En 1990, Madeleine Bennett tenía una vida perfecta, estupendos amigos, una amorosa familia, un mágico primer amor... Una vida que le duraría hasta los diecisiete años.
Porque el día que decidió acompañar a sus padres al trabajo, cavó su propia tumb...
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— ¿Estás bien? — La voz de Trevor la hizo mirarlo. Arleth asintió, en todo el recorrido a su casa permaneció en su mente, callada sin prestar atención a su alrededor.
— Sí... Un poco abrumada nada más. — Aseguró con una sonrisa. — No imaginé que tu madre lo descubriría así de... ¿Fácil?
— Bueno, perdón por haber confesado el secreto antes de tiempo. — Arleth rió.
— Eras un niño, los secretos son complicados a esa edad. — Argumentó con diversión, Trevor apagó el auto ocasionando que Arleth notara que ya habían llegado a su hogar. Aunque no quisiera, Trevor se preguntó qué imagen tenía su amiga de él, es decir, entendía que era su amigo, sin embargo... ¿Lo vería como un niño o algo similar?
— ¿Te veo el lunes? — La jovencita asintió mientras se quitaba el cinturón, se acercó a su amigo dejando un sutil beso en su mejilla entonces abrió la puerta de carro y tomando impulso salió de éste con la caja y los álbumes.
Arleth no se giró a despedirse de nueva cuenta de Trevor, su mente seguía pensando en la manera tan simple y casi alucinante en la que Amelia descubrió su verdad, no se sentía agobiada tampoco temerosa era diferente a como lo experimentó con Adam, porque sintió que con su amigo había llegado a ser algo egoísta, un sentimiento similar era lo que percibía con la intención de contarle a Jonathan todo.
— Hola, cariño. — Su madre la saludó, curiosa, Estela se acercó a ayudarle con lo que tenía en manos. — ¿Qué son?
— Álbumes de Amelia... — Estela miró a Arleth con cautela. — Vino con Trevor. Y lo sabía, es decir, ella ya sabía quién era yo por eso me hablaba con tanta familiaridad y me hacía sentir de nuevo Madeleine y... — Estela le puso una mano en el hombro luego de dejar las cosas que tenía en el sofá.
— Respira, corazón.... — Entonces Arleth exhaló con fuerza.
— Mamá, Amelia sabe que soy Madeleine, sabe quién soy.
— Lo sé, Víctor nos contó. — La sonrisa de su madre volvió a tranquilizarla. — Hace unos meses le contamos a Amelia, le explicamos el procedimiento y todo... Sentimos mucho haberlo hecho sin que supieras, pero...
— Gracias. — Arleth se abrazó a su madre. — Gracias, gracias Mamá, Amelia me recibió con tanto amor.
— Tratamos de comprender que tan importante es para ti que tus cercanos sepan la verdad, así que, en lugar de mantener la mentira frente a ella elegimos contarle lo sucedido. — La jovencita sonrió, ocultando su rostro en el pecho de su madre, Estela se quedó callada acariciando la cabellera de su hija por el tiempo que ella decidió.
— Mamá, le contaré a Jonathan. — Estela no parecía sorprendida ni alarmada como en un inicio.
— Muy bien, cielo. — La anciana le dejó un beso en la coronilla abrazando de nuevo a su pequeña niña.