《Diecinueve》

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Jueves.

La ráfaga de viento frío golpeó su rostro haciendo que lo bajara para amortiguar aquellos vientos que parecían querer ocasionar pequeñas heridas sobre su cara.

Ajustó un poco más su chamarra color negro y su beanie azul marino que su abuela le había obsequiado por su cumple años número 18.

Antes de llegar a la estación pasó por una pequeña cafetería para comprar 2 cafés medianos; uno para él y otro para Joaquín. Pagó ambas bebidas calientes y salió del local que se encontraba a unas cuantas cuadras de su destino.

Tomó un sorbo de su café y empezó a caminar a través de las reducidas calles de su ciudad, observando a una que otra persona que se encontraban en la calle, -seguramente iban de camino hacia sus trabajos o escuelas-.

Pasó por el parque que más de una vez había sido testigo del amor que él y su lindo pequeñin se tenían, y no pudo evitar que una sonrisa se extendiera por su rostro al recordar la cita del viernes pasado. Lo amaba. Joaquín lo amaba tanto como él lo hacía. Y ahora ya no tenía dudas de ello.

Siguió su rumbo hacia la estación, donde poca gente ya se encontraba en el interior. Con una de sus manos en el bolsillo y en la otra sosteniendo el pequeño porta vasos de cartón; entro al lugar.

Se sentó en la banca y esperó a que su Corazón -como él lo llamaba- llegara también. Sin embargo su mente comenzó a pensar en Joaquín. Joaquín, Joaquín. Aquel chico que vio la primera vez que él abordó un tren, por qué sí; Emilio había notado a Joaquín desde antes que este le hablara, lo había visto observándolo y aunque siempre le pareció un chico lindo y que le causaba curiosidad jamás intento acercarse o hablarle, hasta ese día en que se sentó a su lado. Él pudo notar el nerviosismo del pequeño ese día, y hasta cierto punto le había causado gran ternura. Quien imaginaría que meses después ese chico que siempre parecía estar en las nubes donde sólo existían sus audífonos y él, ahora sería el chico del cual estaría enamorado.

Amor.

Una palabra de 4 letras pero con una gran poder, y es que en toda su vida Emilio jamás había sentido algo así como el amor. Nunca había sentido esas pequeñas mariposas que tanto su abuela le decía o esa sensación de tener mayor cercanía con otra persona como lo tenía con Joaquín.

Durante muchos años Emilio se había mantenido ajeno a lo que el amor era, y no era porque el se limitara a ese bello sentimiento, sino que el problema era que nunca había tenido un interés en alguien. Para el rizado todos los chicos eran un poco idiotas y no lograban llamar su atención, por lo que jamás tuvo pareja y aunque sí, había dado su primer beso para el no significó gran cosa ya que fue en un proyecto escolar y no duro más de 3 segundos, por lo que sí, Joaquín también había sido su primer beso.

Y es que Joaquín había sido su primera vez en tantas cosas.

Joaquín fue el primer chico que llamaba su atención.
Joaquín fue el primer chico en hacerlo sentir esas tan conocidas mariposas.
Joaquín fue el primer chico con el cual había bailado una canción lenta -aunque haya sido bajo la lluvia- .
Joaquín fue su primer beso.
Joaquín fue su primer amor.
Y también Joaquín fue el primer chico el cual le regalaba rosas.

Las rosas.

Esas rosas que ahora para ambos chicos tenían un significado especial.

Algun día le contaré la historia de las rosas- pensó Emilio dentro de si. Y en automático una sonrisa se dibujó en su rostro.

Se sentía feliz. Feliz y enamorado.
Feliz y enamorado de Joaquín Bondoni; el chico más hermoso sobre la tierra, de grandes ojos, nariz de botón, lunares que parecen pequeñas estrellas en una noche estrellada, de pestañas largas y cabello semi rizado. Sí, Emilio estaba enamorado de ese Joaquín y estaba bien con ello.

Sus pensamientos fueron interrumpidos al ver como el tren que él y su adorable amor solían abordar cada mañana, se venía acercando. Verificó la hora en su celular y se percató que ya era hora. Levantó su vista y comenzó a buscar con sus ojos a Joaquín con la esperanza de encontrarlo corriendo con su mochila sobre sus hombros y su gorro de su sudadera cubriendo su cabeza por la fría temperatura del día, pero no fue así.

El tren se empezó a llenar y Joaquín jamás apareció. Le hubiese gustado quedarse un poco más para saber si el lindo castaño llegaba más tarde, pero no podía darse ese lujo ya que en unos minutos iniciaba su primera clase y no podía faltar, así que soltando un suspiro subió al tren.

Avanzó por el vagón hasta localizar un asiento libre cerca de la puerta. Acomodó su mochila y sacó sus audífonos para escuchar un poco de música y de esa manera no sentir tanto el vacío del chico de ojos café. Cerró sus ojos por un momento dejándose llevar por las melodías que salían del aparato.

Y ojalá así hubiera permanecido el resto del camino, ojalá se hubiera quedado hundido en su música, ojalá se hubiera quedado en ese pequeño mundo donde sólo existían sus audífonos y Joaquín en su mente.

Ojalá.

Pero lamentablemente los planes de otras personas eran distintos a los planes de las personas que abordaban ese vagón ese día jueves.

Emilio abrió sus ojos al escuchar fuertes golpeteos y gritos horrorizados, lamentablemente no pudo hacer mucho ya que cuando se encontraban cerca de llegar a su destino, su mundo se apagó, y por primera vez se sintió feliz de que su Joaquín no haya abordado el tren ese día jueves.

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Sólo les diré que está historia tendrá un final feliz.

-Ame;

Rosas  {Emiliaco}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora