11. El grito.

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- Despierta.-noté un leve golpe en el muslo.- Miriam, que ya hemos llegado.-dijo con un tono dulce. - Gallega no te hagas la dormida porque sino me veré en la obligación de despertarte a lo bruto y no creo que te haga especial ilusión.-dijo esto último riendo levemente. 

Seguí haciéndome la dormida, quería ver hasta donde iba a llegar. Resopló.

- No me obligues a tirarte agua eh.-dijo riendo mientras me acariciaba el pelo.

Sonreí sin abrir los ojos.

- Mira que te llega a gustar hacerte la remolona.-dijo divertida.- Venga levanta que solo quedamos tú y yo aquí subidas y nos están esperando abajo.

Hizo el gesto de levantarse pero le cogí del brazo. Abrí los ojos y clavé mi mirada en sus pupilas. Intensidad. Dio dos pasos hacia mí. Ladeó la sonrisa. 

- No me mires así porque me veré en la obligación de comerte la boca.-dijo suspirando y echando su cabeza hacia atrás.

Me sonrojé y me mordí el labio inferior tímidamente.

- Ahora no pongas esa cara de niña buena, inocente y pequeñísima porque me derrito y estos cambios emocionales me estrujan el corazón.-dijo con una sonrisa en los labios.

Reí y me levanté, quedando a un palmo de ella.

- ¿Todo bien, chicas?-dijo una voz sacándonos de nuestra burbuja.

Era Margarita, la guía. Asentimos y bajamos del autocar. Allí nos estaban esperando todos. Me sonrojé de la vergüenza por haber hecho esperar al resto del grupo.

- Lo siento mucho, me dormí.-me disculpé.

- Tranquila muchacha, suerte que te has dormido tú porque se llega a dormir mi Diego con lo que ronca...-dijo la entrañable mujer mayor riendo a carcajadas.

Diego, su marido le miraba sorprendido y rió también negando con la cabeza. Aquella complicidad construida con el paso del viento y los años me pareció de lo más entrañable. Entre sus miradas había mil historias, cicatrices, heridas que ya no dolían, cariño y un amor tan poderoso y grande que salía de sus cuerpos y nos envolvía a todos los presentes. Sonreí ante aquel momento y cargué mi mochila. 

- Bien, grupo, ahorita se encuentran en la bella ciudad de Palenque.-explicó Pedro.

Fuimos caminando mientras ambos guías iban realizando explicaciones. La confluencia entre la hiedra y las ruinas, el sol que brillaba y quemaba un poco, la suave brisa que ayudaba a no perder el aliento y su cara de concentración a cada paso que daba. 

- ¿Qué tal vas?-le pregunté acercándome un poco a su oreja.

- ¿Tan mayor me ves como para preguntarme si aguanto el ritmo?-preguntó divertida esquivando la pregunta por su pie.

-  Chica yo no tengo la culpa de que hayas visto nacer a los dinosauros.-respondí divertida.

Si ella no quería hablar de su pie, no iba a obligarla.

- Tendrás valor, niñata.-respondió haciéndose la ofendida.

Aceleró el paso tratando de hacerse la valiente. Llegamos a un puente de madera en el que se notaba el paso de los años.

- Bien, ahora nos adentraremos en las ruinas. Como bien les dijimos en el inicio del viaje ustedes deben encontrar cada día uno de los principios mayas. Al otro lado del puente podrán buscar el principio número dos.-dijo Pedro, el guía.

- Ahorita tengan mucho cuidado al cruzar, de uno en uno y sin prisas. El puente es completamente seguro pero deben tener cuidado.-recalcó Margarita.

HALA KENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora