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Arleth subía las escaleras más relajada, sin duda el abrazo que compartió con Adam había calmado su corazón

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Arleth subía las escaleras más relajada, sin duda el abrazo que compartió con Adam había calmado su corazón. Quizás nunca podría revelar quién era, pero ese momento apaciguó la mayoría de sus penas.

El chico que se había encontrado en la biblioteca estaba mirando por la ventana del pasillo que daba hacia el jardín central, Arleth meditó en saludarlo o no, optando por solo hacerlo si este notaba su presencia. Observó cómo el chico mantenía fija su vista al exterior, cuando la curiosidad la tentó en mirar también no encontró nada. Adam ya no estaba en la banca.

— ¿Irás a la biblioteca?

— ¿Eh? — Arleth reparó en su presencia. — No, hoy no.

— Qué pena, me habría encantado ver si hoy alcazabas el libro. — Aquel muchacho era odioso.

— ¡Leth! — Trevor se acercaba con su mochila y la de ella en brazos. El muchacho al darse cuenta de ello posó su mano sobre la cabeza de la joven, frotando hasta despeinarla un poco.

— Nos vemos, enana. — El chico siguió su camino y Trevor llegó.

— ¿Dónde te metiste? — Los mellizos y Alelí se acercaron segundos después.

— Pues... — Un par de brazos la atraparon y la muchacha sintió como un mentón se quedaba en su cabeza.

— Es tamaño bolsillo. — Raziel efusivo la apretujó más.

— ¡Completamente compacta! — Cameron se carcajeó, y sin más, Trevor le entregó su mochila a la chica para salir del instituto.


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— ¿Y bien? ¿Para qué me necesitabas? — Jonathan estaba sentado enfrente al escritorio de Adam. Estaban en aquel cubículo especial para asesorías con padres de familia o alumnos, un espacio que probablemente debió usar con Arleth minutos atrás.

— No sé por dónde empezar...

— El comienzo.

— Cállate. — Adam suspiró, Jonathan con una mueca sorbió del café que Adam preparó. — Bien, hace unas semanas iniciaron las clases.

— Lo sé. — Y la mirada del profesor caló.

— ...Me asignaron como tutor de una clase de tercer año, y tengo una alumna extranjera. — Jonathan no entendía del todo a que iba eso. — Se llama Arleth, Arleth Bennett. — El rostro inexpresivo de Jonathan se tornó impresionado, sus ojos estaban grandes y se había vuelto blanco como el papel. Sus manos comenzaron a sudar, y carraspeando para recomponerse, dejó la taza de café en el platito, volviendo a mirar a Adam.

— ¿...Y ella? — Jonathan notó como Adam calló por un par de segundos. Segundos que le carcomían el alma.


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D E S P E R T A RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora