Capítulo 22

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Tras una semana maravillosa en Grecia, Josema y yo pasabámos nuestra última noche en Santorini.

Josema me invitó a cenar en un hotel el cual tenía unas vistas asombrantes de todo Santorini y el mar.

— Es precioso— Comento fijando mi vista en el atardecer más bonito que había visto en mi vida, el naranja se conrastaba con el azul del mar y los techos de las casas y el blanco le daba un tono más relajante.

Josema acarició mi mano.

— Volveremos.

Le miré y no pude evitar sonreírle. Viajar con él era una de mis cosas favoritas del mundo, te aportaba tanta seguridad, tanta tranquilidad, paz, alegría,amor...

Al terminar la cena, nos trajeron el postre y eran dos mini tartas en forma de corazón. Noté a Josema un poco nervioso.

— Carla— Se aclaró la garganta. — Hemos pasado por mucho juntos y lo hemos superado. No te quiero como el primer día— Fruncí el ceño— Te quiero cada día un poco más, cada día me enamorás más. Sé que tenemos nuestros más y nuestros menos, como cualquier pareja. Pero, también sé que mi vida sin vos no sería lo mismo, que comenzaste siendo mi mejor amiga y ahora también sos la mujer de mi vida y quiero una vida con vos. Quiero una vida despertándome a tu lado cada mañana, viendo la carita de dormida que tenés al despertar. Acostarme sabiendo que estás a mi lado. Teniendo tu apoyo en cada partido, en cada nuevo reto, en cada obstáculo que se me ponga por delante. Quiero tenerte cerca de mí, siempre.

Se arrodilló al lado de la mesa a la vez que se sacaba una caja y la abría y yo veía un pequeño anillo con los ojos llorosos sin creer lo que pasaba.

— Así que; Carla Martínez, ¿Querrías hacerme el hombre más feliz del mundo y ser mi mujer?

Salté a sus brazos llorando de alegría e incredulidad. Le abracé y besé.

— Me lo voy a tomar como un sí— Me acarició el pelo riendo y yo uní mis labios con los suyos.

Tras es largo beso nos separamos con una gran sonrisa, y el uruguayo pasó su pulgar por mi mejilla para limpiar el rímel que se había corrido.

— Tengo mucha suerte de tenerte Josema. Muchísima—. Josema dejó un casto beso en mis labios y procedió a ponerme el anillo. — No sé cómo has dado con la talla del anillo, con lo malo que eres tú para comprar—. Reímos.

— Digamos que obtuve un poco de ayuda, pero no te voy a decir quién así que no seas pesada que te conozco.

Colocó una silla en dirección al atardecer y se sentó, acto seguido agarró mi mano y tiró de ella para que me sentase encima de él y así hice. Su mano comenzó a acariciar mi hombro mientras ambos disfrutábamos de cómo el sol se ponía para dar lugar a su amada luna.

Mientras veíamos esa maravilla con la que la tierra nos deleita cada día, me di cuenta de cómo mi vida había cambiado y de cómo una situación en un momento determinado nos puede cambiar la vida. Josema, me enamoró con su sencillez, su alegría y su amor. Porque es todo lo que busco, aunque él sea un futbolista de primera, es sencillo. Irradia alegría allá por donde esté y se preocupa por los demás dándoles amor y cariño. Y es lo que yo buscaba, sin saberlo, una persona capaz de aportarme esas cosas y darme la estabilidad que me faltó cuando mi abuelo se marchó. Me hizo levantarme cuando caí y aprender a no rendirme. Me enseñó a querer bien y mucho. Y pase lo que pase, depare lo que nos depare la vida, le estaré siempre eternamente agradecida.

Cuando ya se había puesto el sol, decidimos volver al hotel. Mañana volveríamos a España, a la rutina.

— Josema no es por ahí, había que girar a la izquierda. ¿Recuerdas?

— Lo sé, pero vamos por aquí primero, porfa—. Hizo un puchero que no pude negar, así que bufé y asentí.

No sabía dónde ibamos, todo estaba oscuro. Empezaba a tener miedo, Josema no conocía bien la isla y se podía haber perdido perfectamente.

— A ver, José María, si te has perdido confiésalo.

— Lo que estoy buscando tiene que estar por... ¡Aquí! — En un rápido movimiento me agarró por la cintura, me levantó del suelo y echó a correr. No podía parar de maldecirle y llamarle de todo menos cosas bonitas, pero él hacía caso omiso y reía.

De pronto se paró y me dejó en el suelo, un suelo ahora con arena. Estábamos en la playa.

— ¿Qué hacemos aquí?

— ¿Cómo que qué hacemos aquí? — Arrugó la nariz. Apenas le veía la cara por la oscuridad pero la luz de la luna reflejaba en el agua y algo sí veía. Estiró los brazos y miró hacia arriba. — Al agua.

Me cogió cual saco de patatas y se adentró al mar.

Yo no podía parar de reír y gritar por lo fría que se encontraba el agua. De un momento a otro me soltó y  caí entera al agua, empapando cada centímetro de mi cuerpo. Por auto reflejo me subí a horcajadas del uruguayo y me abracé a él riendo.

Espontaneidad. Otra cosa que Josema aportaba a mi vida y que sin duda yo amaba.

Tras un rato en el agua, decidimos salir a secarnos, o al menos a intentarlo.

Me senté y apoyé mis brazos en las rodillas. Miraba al mar, su infinitud y pureza me relajaban bastante. Josema se puso delante de mi tendiéndome la mano, con el móvil en la otra. Conociéndole, se la cogí y me levanté de un salto. Él, le dio al play en la canción que tenía preparada; nuestra canción. Dejó el teléfono en el suelo, se pegó a mi, me agarró de la cintura y cogió y mi otra mano a la vez que yo apoyaba mi cabeza en su pecho y me agarraba a su hombro.

— Tan solo amemos nuestros cuerpos— Susurró acariciando mi espalda y causando en mi un escalofrío.

— Mientras lo permita el alma— Sonreí y le acaricié el pecho para después besarlo.

Bailábamos por toda la playa, con los pies en la orilla. Disfrutando de aquella noche tan especial.

— Porque el amor corazón no se mide el amor es un arte— Canté.

— Unos versos de "Alan Poe" sino
Una obra de Miguel Ángel pero con tu pelo— Cantó él para después alvorotar mi pelo y yo arrugé la nariz.

Él me abrazo fuerte, e inmediatamente me hizo girar sobre mi misma para terminar cerca de sus labios.

— Tengo que contestarte...

— El amor es un arte— Completo y me besó.

El amor es un arte. (Jose maria Giménez)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora