Cap. 12: Mejor olvida y huye

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La lúgubre tarde se cernió sobre nosotros irrumpiendo en nuestros entrenamientos. Las tardes eran cada vez más cortas y debíamos de levantarnos más temprano para aprovechar la escasez de luz. Ya preparaban los uniformes de invierno antes de que la nieve cayese en abundancia.

En ese momento, yo descansaba en un banco escribiendo tranquilamente un poema, aquellos poemas comenzaban a olvidar el pesimismo y se centraban en lo afortunada que era de haber conocido a personas maravillosas que antes creía prepotentes. Personas que se esforzaron en aceptarme dentro de la cómoda mentira que solo dos personas conocían, de momento.

— ¿Escribiendo todavía? — preguntó Eren sentándose a mi lado.

Cerré la libreta para ocultar mi nombre y asentí sonriente. Luché bastante contra mí misma para dejar el odio por el castaño atrás, tenía que darme cuenta que no todos eran malas personas y estas aún pueden cambiar.

— ¿No me dejas leer?
— Eren, no sabes leer.
— ¡Sí que sé! Mira... — buscó algún pequeño cartel en el que demostrarlo encontrando una señal de prohibición — Es...ta... parte... ¡esta parte! E...s... peli... peli...
— ¿Y tu padre era médico? — bromeé al verle intentando lo que no podía hacer.
— ¡Bueno vale, no sé! Pero eso no me hace falta a la hora de ir a por los titanes. No me voy a sentar con ellos a leerles un cuento.

Volvió a mi lado y de nuevo sacó otra rosa blanca bajo su chaqueta.

— No tengo ni idea de quién es, pero siempre las deja en mi cama diciendo que es para ti. Las notas me las lee Armin...

Cogí la rosa algo confundida y le pregunté a Eren por ella. Armin me confirmó que esas rosas pertenecían únicamente al exterior; quizás algún amigo de Eren que no fuese Armin aprovechaba las expediciones al exterior para traerlas... ¿pero quién? De nuevo la arrojé a una papelera cercana y Eren se rió un poco.

— Qué mala persona, Ary.
— Eren... ¿puedo contarte algo?
— Claro, dime.
— Yo... ¡prométeme que no se lo contarás a nadie!
— ¡Vale, vale!
— Me llamo... Nayeli Ackerman en realidad. No... no soy soldado, he vivido fuera de los muros toda mi vida y pensé en escapar cuando me encontrasteis, pero conocí a Armin y ya no quise abandonarle...
— ........

Sus ojos esmeralda se clavaron sobre mí, esa mirada pesaba como una losa sobre mi espalda y el silencio entre nosotros era sepulcral. Tragué saliva y cerré los ojos, cabizbaja, temiéndome lo peor.

¿Nayeli... Ackerman?— preguntó la voz de Armin haciendo que casi se me parase el corazón.
— A-Armin — tartamudeé al ver que no sólo estaba él; Conny, Bertholdt, Reiner, Sasha, Mikasa, Christa, Ymir y Jean estaban con él.
— ¡Desgraciada, nos mentiste! — gritó Ymir señalándome. Empezábamos a llamar la atención.
— ¿¡Cómo has podido!? ¡Confiábamos en ti! — le siguió Reiner.

Retrocedí asustada por la presión de todas aquellas personas que en ese momento parecían distantes y enemigas, Eren estaba callado mirándome y Armin era consolado por Mikasa ya que estaba muy nervioso; al igual que yo.

— Yo... no podía deciros la verdad... — intenté decir con la voz entrecortada y las lágrimas brotando.
— ¿¡Por qué no podías!? — preguntó Mikasa — quizá porque eres otra traidora más que quería atentar contra la humanidad.
— Seguro que es eso, ¡y también será otra titán cambiante como Annie! — añadió Conny.

Armin mandó callar a todos de inmediato y así sus acusaciones cesaron, yo estaba arrodillada en el suelo con las manos echadas a la cabeza, llorando desesperada porque callasen. Tras secar sus lágrimas se acercó hasta donde yo estaba y sacó un pañuelo de seda blanco con el que secó mis húmedas mejillas. Los demás le aconsejaron que se apartase de mí.

— Quédatelo, traidora — me dijo antes de levantarse e irse.

Ese adjetivo me partió el corazón en mil pedazos. Armin... aquel amable chico que me tendió su chaqueta cuando tuve frío, que se esforzó en que hiciese nuevas amistades, el que me dedicaba una sonrisa cada frío día... me acababa de llamar traidora.

Christa, Sasha y Bertholdt también permanecieron callados con miradas de lástima por mí, pero los demás no sintieron tanta lástima como para insultarme y acusarme falsamente.

Miré a Eren, quien tampoco había pronunciado palabra. Sus ojos estaban apagados, el precioso verde no brillaba, era oscuro y sombrío; daba miedo.

— Cómo pudiste... — susurró con voz quebrada.

Tragó saliva y se aproximó para agarrarme del pelo con fuerza y pegarme un puñetazo en la mejilla, sintiéndola acalorada y dolorida.

— Esto es por mentir... — volvió a hablar con mucha calma antes de volver a pegarme dos veces más — Esto es por jugar con nuestros sentimientos... y esto es por tirar mis rosas a la basura.

Así, bajo las constantes gotas de agua, me dejaron arrodillada y con un corte en el labio por los golpes sobre la asquerosa tierra que comenzaba a empaparse. Saqué fuerzas de lo más profundo del cuerpo para exigir a mis músculos que me permitiesen ponerme en pie y me levanté tambaleante sin saber qué hacer o a dónde ir. Allí ya no era bien recibida.

El único pensamiento que se guardaba en mi mente para dañarme a mí misma eran las dos únicas palabras de Armin; "quédatelo, traidora". Aquello me dolió más que la muerte de mi propia madre. Me tapé la herida con el pañuelo, manchándolo ligeramente de sangre, y corrí hacia donde las piernas me llevasen sin detenerme.

LA CHICA DE FUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora