Capítulo II

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  Un poco más tarde, cuando ellas aún charlaban sobre lo que habían sido sus vidas, pudieron oír unos pasos provenientes desde la parte del castillo que daba al patio trasero. Ninguna de las tres le dio demasiada importancia, ni siquiera la invitada, a sabiendas de la cantidad de gente que podía llegar a vivir en ese hogar. Pero al acercarse los pasos, alcanzaron a escuchar una voz aniñada, lo que entonces inquietó bastante a Kiah.

—¿No habían dicho que Rapha ya era un adulto?

—Sí... —respondió Rose, sin terminar de comprender a qué iba la pregunta.

—Entonces... ¿hay una familia viviendo con ustedes?

—Oh, no. Hace tiempo que no viene nadie por aquí.

Kiah miró a la morocha con cierta curiosidad e intriga en la mirada, como si no le cuadrara lo que había oído y lo que esta le decía. Opal las vio a ambas un par de segundos, luego empezó a reír. Al parecer, ella sabía lo que su invitada no, y comprendió aquello que su hermana tampoco había conseguido. Esto provocó que ambas la observaran extrañadas.

—Parece que olvidamos contarte esa parte.

  Apenas unos segundos después, antes de que ellas pudieran siquiera pensar en preguntarle, entraron a la sala Raphael y su pequeña hija. Kiah inhaló estrepitosamente, dominada por un asombro lleno de ternura, al ver a esa niña. Ninguno, fuera ella o su padre, comprendió tanta sorpresa, principalmente por no saber quién era esa chica. Rose rió al entender lo que antes no, pasando a presentarlos. La chica estaba totalmente maravillada con esa niña, aquella imagen tan inocente, tan bonita y dulce que reflejaba, y la ligera timidez con que la miraba.

—Cya, ella es una amiga nuestra —mencionó su tía, indicando que era seguro acercarse. La niña se dirigió hacia Opal, quedándose cerca de sus piernas con cierto temor.

—Hola Cicy, ¿puedo llamarte así? —La extrangera, ya más tranquila, se inclinó ligeramente para ponerse a su altura. La niña asintió, sin dejar de ver con algo de desconfianza a esa mujer—. Mi nombre es Kiah, conocí a las chicas poco antes de que nacieras.

—Kiah es bonito nombre —mencionó en voz baja la pequeña, bajando levemente la mirada—. Él es Gïrët, también tiene lindo nombre.

  Y alzó su peluche, matando de la ternura a varios. La chica, con quien tanta vergüenza le daba hablar, trató de ser con ella lo más amable posible. Tras charlar un poco más sobre su tigre, Cyan pareció tomarle algo de confianza, por lo que pronto Kiah la conoció totalmente desinhibida. Al resto no le costó mucho notar el cariño que esa muchacha tenía hacia los niños pequeños. Mientras las dos jugaban con el animalito, las gemelas contaron al único hombre en la familia cómo fue que la habían conocido y qué tanto las ayudó en el momento de su búsqueda. Al mencionarlo, parecieron recordar la existencia de otros dos sujetos a quienes conocieron en la misma época.

—¿Crees que debamos intentar ubicarlos? Invitar a que vengan unos días, conocer el lugar... —dijo Opal a su hermana, pero llamando la atención de los demás.

—Sí, sería lindo volver a verlos.

—¿Hablan de Mike y Leo? Ahí tienen su «número», ya saben, para llamarlos con el comunicador que les di.

—Es cierto y, mientras tanto, ¿qué tal si nos cuentas sobre ti y tu enamorado?

