Capítulo XLVIII

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El resto dejó de importar justo en ese instante, siendo solo ellas dos, una frente a otra, una contra otra, sin nadie más que interfiera. Ambas se miraban mutuamente con seriedad, y así fue, hasta que «Neus» se sonrió, a la vez que volvía a calzarse la capucha de su manto. Luego tomó uno de sus extremos, alzándolo de manera que cubriese su cuerpo y, a su vez, dio una vuelta sobre sí misma. A medida que hacía esto, se iba desvaneciendo frente a los ojos de todos, por lo que consiguió desaparecerse al instante de la vista ajena. Cyan, al percatarse, abrió con asombro sus ojos, dominada por una mezcla de la sorpresa y el impacto, por lo que veía y, a su vez, por la idea de que su adversaria se hubiese rendido de esa manera, pues así lo parecía. Pero, principalmente, aquello se debía a que dicha secuencia se dio en tan solo un segundo, de manera inmediata. No pasó mucho tiempo más hasta que se oyó una risa, como si se tratase de una voz en off, de niña pequeña. La chica miró a su alrededor, girando sobre sus hombros en busca de ese sitio del que provenía lo que llegaba a sus oídos, pero no lo encontró. Comenzó a creer, de pronto, que aquello no venía de fuera, sino que nacía dentro de su propia mente. Aunque, claro, eso aún no sería suficiente para lograr intimidarla, no después de casi veintiún años oyendo, viendo cosas, bajo el criterio de otros, inexistentes. De pronto, las gatunas orejas de esa muchacha empezaron a moverse salvajemente, algo habían alcanzado a percibir. Estas le permitían oír hasta el más ligero zumbido. Por ello, no la tomó desprevenida cuando Neus se apareció detrás de ella, casi como «por arte de magia». Esta la miró por encima del hombro, alerta, preparada para cualquier ataque que se quisiera efectuar en su contra.

-¿No querías matarme? -susurró la mayor, pegándose a una de sus orejas-. Vamos... mátame.

-Será un placer.

Mas al darse Cyan media vuelta, para tenerla frente a frente, esta había vuelto a desaparecer, lo que terminó por cruzarle los cables a esa que parecía no poder estar todavía más molesta, pero por lo visto sí podía. Tan solo un segundo después, impidiendo nuevamente que aquella joven reaccionara, Neus se hizo presente una vez más, en esta ocasión, delante de sus narices. Aunque, bueno, realmente fue detrás de su espalda. Pronunció con voz tranquila su nombre, provocando que esta girase sobre sí misma otra vez, haciéndole sentirse como una perinola. Así, antes incluso de que ella lo notara, le propinó un golpe seco entre la boca y la nariz. Con la misma velocidad se echó hacia atrás, aumentando la distancia que las separaba, mientras Cya se cubría con una mano la zona del impacto. Entonces, tras verle a los ojos mientras se limpiaba con el pulgar un hilo de sangre que escurría por su labio roto, fue ella quien se lanzó contra esa nueva enemiga. Aquel resultó ser el preciso momento en que comenzó su batalla, cuando aquella chica se volvió incluso más salvaje y violenta. De este modo, podemos decir que Neus consiguió cumplir con su cometido, que logró hallar exactamente lo que buscaba: terminar de irritar a la menor, provocarla al punto en que no pudiese controlarse, cuando todo rastro de cordura termine de esfumarse en el interior de su ser.

Apenas comenzaron con ataques instantáneos, cuerpo a cuerpo, como golpes, puñetazos y patadas. Al lanzar, la menor, una de estas hacia su enemiga, estaba lograba esquivarle, consiguiendo algo de tiempo hasta que volviese a incorporarse, estando lista para un nuevo intento. O, en cuanto Neus bajase la guardia, Cyan aprovecharía para propinarle un fuerte rodillazo en el abdomen; que en aquella situación, donde susodicha secuencia tuvo lugar, la llevó a retorcerse de dolor un segundo mientras escupía sangre. Todo esto, claro, siempre ocurría a grandes velocidades, inhumanas, bestiales, increíblemente altas. No pasaba más de un instante sin que alguna intentara golpear a la otra, sin que tuviesen que estar alertas para eludir un nuevo movimiento ajeno. De pronto, la menor entre ambas consiguió darle tres puñetazos seguidos a su contrincante, quien había quedado descubierta ante un pequeño desliz. Izquierda, derecha y nuevamente izquierda, tan solo con eso logró provocarle a la otra más que un ligero mareo, lo cual le dio tiempo a su adversaria de medir la distancia, fuerza y velocidad necesarias para, muy precisa y a traición, atinarle otra patada en el estómago que, al levitar ambas sobre el suelo, consiguió alejarla unos cuantos metros. Apenas pudo aquella estabilizarse, evitando caer precipitadamente entre las cenizas, escombros y restos del castillo. En ese momento, la de cabellos azul claro aprovechó para sacar del bolsillo su daga oscura, forjada en base a una especie rara y extra-dura de obsidiana, lo que se reflejaba en su brillante color. Alzó el brazo hábil, doblando el codo, como un boxeador preparándose para lanzar su próximo golpe, y con la punta de aquella arma hacia afuera. Se hizo crujir el cuello, sin despegarle jamás la mirada de encima a esa mujer adolorida, cual comenzaba poco a poco el proceso de recomponerse. Cyan estaba preparada para aumentar, de manera poco, para nada gradual, la intensidad de su combate, intentando a toda costa limitar el tiempo que tuviese Neus para desplegar su amplio, y posiblemente mejorado, abanico de habilidades. O, al menos, de las más notorias y letales, temiendo un poco que estas resultasen la suma, la potenciación de los poderes que tanto Opal como Rose poseían. Los conocía bien, a todos y cada uno de los que tenían y, por tanto, tenía cuidado. Varios de esos podrían llegar a representarle un problema, bastante serio, aun cuando las compartieran con ella, puesto que su contrincante tenía mucha más experiencia en cuanto al uso de esas capacidades. Eran milenios de práctica a los que Cya solo podía aspirar. Y, por más que su ira la controlase, era perfectamente consciente en ese sentido; por más que su gema le diera un notorio aumento a su fuerza y poder, aún no conocía de lo que esa mujer era capaz. Sin esperar mucho tiempo más, la joven salió despedida una vez más en dirección a esa encapuchada, quien tuvo la velocidad (y la suerte) de alcanzar a desenvainar una espada brillante, coronada por pequeñas gemas similares a la que colgaba de su pecho, que escondía detrás de su capa, y así frenar en el último momento la daga de su «nieta».

Cyan's Twin © #O&R3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora