Capítulo XXXVII

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  El mundo entero hizo silencio.

—¡Mírame, lobito! —gritó una vez más, haciendo gruñir al monstruo, demostrando que reaccionaba a sus provocaciones—. ¡Ven por mí, vamos!

—¿Y a esta qué le pasa? —murmuró Derek, bastante pegado al oído de su mejor amiga.

  Ella se encogió de hombros, girándose levemente para verle, encontrándose con su rostro más cerca de lo que esperaba. Volvió, tan rápido como pudo, la mirada hacia su sobrina, tratando tal vez entenderla, o tal vez de quitar esa idea que tanto le rebotaba en la cabeza.

—No lo sé, pero debe tener sus razones... confío en ella.

—Bien... si tú lo dices...

  Pero ambos tenían ese temor en la mirada, ese al que no le encontraban el porqué. Sentían, desde lo más profundo de su ser, que no era buena idea dejar todo sobre los hombros de Cyan, que no sería prudente dejarla a cargo de esa situación. Pero, siendo sinceros, a esas alturas no podían hacer nada. Aquella muchacha seguía incitándolo entre gritos, repartiendo invitaciones a atacarla. Fue entonces que Vestral accedió a lo que sus alaridos reclamaban, comenzando su camino hacia ella. Cada paso daba lugar a un nuevo temblor, haciendo vibrar el suelo como el choque de dos placas tectónicas. Se acercaba con lentitud, reduciendo tras cada segundo la distancia entre él y la mujer que seguía levitando a un lado del castillo. Cyan volvió a hablar, pero ahora en un idioma que muy pocos conocían.

—Äz-lë pä hüt ötïmön, tïpëtÿ köpü.

  Los tres de cuatro hombres allí que no hablaban ese idioma dirigieron de inmediato la vista hacia Opal, quien deseaba creer que todo aquello era solo una broma de mal gusto.

—Creo que dijo... «Ven por tu cordero, pequeño lobo».

  Nadie respondió, únicamente se limitaron a devolverle la atención a Cyan. Esa sonrisa se mantuvo estática en su rostro, aterrando a cualquiera que la siguiese viendo fijamente. Nadie hizo ni un solo ruido, tan solo se oían las patas de la bestia impactar contra la tierra endurecida y, luego de unos minutos, los rugidos y jadeos de la misma. Apenas al separarlos cinco metros, Ruby trató de intervenir. ¿Por qué no lo hizo antes? Esperaba que su hermana estuviese planeando otra cosa, que al tenerlo cerca reaccionara y le tendiera una trampa al monstruo, pero ella tan solo se quedó esperando a que Vestral llegara delante de ella, lo que alteró gravemente a su hermano.

—Cya, ¿qué haces? En serio... detente.

—No, no, hermanito —Rió una vez más, sin despegar los ojos del pelaje oscuro que Vestral presumía—. ¿Por qué debería parar? Voy a deshacerme de la amenaza, como antes no pudieron los demás.

—No es buena idea, Cicy, por favor...

—¡Ya, cállate! —Frunció entonces el ceño, mirando por fin a Ruby con una expresión repleta de odio—. ¡Yo sé lo que hago, solo... cállate!

Y finalmente volvió la vista a su enemigo, al monstruo que ya casi tenía encima.

—Lárgate de aquí.

  Ruby tragó saliva, mirando el suelo con pena y temor, para luego asentir y alejarse varios metros del punto crítico. Ya no había vuelta atrás, la mujer se halló frente a frente con el monstruo. Se vieron directamente a los ojos, cada cual con las mismas ganas de matar al otro, perfectamente apreciables en la electricidad que parecía salir de la mirada de los dos. Otra sonrisa, que esta vez le heló la sangre a todo el mundo, se hizo presente entre ambas mejillas de la muchacha.

—Yo no te tengo miedo.

  Un nuevo silencio se esparció entre las bocas expectantes. La bestia rugió nuevamente, abriendo la boca tanto como podía para engullirla de una sola vez. Cuando sus colmillos estuvieron apenas a algunos centímetros de su cuerpo, en cuanto pareció ya no haber escapatoria, entonces fue que Cyan cerró los ojos dejando que la devorara. Se oyó un grito desesperado surgir a sus espaldas, era Opal, a quien los tres hombres que la rodeaban debieron retener para que no corriera hacia donde se daba aquel suceso. Ruby, no tan lejos como le hubiese gustado, veía horrorizado cómo su hermana desaparecía entre las fauces del monstruo. No lo creían, les costaba entender qué había pasado. Eso que acababan de ver recibía el título de suicidio más que sacrificio. Realmente salía de su entendimiento qué habría tenido Cya en mente cuando decidió inmolarse de esa manera. Las cuencas de Opal se inundaron, fue igual para Raphael. Su hijo se tapó el rostro, dejándose caer de rodillas sobre la tierra. Los trillizos se miraron entre sí aún sin soltar a su amiga, el dolor de estómago que comenzaba a molestarlos era algo que los tres compartían en ese momento. La mujer a quien ellos sujetaban simplemente se desplomó. Cuando las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas y el llanto se volvía más sonoro, Derek se agachó a su lado para consolarla con un abrazo. No solo él sentía cómo se le partía el corazón al oír los sollozos de Opal, sino todos los hermanos. Entonces Liam volteó hacia su derecha, hallando a un padre que luchaba por no desmoronarse, que intentaba a duras penas retener las gotas de agua salada antes de dejarlas caer. Se aproximó sin pensarlo hacia Raphael, regalándole una sonrisa comprensiva en cuanto este le devolvió la mirada. Liam rodeó al hombre, que en cuanto a altura era un poco mayor, con sus brazos. Rapha solo se limitó a esconder el rostro en ese hombro que se prestaba para regalar algo de alivio, y únicamente entonces se permitió llorar. Así se mantuvo el ambiente un par de minutos.

  Pero de pronto, Vestral gruñó. Fue un gruñido grave, profundo, uno que expresaba molestia. Desde su garganta, atravesando la piel y el pelaje tan gruesos que poseía, nació una brillante luz que se intensificaba más tras cada segundo. Daba la impresión de que hasta él mismo miraba con extrañeza aquel suceso. Los habitantes de aquel planeta se limitaron a ver con los ojos aún cristalizados y una creciente intriga, intriga que se mezclaba de manera extraña con el vacío que se había abierto en sus almas hace un instante. El líquido que quería seguir humedeciendo esos rostros volvía más fulgente aquella luz, como si fuera poco el resplandor que realmente emitía. Inmediatamente, los bramidos del monstruo se volvieron angustiosos, contenían dolor, lo contagiaban también. Lastimaba, ese brillo que brotaba de su interior le hería la piel, o lo hacía aquello de lo que provenía el mismo destello. No eran solo quejas, sufría, y ese sufrimiento le hacía gritar. Gritos capaces de aturdir a todo el que estuviese dentro del castillo, razón por la cual algunos comenzaron a salir de él. Un grupo pequeño de personas atravesó las puertas del edificio, algunos se tapaban los oídos, otros buscaban ver el fin de la bestia sin un cristal de por medio. Sus hospedantes no tuvieron tiempo de enviarlos de nuevo al interior de aquel sitio, siquiera llegó esa idea a sus mentes, estaban todos absortos presenciando la agonía de Vestral.

—¿Es idea mía o... se está quemando? —Salió por la boca de Nathan en forma de susurros al borde de lo nervioso, quien, aun así, parecía ser el único con la capacidad entonces de concatenar una frase completa y/o coherente.

—Ajá... —Fue la respuesta a unísono de sus hermanos, mientras ellos y los dos restantes asentían con ritmos desiguales, afirmando la idea.

  Literalmente vieron arder el pelo del enorme ser en un aro que rodeaba el foco de aquella luz. También notaron, poco después, que sus rodillas temblaban. No podían ni siquiera imaginarse el dolor que sufría, pero les importaba más saber si la razón de todo ese dolor era en realidad la que ellos creían, la que querían creer. Ni bien terminaban de considerarlo, el resplandor se esparció hacia el resto de su cuerpo. Como si de pronto se hubiese tragado una poderosa linterna, vieron todos un brillo grisáceo, al igual que veríamos uno de color rojo al poner un dedo sobre cualquier fuente de luz lo bastante intensa. Entonces el brillo venía de su interior, no salía, pero así pudieron ver una silueta flotando en posición fetal dentro de su cuerpo. Esta silueta se mantuvo así unos minutos hasta que extendió todo su ser, estirando tanto brazos como piernas y, como parte del mismo movimiento, el fulgor los cegó. Alcanzaron a ver a Vestral deshacerse al contacto con la luz, consumiéndose de la misma manera que si se hiciera parte de una estrella.

  Una risa femenina. No, carcajadas, fueron carcajadas bruscas, al borde de lo maniático. Un nuevo sismo los sacudió, haciéndoles caer. Solo que, esta vez, lo fue realmente. Nada estaba haciendo temblar la tierra como lo hicieron las pisadas del monstruo, el mismo suelo temblaba. Se oyó el choque de mil rocas al caer, y los gritos desesperados de los huéspedes. Un verdadero caos se les presentó a sus oídos, dado a que poco más podían apreciar usando sus otros sentidos. Olía a césped quemado, y a madera al arder. Miento, olía a cenizas, olía a polvo, a piel en llamas. Sentían el viento fuerte entre sus dedos y la piel reseca. La tierra contra las manos y, algunos, la sangre brotar desde distintos sitios. Corazones tan acelerados que sus latidos se extendían a casi todo el cuerpo. A aquellos que estaban más cerca de la bestia, siendo estos Liam, Rapha y Ruby, les zumbaban los oídos. Pudieron haber tardado varios minutos hasta comprender la situación, desde dónde se encontraban hasta lo que sucedía justo frente a sus ojos, pero fue solo luego de que el resplandor se atenuara. Y entonces lo vieron todo, pero había algo en ese asunto que les molestó especialmente. No era una imagen agradable, mas simplemente hubo una cosa peor, algo que implicaba a quien creyeron haber perdido. Y no, no les gustaba lo que veían.

Cyan's Twin © #O&R3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora