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Frank

Es impresionante cómo una discusión me afecta no sólo emocionalmente, sino también en cuanto a salud física. Mientras íbamos en el taxi, podía sentir un molesto dolor de cabeza, ya que silenciar tus pensamientos no es tan fácil, y en mi caso, sólo funciona por unos momentos, así que durante el camino a la casa de los Way, inevitablemente volví a sobre-pensarlo todo, sentir que hago todo mal y que le doy motivos a Jamia para dudar sobre mí.

Llegamos justo a tiempo, entré caminando de la mano con Miles, quien lleva en su espalda su mochila de juguetes y con su mano libre sostiene a la tortuga de peluche que Gerard le regaló. Sé que cuando quieres despejarte y sentirte bien en momentos de angustia, lo menos que quieres es rodearte de personas, pero la única razón por la que estoy aquí es porque sé que, hablando con Gerard sobre lo que sea, o tan sólo viéndolo jugar con Miles y hacerlo reír, me sentiré mucho mejor, pues él tiene esta aura cálida que hace que te sientas cómodo y en confianza con él.

Un hombre del servicio me ofreció una copa de champaña y acepté. La mansión de los Way es colosal, y el verla poblada de gente me hizo preguntarme cómo serán los eventos grandes si se suponía que esto era algo pequeño, con sólo allegados a la familia.

«Cosas de gente elitista». Asumí.

— Papi ¿Dónde está Gee? — Me pregunta Miles.

— No lo sé. — Dije sin dejar de mirar a la gente en busca de una cabellera de color rojo brillante.

Para mi mala suerte (ya que no estoy de humor para socializar), los padres de Gerard fueron quienes aparecieron para darme la bienvenida y, para colmo, preguntaron por Jamia; me disculpé por ella diciendo que se sentía mal, luego agradecí por el gesto de haber hecho esta fiesta para nosotros.

Tuve que mantenerme fingiendo simpatía por un buen rato, ya que me ofrecieron una conversación un tanto banal, y me presentaron a sus conocidos. Poco a poco, comenzó a parecerme un evento social un tanto extenuante, porque además de que no estoy bien emocionalmente como para tener que estar charlando con desconocidos y ser exageradamente amable, no soy de la clase de persona a la que le encante movilizarse hacia todos lados en una reunión con la intención de conversar con todo el mundo.

Por suerte, vi la figura de Gerard emerger de la multitud, y le di gracias a Dios, a Jehová, a Alá, Yahvé o a cualquier deidad multicultural que haya hecho posible que él apareciera para salvarme de la socialización forzada que, además de abrumarme a mí, también comenzaba a aburrir a mi pobre hijo, quien se ponía más inquieto a medida que tenía que permanecer a mi lado mientras yo hablaba con los demás adultos.

— ¡Hola, Frankie! — Gee, sonriente, me saludó con un abrazo rápido. — ¡Y hola, peque! — Se acercó a Miles, quien extendió los bracitos para que Gerard lo levantase, lo cual terminó haciendo. — ¿Hace cuánto llegaron?

Por un segundo, me quedé embobado mirándolo; se ve muy bonito, está de traje, el color que predomina en su vestuario es el negro a excepción de su camisa blanca, pero la mejor parte, diría que es su maquillaje, porque el color verde neón que acompaña al negro en el largo delineado en sus ojos le brinda un poco más de alegría; alegría que lo caracteriza muy bien. Y ni hablar de su brillante cabello; una parte de él está recogida en una trenza, mientras que el resto cae libremente hacia el otro lado.

— Ha-Hace un momento. — Respondí apenas.

— Pobre de ti, se suponía que te esperaría en la puerta para que mis padres no te acapararan y te hicieran socializar con sus aburridos colegas... Pero me distraje con mis amigos.

— No hay problema. — Sonreí. — Lo importante es que ya estás aquí.

— Supongo que sí. — Soltó una risa delicada y adorable mientras bajaba la mirada.

Broken Pieces; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora