Cap. 16: No soy consciente

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Pieck me sirvió amablemente un té caliente y llevó mi caballo a un establo en buenas condiciones para dejar que descansase allí.

La casa de la chica era preciosa, increíblemente espaciosa como para vivir sola, con decoración muy antigua pero bien cuidada. Ella se sentó a mi lado con otra taza de aromático té y preguntó por mi origen.

— Siento haberme entrometido, pero estoy buscando a un amigo. Por casualidad no habrás visto a un chico moreno de pelo castaño, ojos verdes, metro setenta de alto...
— No me suena... siento no poder ayudarte.

La puerta del vestíbulo se abrió para dejar ver a un hombre alto... rubio... no podía ser él.

— Zeke, bienvenido — saludó Pieck como si nada.

El tal Zeke me miró sorprendido de verme allí sentada y comencé a sospechar malas intenciones de ellos.

— Vaya... nos volvemos a ver, Nayeli — me dijo ajustándose las gafas.
— Sí...
— ¿Qué te trae por Eldia?
— ¿Qué es esta ciudad? ¿Por qué no hay titanes, ni murallas? — le cuestioné con claro tono de sospecha.

Pieck me miró interrogativa, pero se puso entre nosotros para frenar la "discusión".

— Vale, chicos, llevémonos bien. La chica descansará esta noche y mañana seguirá su camino, nada de lo que preocuparse.
— Sí... Enséñale su habitación, Pieck, yo tengo que irme para encargarme de unos asuntos, pasaba a saludar.
— De acuerdo, nos vemos pronto.

Miré a Zeke antes de que se fuese de la casa, algo en mí me decía que las cosas en la legión no iban a ir bien... serían imaginaciones.

La nieve paró de caer al fin y salí a las calles con un conjunto que la mujer me prestó para explorar por mi cuenta el sitio; ¿estaría Eren aquí? Veía vehículos pasar; coches se llamaban, máquinas móviles que se dirigían con un volante. Sentía como si hubiese avanzado años en el tiempo.

Los niños jugaban alegremente en la nieve mientras los atentos padres vigilaban, me recordaron a mi infancia antes de que madre muriera.

Me disponía a regresar cuando un intenso dolor de cabeza me detuvo. Caí de rodillas en la nieve y apoyé una mano en la fría pared de un edificio mientras que con la otra me tocaba la frente. Enseguida el dolor desapareció, pero me dejó muy cansada y confusa; qué había pasado. Vi varias cosas en mi cabeza; mis compañeros llorando, sangre y una silueta moribunda caminando por la pradera.

Tumbada sobre la cama, escribí algún que otro poema y leí otra vez la carta de Eren, quería verle de nuevo, juré a mis amigos que volvería junto a él.

— ¿Puedo pasar? — preguntó Pieck.
— Claro.
— Quería decirte que me iba a dormir — comentó con una sonrisa — ¿no tienes sueño?
— Pensaba en mi amigo... desapareció sin dejar rastro y lo estoy buscando desesperadamente.
— Oh... debe de ser una situación difícil, ¿por eso llegaste aquí?
— Exacto, espero encontrarle pronto. Echo de menos a mis amigos.
— ¿Cuánto tiempo llevas fuera de casa?
— Tres días.
— Estoy segura de que conseguirás dar con tu amigo. Ahora es mejor que descanses, mañana te espera un largo día.
— Sí, gracias por acogerme en tu hogar, Pieck.

Me dedicó una sonrisa antes de salir y yo caí rendida en entre los cálidos edredones.
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— Es la hija de Kenny Ackerman.
— ¿Ese famoso asesino?
— Sí, puede ser peligrosa si se entera de nuestro plan. Es mejor que partamos ya hacia Shiganshina, tenemos que deshacernos del mayor número de soldados posible antes de que Nayeli regrese.
— ¿Por qué tanta prisa?
— Recuerda que, como todos los Ackerman, ella tiene "ese poder". Sería arriesgado tener tres Ackerman con vida a la hora de la lucha, serían invencibles.
— De acuerdo, iré por mis cosas y podremos irnos cuanto antes.
— Excelente...
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— ¿Pieck? ¿Hola? — intenté decir al ver la casa vacía — Se habrá ido temprano...

Fui al establo para coger mi caballo e irme cuando vi que este no estaba, de hecho, toda la comida, bebida y armas que llevé tampoco estaban; empecé a ponerme nerviosa ya que sin el caballo y provisiones no podía regresar. No debí de fiarme de la primera persona que me habló.

Salí a la calle para intentar buscar un caballo que robar, ya que no tenía nada de dinero. Durante la búsqueda de algún establo una niña morena se acercó a mí y sonrió señalando a las alas grabadas en mi abrigo verde.

— ¡Morid, soldados! — exclamó como si de una tontería se tratase.

Algo extrañada seguí mi camino. En esa ciudad algo andaba mal. Una persona encapuchada me detuvo antes de darme por vencida y, tendiéndome las riendas de un caballo, se retiró un decir nada, apenas vi su rostro. Sin darle más importancia, dejé aquella ciudad atrás, muy atrás.

LA CHICA DE FUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora