24. El peso de la libertad.

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Ya había llamado a Armand y él accedió a hacerme el favor. Pero aún sabiendo que él no me fallaría, estaba nerviosa así que decidí volver a llamarlo.

- Miriam, estoy de camino. Tranquila.-respondió resoplando divertido por mi impaciencia.

- Es que Armand necesito saber que está a salvo.-contesté algo agobiada.

- Ay qué pesada, que tu novia va a estar perfectamente.-respondió divertido.

Obviamente, Armand desconocía gran parte de la historia, del motivo que me movía para pedirle aquel favor. Confiaba en él, pero era un tema demasiado delicado como para andar en detalles, además, urgía y no me daba tiempo a extenderme en explicaciones.

- Oye, no es mi novia.-contesté rápido.

- Oh, ya claro.-dijo con cierto sarcasmo.

- Armand, no es mi novia.-insistí.

- Sí, claro Miriam, no es tu novia.-respondió jocoso.

-  Chica qué pesada. Qué asco dan las confianzas eh.-dije divertida.

- Pues mucho, pero qué le vamos a hacer.-respondió en un tono alegre.- Vale a ver, ya he aparcado. Espero que tu novia sea puntual.-añadió.

- Armand.-insistí resoplando.

- Qué pesada, que no pasa nada Miriam, que estamos en el siglo XXI.-dijo despreocupado.

- Chica que ya lo sé, pero que no lo es.-respondí algo más seria.

- Bueno, pues tu rollo, lo que sea, tú ya me entiendes.-dijo restándole importancia a aquello.

- Vas a seguir diciendo que es mi novia.-dije entre risas.

- Pues efectivamente.-respondió divertido.

- A veces te odio un poquito.-dije mientras me cambiaba de ropa.

- Otras sin embargo me quieres tanto que me pides que rescate a tu novia.-respondió mientras carcajeaba.

- Ay, es que eres odioso, de verdad.-respondí riendo mientras me cambiaba de ropa.

Pese a que en aquel momento estaba expectante y focalizadaen lo que sucedía en Madrid, debía cambiarme de ropa y hacer la cama porque en media hora debía estar en el estudio. Me puse un jersey blanco de cuello alto finito, unos tejanos desgastados y las vans negras. Cabe recordar que ya estábamos en la segunda semana de septiembre y en Londres ya empezaba a apretar el frío.

- Vale a ver, ya estoy en el Palacio de cristal, yo aquí no veo a nadie.-dijo Armand desde el otro lado del teléfono.

- ¿Y en frente? Justo al otro lado del lago.-pregunté recordando la localización donde nos encontramos cuando volví de Galicia.

Armand se quedó en silencio unos segundos que para mí fueron eternos.

- Vale, creo que está ahí, donde tú dices. Voy a ver.-dijo mientras avanzaba.

- Disimula, que a veces le siguen.-dije mientras me sentaba en la cama.

Mientras hablaba con Armand, Efrén irrumpió en mi habitación.

- Sal ya de la cama, peixe.-dijo mi hermano mientras abría la puerta.- Pero ¿por qué carallo no bajas?-añadió cuando me vio completamente vestida, con la cama hecha y sentada en esta.

- Luego te cuento, un momento Efrén.-dije señalando el teléfono.

- Uy, ¿mi cuñada?-preguntó divertido apoyándose en el marco de la puerta.

HALA KENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora