Cap. 15: Podemos ganar

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— La desaparición de Eren es algo gravísimo en estos momentos — dijo el comandante durante la reunión.

Los capitanes Hanji y Levi junto con Mikasa, Armin y yo estábamos en la oficina del superior. Él decía que si Eren no aparecía pronto, la humanidad perdería una esperanza de salvación. No entendí el porqué de tanta preocupación, sabía que tener un titán cambiante era una ventaja, pero también contábamos con muy buenos soldados; ¿acaso no se les tenía en cuenta? Eso me enfadaba.

Mikasa ni se inmutaba al escuchar las palabras del comandante Erwin; Hanji, Levi y Armin escuchaban atentos, pero yo no estaba dispuesta dejar que Eren interrumpiese cualquier misión importante.

— Yo iré a buscarle — dije levantándome de la silla — ha desaparecido por mi culpa y es mi deber resolver el problema. Vosotros seguid con vuestras expediciones, yo le encontraré.
— ¿Cómo? Si no tienes idea de que dirección tomar para empezar a buscar — objetó el capitán.
— Creo que puedo empezar por un sitio...

Una vez que todos abandonaron la sala, yo permanecí en la estancia con tres pequeños mapas sobre la mesa; uno presentaba la cordillera del norte, otro el lago que había más allá del bosque y el tercero marcaba ciertos sitios del bosque antes mencionado, mi hogar.

Sentí como alguien cogía un mechón de mi cabello y lo levantaba ligeramente.

— ¿Capitán?
— Deberías cortarte el pelo un poco, te molestará en las expediciones.
— Vale, lo haré.
— Y suerte en la búsqueda.
— Gracias, superior.

Cogí mi caballo en los establos y guardé los mapas en una mochila que até a la parte posterior de mi montura; agua, comida y armas era todo lo que necesitaba antes de salir. Los superiores se despidieron de mí cuando llegué a la puerta y me desearon suerte en el viaje.

— Vuelve en diez días, ¿vale? — me ordenó Erwin.
— ¡Ay, mi Nayeli se va!
— Capitana estaré bien, he pasado toda mi vida fuera, sé cómo sobrevivir — sonreí divertida por su reacción y me despedí de ellos antes de partir al exterior.

Mikasa y yo hablamos por última vez en los establos y le prometí que volvería con Eren, en ese momento solo esperé cumplir mi promesa y dejar de verla tan triste.

Llevaba ya unas horas cabalgando y decidí empezar por el bosque, concretamente en mi antigua casa. Dejé a mi caballo descansando al resguardo de un árbol y subí hasta las copas con el EMT, pensé que si Eren había escapado con su equipo quizás hubiese visto la casa y se pararía a coger provisiones. Era lógico, si fuese él haría lo mismo.

Respiré tranquila al pisar el suelo del reconfortante lugar y registré cada esquina para comprobar si había estado; todo estaba en su sitio. Fracaso. Decidí quedarme un tiempo para esperar que la nevada de fuera amainase.
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— Espero que todo le vaya bien... — comentó Armin mirando triste a través de la ventana de su cabaña.
— Nayeli es muy fuerte, seguro que puede con todo — le animó Conny.
— Está nevando mucho, solo espero que no se quede atrapada.
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Al cabo de dos días seguía registrando los lugares que marcaban los mapas sin cansancio, siempre siguiendo adelante. Todavía contaba con ocho días más para encontrarle.

Era de noche y buscaba con mi farolillo alguna cueva en la que poder dormir. Los titanes estaban completamente inactivos debido a la falta de luz y eso representaba una gran ventaja. Me sentía bastante sola, les echaba de menos a todos; a Armin, a mis amigos, a los superiores, a mi padre... sobre todo a Eren, tan solo quería decirle que no estaba enfadada con él y darle un abrazo.

Resultaba extraño, no había visto titanes pasada la cordillera, fue como si hubiesen desaparecido todos al mismo tiempo. Lo que más curioso fue, era el hecho de que llegué hasta una especie de pequeña ciudad habitada, cuando se suponía que la humanidad que quedaba en el mundo estaba en los muros. Parecía bastante... clásica, parecida a las ciudades del muro Sina, pero esta contaba con una tecnología un poco más avanzada; había muchas máquinas.

Bajé de mi caballo y me acerqué con cautela hasta la entrada resguardada por dos guardias con fusiles. Por lo que me fijaba, todos los habitantes llevaban unas bandas a modo de brazalete en el brazo con una estrella de doce puntas.

— Alto, autorización — ordenó seriamente un guardia.
— ¿Qué es esto? ¿No decían que la humanidad que quedaba solo estaba en los muros?

Ambos hombres se miraron extrañados sin entender lo que les había dicho.

— Es una soldado, Boris, no deberíamos dejarla-
— ¿Entrar? — preguntó una mujer joven terminando la frase del guardia — dejadla, parece cansada y querrá buscar un sitio resguardado.
— Pero proviene de los muros...
— Ella no ha dicho eso.

La mujer de cabello castaño oscuro salió de las grandes puertas y me tendió la mano con una cálida sonrisa.

— Me llamo Pieck, encantada.

LA CHICA DE FUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora