5. Murallas

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Salí del ascensor rápidamente, no quería estar ni un segundo más entre esas cuatro paredes de metal. Lo reconozco, aquel momento me aterró. Sentí de nuevo la sensación de encierro. Por mucho que aquello fuera parte de mi sueño, el proceso de asimilar el aislamiento fue durísimo. Al salir el choque de realidad lo fue más. Nadie está preparado para salir al mundo exterior habiendo pasado de anónima a tener el foco delante de tu cara a cada paso que das.  Algo similar me pasó cuando salí de aquel ascensor. Estaba asustada. Hacía demasiado que no estaba a solas conmigo misma. Tal vez ese era el problema de todo aquello. Desde que rompí con Pablo me había exigido a mi misma distraerme para no pensar. Estaba obsesionada con no pensar, tanto, que no había dejado a la herida cicatrizar. No pude hacerme la fuerte. Necesitaba irme, huir a mi habitación y llorar todo lo que no me había atrevido durante todo ese tiempo. Me necesitaba a mí. Vi la confusión en sus ojos, pero también sentí bajo mi piel la necesidad de liberarme.

Aquella noche no dormí. No pude. Me bebí todas las cervezas del minibar, intenté componer pero no podía, llené el suelo de versos y mis ojos de mares. El sueño huía de mi cuerpo, se fugó en busca de todas aquellas respuestas que mis dudas necesitaban. Alimentándome de dolor, así estado durante todo este tiempo. Sonrisas, focos, deporte, más deporte, inhibirme de mí misma con mil actividades por día. Pero como en todo, al final, sale el sol y con él, el sueño se apoderó de mi cuerpo. Cuando desperté eran más de las doce de la mañana. En una hora había quedado con los compositores. Rápidamente me levanté de la cama y me arreglé. Cogí el mapa y mi guitarra. Cuando quise salir me encontré un pequeño papel en el suelo.

"Miri,
Marcho ya para Madrid. Espero que disfrutes al máximo de esta experiencia, después todo te toca eso, volver a disfrutar. Me siento fatal por haberme ido, sé que tú necesitabas que estuviera contigo. Solo espero que Malú cumpla su palabra y te ayude estos días.

Por cierto, creo que tenemos una conversación pendiente sobre esa relación tan rara que tienes que Malú.

Cuídate y disfruta. Te quiero,

Efrén."

Sonreí y guardé la pequeña carta en mi bolsillo. Realmente ni yo sabría definir con exactitud mi relación con Malú, lo que sí sabía era que después de que me ayudara en el ascensor, necesitaba alguna respuesta que le ayudara a entender el porqué de mi huida cuando por fin lo abrieron. Emprendí el camino hacia el estudio mientras desayunaba un batido.

Se me pasó el rato volando, casi sin darme cuenta ya eran las 5 de la tarde y había compuesto dos canciones. Volví hacia el hotel. Estaba agotada. Subí por las escaleras y cuando llegué a mi planta, el tercer piso, casi beso el suelo. Después del día que había tenido subir tres plantas me dejaba aún más agotada. Abrí la puerta de mi habitación y me adentré en ella. Dejé la guitarra y mi vaso de batidos. Me tiré de espaldas a mi cama. Respiré profundo. Alguien golpeó ligeramente mi puerta. Me levanté de la cama y me dirigí a descubrir quién había tras ella. Abrí despacito la puerta. Tras ella, Malú.

- Siento si molesto o no me quieres ver pero me quedé preocupada ayer.-dijo nerviosa.

Sonreí.

- No molestas. No fue por ti lo de anoche, está todo bien, Malú. Pasa si quieres. Acabo de llegar.-dije haciéndome a un lado para que pasara.

- Lo sé, te he escuchado subir.-dijo sonriente.

- ¿Me espías?-pregunté sonriente.

- Ya te gustaría pero la verdad es que tu paso firme y tus quejas en gallego son inconfundibles.-respondió divertida.- Menudo desorden chica.-comentó cuando entró más en la habitación.

HALA KENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora