus compañeros. Le encanta poder ayudar al equipo sea como sea.

Me encanta verle feliz. Hacer lo que le gusta y lo que le completa.

Durante los últimos minutos hubo alguna que otra oportunidad pero el partido terminó en empate. Vi que al terminar Josema se iba acercando a mí.

Cuando estaba en frente se quitó la camiseta para dársela a un niño el cual gritaba su nombre.

— Quédate aquí y esperame.

Después de decirme eso se fue a los vestuarios. Nunca le había visto tan frío conmigo, me daba miedo quedarme por lo que podría pasar después, pero no me había hecho 9224 kilómetros para nada.

El estadio se fue vaciando poco a poco hasta quedarme yo sola. Comencé a pensar en todo lo que había hecho para venir aquí, toda la locura vivida y todo lo arriesgado. Todo por él.

Una lágrima rebelde resbaló por mi mejilla, y tras ella se vinieron todas las demás.

— Ese gol iba para ti.

Levanté mi cabeza y ahí estaba él, en el campo sonriéndome tímido. Me limpié las lágrimas y salté al campo.

— Gracias. Buen gol— Reí.

— No llores por favor. Me mata saber que soy la causa de tus lágrimas— Se acercó y me limpió las lágrimas.

— Lo siento Jose María. Lo siento de verdad. Fui una idiota, iba borracha, estaba enfada y...

— Te he echado de menos.

— Yo también. Perdoname. Te quiero Josema y me he dado cuenta de quien te quiere te cuida y eso quiero hacer yo. Y por eso he venido hasta aquí, hasta un estadio perdido en Brasil para verte jugar, pedirte perdón, decirte que me equivoqué, que la cagué y que te quiero.

— Yo también te quiero. Y espero que este tiempo nos haya venido bien a los dos para darnos cuenta de las cosas.

— Creo que esta es la mayor locura que he hecho por amor.

— Si no las haces por amor ¿Por qué si no? — Me abrazó.

— No te merezco — Surruré en su pecho.

—No seas boluda—. Me apretó contra sí. — Carla, te quedaste muy delgada— Comentó en un tono preocupado y me separó para mirarme a los ojos.

— He perdido ocho kilos estos meses— Aparté la vista avergonzada.

— ¿Cómo? ¿Por qué tanto? ¿Comías?

— No sé Josema. Cuando nos separamos lo vi todo muy negro y me empecé a mover y viajar mucho. No tenía apenas hambre y no comía mucho.

— ¿Estás así por mi culpa? — Me agarró por los hombros.

Sé que se estaba culpando y no quería que se echase la culpa de nada.

— ¡No! No te culpes. Estoy así por mis despistes y mi humor—. Mis manos acariciaron su cara— Perdón. Estoy horrible. No quiero que te culpes. Es culpa mía por no saber hacer las cosas bien— Me separé de él triste al recordarme a mí en el espejo con la camiseta levantada y todo lo mal que lo pasé después de separarme de él.

— No sos horrible, Carla. Sos un ángel caído del cielo. Sos mi ángel y te quiero con todo lo bueno y todo lo malo.

Levanté mi cabeza y le miré a los ojos para después unir sus labios con los míos.

Después de un largo beso nos separamos pero unimos nuestras frentes.

— Te quiero.

— Te quiero.

Sonreímos.

— Tengo que irme. ¿ Qué vas a hacer vos? — Puso sus manos en mi cuello.

— Duermo en un hotel y mañana salgo para España.

— De eso nada. Te quedas acá en Brasil viendo la Copa América. Mis papás también están acá así que todo resuelto.

— Josema no creo que...

— No te vas a dar la paliza de volver a España en menos de veinticuatro horas. Quedate acá y nos volvemos juntos cuando esto acabe.

— Ni que fuese yo la que lo pilotase— Reímos.

Fuimos andando hacia el túnel de vestuarios. Su brazo izquierdo estaba sobre mis hombros y acariciando mi mano la cual estaba aferrada a la suya.

— Por favor, si no tenés nada que hacer en España quedate acá. Así volvemos juntos a España.

— Está bien...— Reí.— Sólo, porque te doy suerte en los partidos.

— ¿Por qué crees vos que te quiero si no?

— Ya decía yo.

El uruguayo rió y besó mi frente para después irse al vestuario con el resto de sus compañeros.

Me había arriesgado y sin duda alguna había ganado. Había ganado al amor de mi vida.

El amor es un arte. (Jose maria Giménez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora