Me dio rabia su desconfianza, las palabras de Pablo y la sensación de caminar hacia un destino inalterable. No quería ser la muñeca rota de nadie, tampoco una trepa ni una caza fortunas. No era nada de eso. Me dormí enfadada, con ella, con el mundo y conmigo, por no poder sacarme de la cabeza aquel último encuentro con Pablo, cuando le dejé. No podía sacar de mi mente todo lo que sentí, los puñales que vertían su boca y su mirada llena de odio. Estaba harta de su voz metida en lo más profundo de mi cabeza.
Al día siguiente me fui temprano al estudio donde me había citado con otros dos autores. En aquellas tres horas logré inhibirme de todo, eran dos chicos encantadores, pero el tema compositivo no iba muy allá. Todavía no había conseguido componer una canción que me gustase al cien por cien. No fluía. Salí de allí dando un resoplido. Me puse las gafas de sol y caminé hacia el hotel. Una vez allí decidí ir al gimnasio a desahogar mi frustración. Esta vez cogí los guantes de boxeo y empecé a golpear el saco. Primero con los puños, golpes flojos pero certeros. En mi cabeza la frustración por no poder componer desde aquella maldita tarde. Sin darme cuenta subí el ritmo de golpeo con la desfortuna de que di tan fuerte que se me cayó el saco encima. Tal vez era una señal de mi subconsciente: no dejes que la frustración llene tu cuerpo, porque es ahí cuando todo tu dolor sale a flote.
Escuché una pequeña risa a lo lejos. Aparté de mí aquel saco de 54 kg con esfuerzo y miré hacia la puerta, era ella.
- Perdón, perdón.-dijo al darse cuenta de que le había escuchado reír.
- Tranquila, no pasa nada.-dije seca.
Dejé el saco de boxeo a un lado y me fui a la zona de musculación. No quería intercambiar muchas palabras con ella, menos después de que se pensara que me había acercado a ella por interés. Cargué con 50 kg las pesas y me tumbé en la tabla. Fijé mi mirada en el techo. Arriba y abajo. Hice tres repeticiones. Me levanté y le añadí peso a la barra. Volví a tumbarme y de nuevo, arriba y abajo. Noté mis brazos temblar del esfuerzo. Cogí aire y subí la barra una última vez más. Me levanté de la tabla y me sequé la frente con la toalla. Me giré y vi que seguía en el marco de la puerta apoyada, mirándome.
- ¿Quieres algo?-pregunté.
- Bueno, algo sí.-dijo y rió.
Alcé los ojos y suspiré. Estaba haciendo como si nada pero yo no estaba como si nada. Me subí en la bicicleta estática y empecé a pedalear. Se puso en la bicicleta de delante. Contoneaba sus caderas con mucha sensualidad. Sabía perfectamente qué pretendía pero esa vez no iba a seguirle el juego. Cerré los ojos y pedaleé más rápido. Pedaleaba tan fuerte como podía.
- Ni te imaginas lo guapa que estás cuando estás concentrada.-susurró una voz a escasos centímetros de mi oreja.
Resoplé y abrí los ojos manteniendo mi mirada en la pared de enfrente.
- ¿Qué quieres?-pregunté molesta.
- Que dejes de ser una rancia.-respondió.
Dejé de pedalear.
- ¿Y por qué extraño motivo? Si total, solo quiero aprovecharme de ti, ¿no?-respondí clavando mi mirada en sus ojos.
Su semblante se volvió serio.
- Tal vez te juzgue mal, perdón. Pero entiende que con la que me está cayendo...
- ¿Qué te está cayendo? Habla claro, carallo. Te acercaste tú desde el primer momento pero quien desconfía eres tú y me tratas de busca famas. Chica, ¿qué te pasa?-le corté enfadada.
Me miró. Agachó la cabeza.
- No creo que el gimnasio sea sitio para hablar de esto.-dijo.
- Pues fíjate que yo no pienso moverme, así que si tienes algo que contar será entre esterillas y cintas de correr.-dije cruzando los brazos sobre mi pecho.
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HALA KEN
FanfictionPercibir cómo lates, saber cómo lates y descubrir dónde lates. Ese es el verdadero desafío de esta vida. Abrir las alas y cerrar los ojos al miedo.