  La sonrisa ligeramente maligna de Rose le generó un pequeño rubor a su amiga, sacándole varias risas a quienes observaban. Después, apenas un rato más tarde, Kiah volvió a jugar con su nueva amiguita mientras las gemelas hacían un intento de ponerse en contacto con aquel dúo de hermanos. Algunos días tras aceptar su invitación, los chicos se aparecieron también por el castillo. Cuando se les presentaron, sus anfitrionas notaron un ligero cambio en aquellos dos. Tal vez no físico, pero sí estaban algo distintos. El reencuentro fue tan emotivo como hubiesen imaginado, varios abrazos, mucha alegría, la tranquilidad de una chica al notar que su viejo pretendiente ya no la miraba como antes, haciéndole creer que había olvidado lo que por ella sentía. Mientras se dedicaban a mostrarles el castillo, al igual que en días anteriores con Kiah, ambos grupos aprovecharon para ponerse al tanto. Mike les confirmó lo que aquella amiga suya intentaba evitar. Aunque la noticia de su relación no les fuese del todo impactante, podían asegurar que había algo de alegre sorpresa al enterarse de que lo habían oficializado. Leo, al contrario, parecía no tener mucho que contar, solo que pudo aprovechar los años para recorrer partes del universo que antes no conocía, y que lo consideraba como tiempo bien invertido.

—¿Saben? Aun bastante tiempo luego de verlas por última vez, seguíamos teniendo cierto sentimiento de culpa por no haberlas ayudado a completar su búsqueda —confesó Leo.

—En realidad sí nos ayudaron, nos llevaron al sitio en que encontramos a Raphy, incluso sin saber que era él. Sin ustedes hubiésemos tardado años en llegar allí.

—Rose tiene razón, ¿quién sabe si aún hoy lo estuviésemos buscando?

—Es muy loco eso, ¿verdad? Ponerse a pensar qué sería de nuestras vidas sin haber conocido a alguien, sin visitar determinado lugar. —Se detuvieron un momento, habían llegado a las puerta que llevaba al jardín trasero, donde pudieron ver en la distancia a Kiah y Raphael jugando con la niña. Mike se sonrió mientras veía a su novia, dándole al resto una leve idea de lo que le enternecía tanto—. Ustedes, por ejemplo, marcaron por completo a Ki, y no solo por los millones que dejaron en su casa.

  Opal río por lo bajo al recordar ese momento, el impacto, lo que les provocó a los tres ver cómo Rose aparecía delante de ellos una montaña de dinero. Mike no le quitó la mirada de encima al grupo que jugaba tranquilamente, apartado de todo. Él y su primo habían confesado ya lo mucho que les sorprendió ese lugar, sus bosques tan coloridos, el poder de la naturaleza, la sensación extraña que provocaba nada más estar ahí. Era un planeta hermoso, y en parte gracias a ellas, quienes lo cuidaban a la perfección. Al tiempo que ellos gozaban del lugar e interrogaban a sus dueñas sobre todo aquello que les llamara la atención, seguían Kiah y sus nuevos amigos jugando con los peluches de la niña. Fue entonces que Cyan mencionó a su hermanito, diciendo algo como que a él también le agradaba su invitada.

—Oh, entiendo —dijo ella al notar de qué se trataba—. ¿Y cómo se llama tu hermanito?

—No lo sé. —Cya se encogió de hombros, el hecho de seguir abrazando a su tigre le daba algunas notas de ternura a su pequeña imagen—. Dice que nunca llegaron a ponerle un nombre.

—¿Quiénes? —continuó su padre.

—Mamá y tú.

  Raphael abrió los ojos con algo de asombro, dado a que jamás se le había mencionado a su madre. Miró a Kiah, como si buscase en ella algo de apoyo ante tan compleja situación, o así lo era para él. Ella no tardó demasiado en comprender sus inquietudes, por lo que tomó algo de aire y trató de ser lo menos brusca posible.

—Tienes una gran imaginación, Cicy, ¿será que quieres un hermanito real?

—Pero... él es real. —La niña se veía mucho más confundida que ella o su padre—. Está aquí, ¿no lo ven? Sé que tiene pocos colores, pero no lo inventé, puedo verlo, como los veo a ustedes.

  Entoncessí, tanto Kiah como Rapha se quedaron sin palabras. La seguridad en esa niña aldefender la veracidad de su «amigo imaginario» les generaba más que pequeñasinquietudes, llevándolos a creer que Cya realmente veía algo a su lado, algoque ellos dos no, ni las gemelas, ni nadie más que ella. 

Cyan's Twin © #O&R3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora