Cap. 8: Aléjate de mí

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Esta mancha no sale... — maldecí a la pequeña mancha seca en el cristal de la ventana del ático.

El capitán me informó con seriedad que a partir de aquel día, y hasta nueva orden, quedaba relegada bajo supervisión. Alguien llamado Eren, como si de un niño pequeño se tratase, se "chivó" al superior de que no había participado en la misión y aquello era una especie de castigo para que reflexionase. Dándome un trapo y un cubo, subimos al ático y advirtió que limpiase o las consecuencias serían negativas para mí.

Y allí estaba, perdiendo mi valioso y escurridizo tiempo batallando contra una mancha que no conseguía despegarse del frío cristal. Patético.

— Ya estamos otra vez... — logré escuchar la odiosa voz del castaño detrás de mí — bueno... mira quien está aquí también.

Ignoré su comentario y seguí frotando el paño. Juré que como no terminase pronto de limpiar le pegaría una patada a la ventana y a tomar viento.

— Que, tonta, ¿ya no estás tan agresiva?
— No me llames tonta.
— Por qué, es que lo eres.
— Eres odioso, no sé cómo puedes tener amigos.

Él simplemente se rió y vi que el capitán también le había puesto a limpiar. Cogió su escoba y se puso a barrer tirando el polvo sobre mí.

— ¿¡Eres retrasado o eres retrasado!? — no podía aguantar más su comportamiento.

Saqué con rapidez mi inseparable puñal para defenderme y lo arrinconé con un empujón contra la pared, poniendo mi brazo en su cuello y acercando el filo del arma a su mejilla.

— No juegues con fuego — le avisé con una voz siniestra.
— ¿¡Cómo es posible que tengas un puñal!? ¿¡Quién eres en realidad!? — exclamó asustado y enfadado a la vez.
— Soy-
— ¡Qué estáis haciendo ahí arriba, mocosos!

Eren cogió el puñal y lo puso entre nosotros para después con el otro brazo atraerme hasta su rostro y unir nuestros labios. Estaba impactada, pero pronto entendí el porqué; solo disimulaba antes de que el capitán viniese y viera el arma.

— Típico de críos como vosotros... — comentó al llegar a la puerta.

Tras irse, Eren y yo mantuvimos las distancias en silencio. Mi puñal fue devuelto y no pronunciamos palabra hasta que terminamos de limpiar aquel oscuro ático.

Saqué un papel y escribí una carta a mi padre para relatarle todo lo ocurrido, quizás me había pasado arriesgándome a sacar el puñal y por no mencionar que casi le digo a Eren mi verdadero nombre.

Era hora de descanso para todos, menos para mí que estaba bajo supervisión y tenía que hacer lo que el capitán me ordenase. Me apuré en escribir el mensaje y dejé la carta en el buzón que había afuera antes de que el superior volviese.

Esperé de brazos cruzados en su habitación por su prolongado regreso, era una habitación bonita y clásica, habría sido agradable haber tenido una habitación como aquella. Mientras esperaba mi cabeza me recordaba una y otra vez el beso de Eren; solo había sido fruto de la improvisación para esconder el arma... nada más... ¿verdad? Fuese lo que fuese, ese beso fue agradable para mí a pesar de que mi odio por el chico iba en aumento; sus labios se sentían bien, la manera de besar fue dulce... casi olvidabas que no era más que una simple tapadera, que era forzado y sin sentimiento. O quizás sí lo era.

— Por lo menos sabes limpiar — dijo el capitán cerrando la puerta tras de si — pero no hacía falta que limpiases los labios de Eren.
— Me disculpo por eso...
— Ahora ve a correr doscientas vueltas al campo.
— ¿¡Doscientas!?

Y esa es la historia de como morí...
En realidad no, pero estuve tres horas corriendo bajo el pesado sol, no calentaba mucho, pero comenzaba a pesar sobre ti el calor cuando no dejabas de correr.

— ¡Ary! — oí decir a Armin acercándose a mí tras caer al suelo exhausta — hace tiempo que no te veía, ¿qué tal?
— No... es... un... buen... momento... — intenté hablar, pero mis pulmones reclamaban aire a gritos.
— Tranquila, venía a traerte agua — dijo tendiéndome su cantimplora con una sonrisa.

Bebí hasta saciar mi sed y se lo agradecí enormemente, Armin sonrió y se sentó en el suelo junto a mí ya que apenas tenía fuerzas para levantarme. Recosté mi cabeza en su regazo y suspiré más cómoda.

— Creo que después de todas esas vueltas ya no hace falta que entrenes por un mes — bromeó el rubio acariciando mi cabello.
— Ojalá... estoy deseando que la supervisión acabe ya.
— Por cierto... pronto iremos a la cuidad para hacer guardia por allí, ¿te gustaría... que comiésemos juntos en algún restaurante? ¿Tú y... yo?
— Por mi bien. Siempre y cuando ningún indeseable interrumpa.
— Qué va. Muchísimas gracias, Arya, eres la mejor.
— No es nada...

LA CHICA DE FUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora