Cap. 5: Recuerdos valiosos

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**Nueve años antes**

— Mami, ¿estás mejor?

Mi padre se acercó a mí, apoyando sus manos sobre mis hombros de forma cariñosa.

— Nayeli, cielo, deja a mamá descansar.
— No... déjala estar aquí...

Miré a mi madre muy triste; hacía meses que se enfermó y no se había curado

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Miré a mi madre muy triste; hacía meses que se enfermó y no se había curado. Padre intentó todo por salvarla, pero el destino fue cruel con ella y nos la arrebató demasiado pronto.

Padre me abrazó aquel fatídico día para nosotros y prometió hacer del resto de mi vida una de las mejores experiencias que pudiese imaginar.

— ¡Papá, los soldados! — exclamé asomándome por una ventana para ver al cuerpo de exploradores pasar con sus caballos.

La seguridad de las densas copas arbóreas nos camuflaba a la vista de los exploradores, sin embargo no pude contener mis ganas de conocer a aquel comandante que tanto admiraba.

— No, Nayeli, nunca debes acercarte a ellos. Esa gente no se merece tu admiración.
— ¿Por qué?
— Ellos van a matar a los titanes. Esas criaturas no se lo merecen, lo que convierte a las personas en seres injustos.

 Esas criaturas no se lo merecen, lo que convierte a las personas en seres injustos

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Así fui aprendiendo poco a poco a casi despreciar a la humanidad.

**presente**

Seguí a la capitana por los pasillos del edificio central para llegar a la biblioteca. Se la veía muy animada y enérgica para ser tan temprano en la mañana, pero eso no me importó; lo que mantenía mi mente alerta era el porqué me llevaba con ella y el para qué.

Oficiales pasaban por nuestros lados sin percatarse mucho de mi presencia. Detuvimos el paso antes dos grandes y bien ornamentadas puertas de madera que suponían el acceso a la biblioteca. Amablemente me pidió que tomase asiento en las cómodas y acolchadas sillas y sacó varios papeles de su carpeta de trabajo.

— ¡Bien, Shimura, podemos comenzar!

Entregándome un pequeño formulario para rellenar con mis datos personales, me dijo que completase la hoja. Así de nuevo mentí, dejando como verdad únicamente la edad, estatura y familia.

Nombre y apellido:  Arya Shimura
Edad: 16
Estatura: 1,71
Familia: padre (vivo) / madre (fallecida)
Residencia: Distrito de Shinganshina, Muro María
Ocupación: Cuerpo de exploración
Expediciones realizadas: 4
Titanes asesinados en solitario: 10
Titanes asesinados en grupo: 24


— ¿A qué se refiere con esto, capitana? — pregunté mostrando falso interés tras completar la ficha, en realidad los nervios me consumían.
— Me refiero, querida niña, a que necesito que la pequeña Nayeli Ackerman me cuente la verdad.

Extendí lentamente mi mano por mi pierna hasta llegar al pliegue del cinturón y del accesorio saqué un pequeño puñal.

— Puedes guardar tu arma, no se lo contaré a nadie — prometió con una sonrisa sincera.
— ¿Por qué debería creerte?
— Te lo explicaré, era muy sencillo saber que eras una Ackerman.

Así mostró ante mis ojos un grueso libro en el que tenía grabado mi apellido en cuya desgastada cubierta.

— Este libro, querida Nayeli, es el libro de tu familia; aquí están todos tus antepasados y familiares.

Abrió con cuidado para dar con una página dedicada a mí y señaló un pequeño párrafo.

— Así pude descubrir quién eras, pero entiendo que mintieses. La gente te preguntaría por qué vives fuera de los muros. Así fue como añadí tu nombre falso al registro n° 56 para que nadie sospechase.
— ¿Significa eso que ahora conoces cualquier dato?
— Exacto, eso sí, guardaré bien este libro y así mantendrás el secreto. Ya puedes retirarte si quieres.

Asentí y caminé con paso lento hasta la puerta en la cual me detuve apoyando una mano en el picaporte dorado.

— Si el capitán Ackerman y yo compartimos apellido... ¿qué significa? ¿Coincidencia o familia? — le cuestioné a la superiora antes de irme, quería saciar esa curiosidad.
— Pues no miré nada de eso, pero creo que no sois familia. Levi solo tiene, bueno, tuvo a su madre y su tío, que está en el muro Sina. Ellos son la única familia que tiene.
— Ya veo... le agradezco su comprensión, capitana.

Salí al campo mientras que el resto de soldados se dirigía al comedor en el frío día invernal.
Mi estómago estaba cerrado, el hambre todavía no llamaba a mi puerta y es que era difícil abrir el apetito teniendo constantes preocupaciones.
Sentí un roce en mi tobillo cuando vi a un pequeño gato gris rogando por comida, sus agudos maullidos se repetían así que lo cogí para buscar algo con el que alimentar al animalito. Al fin y al cabo, todos somos débiles.

 Al fin y al cabo, todos somos débiles

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LA CHICA DE FUERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora