En 1990, Madeleine Bennett tenía una vida perfecta, estupendos amigos, una amorosa familia, un mágico primer amor... Una vida que le duraría hasta los diecisiete años.
Porque el día que decidió acompañar a sus padres al trabajo, cavó su propia tumb...
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Antes de media noche dieron por concluida la reunión, Cameron y Noah ayudaban a su padre a lavar la loza y recoger la basura, Adam estaba en su mundo, completamente ido. Luego de haber hablado con Arleth en el cuarto de su hijo una sensación rara se había instalado en él, durante lo que resto la velada la observó todavía más, analizando sus actos, ya lo venía haciendo, no obstante, ahora todo le parecía extraño.
Es decir, algo no estaba bien. La chica actuaba nerviosa con lo referente a Jonathan, a veces dudaba en responder cosas de su vida en Inglaterra, es decir, Adam entendía que podía ser doloroso recordarlo, ya que vivió con su madre ahí. Pero ¿No hablar de sus amigos? ¿El nombre de su escuela? ¿Su barrio? Además, Arleth no tenía acento.
Bueno, quizás se estaba montando películas él sólito.
— ¿Papá? — Adam levantó la mirada hacia Cameron. — Perdón, hijo ¿Qué decías?
— Que si no necesitabas algo más ¿Te encuentras bien?
— Sí, Cameron. Ya puedes subir a acostarte. — El jovencito simplemente asintió, Adam le sonrió y observó a su hijo salir de la cocina.
Todo volvía a darle vueltas, eran detalles tontos los que le hacían sentir confundido. La chica obviamente no podía ser Madeleine, Arleth tenía diecisiete años, ¡Era una niña! Pero, maldición ¿Por qué esa niña era una calca de su mamá? No solo en aspecto físico, sino ¿Su personalidad? Adam no había tardado en relacionar su actuar con el de Madeleine, se ponía roja al hablar con Jonathan, con un hombre treinta años mayor, sonreía cuando lo veía, en diversas ocasiones atrapó a la joven observándolo. La cabeza le dolía de tanto pensarlo, existía en su interior algo que le decía que se estaba perdiendo de información muy importante.
Jonathan y Elián se despidieron de Arleth y Trevor con un ademan, ambos chicos frente a la puerta de la casa de los Bennett observaron el auto de Jonathan alejarse, el aire era fresco. Instintivamente Arleth miró al cielo, se sintió triste, ya no era como antes, eran pocas las estrellas que se llegaban a apreciar.
— ¿L-leth? — La voz de Trevor fue titubeante. La muchacha sonrió al verlo, tranquilizando con aquel acto el corazón de su amigo. — Yo quería-
— Perdón, Trevor. — Aquello sorprendió al jovencito. — Y gracias.
— ¿Gracias?
— Sí, por lo que dijiste en la cena, reaccioné mal, pero sé que no lo hiciste con mala intención. — El chico se sintió un poco avergonzado.
— Lo que intentaba decir era que-
— Que debo seguir avanzando y superar que Madeleine no existe más. — Concluyó Arleth. — Lo entiendo.
Trevor la observó con sumo cuidado, sonriendo justo después, Arleth lo miró curiosa y fue una grata sorpresa cuando su amigo le regaló un beso en la frente. La chica se sonrojó.