Capítulo XXII

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  Cuando ya no hacían más que mirarse unos a otros con los ojos llenos de pena, decidieron cruzar la barrera entre dimensiones. Aunque esta vez no fue como otras, o no como las últimas. Pudieron sentir una especie de membrana pegarse a sus cuerpos y quebrarse al intentar cruzar. Como el niño que revienta una pequeña burbuja, pero más espeso, más inquietante. Una vez que estuvieron del otro lado, ya en el planeta natal de medio grupo, notaron de inmediato que algo andaba mal, algo raro ocurría. El cielo era más oscuro, aun siendo medio día; la niebla se sentía sobre la piel, el aire saturaba sus narices; cada centímetro de tierra se veía más sombría y los pies pesaban al caminar. Ese no era un lugar al que conocieran como hogar, no era el suyo, no era el planeta que dejaron atrás cuando escaparon en busca de unas cuantas piedras. Se mantuvieron unos minutos quietos en su lugar, del que no se habían movido ni un centímetro por culpa del impacto que les produjo una imagen como tal. Mirando como a un paisaje totalmente desconocido, casi olvidan la razón de estar ahí. Pero claro, no fue así, solo porque llegó Kiah a su encuentro. En cuanto los vio, corrió hacia ellos, prácticamente echándose sobre Rose, a quien por poco no hizo caer. Así despertó a todo mundo del trace en que se encontraban, haciendo que la miraran con el mismo asombro sufrido ante la primera impresión que sucedió su llegada.

—Kiah, madre mía... —musitó la morocha, luego de estabilizarse tras estar a punto de tocar el suelo—. ¿Qué está pasando?

—Este sitio es un caos, no para de llegar gente de toda la galaxia y todos hablan de un monstruo del tamaño de grandes estrellas. —Estaba agitada, le costaba recuperar el aliento tras su carrera de unos segundos antes, pero a su vez entorpecía la propia respiración hablando como sus pulmones se lo permitieran. Su amiga le sujetó ambos hombros, intentando calmarla para que terminara de contarles la situación. La xomata se detuvo un momento a recuperar el aire perdido. En cuanto estuvo recompuesta, continuó—. Con los chicos estuvimos refugiando a los más alterados en el castillo, pero pronto se llenó de gente y Ámbar no parecía contenta con ello...

—Entiendo, Opal y yo lo arreglamos, muchachos... —Giró Rose el cuello, mirándolos sobre su hombro—. Ya saben, vean qué pueden hacer.

  Ellos asintieron, en ese mismo instante la gemela de blancas tonalidades se acercó a quienes mantenían ese diálogo y las tres se dirigieron hacia el castillo, a paso decidido. A Cyan se le ocurrió que el resto podía ir a dar una vuelta por el bosque, así pensar en lo que harían con su hermano y, a la vez, rescatar a algún turista extraviado. Así lo hicieron entonces.

  Mientras que las matriarcas de su pueblo se acercaban al edificio, mayor nitidez tenían los gritos alarmados de quienes reposaban en su interior. Pero en cuanto entraron, se hizo un completo silencio. Las puertas de entrada se abrieron de par en par, dejando ver sus siluetas en medio de estas, Kiah escondía su cuerpo detrás de los suyos. Cualquiera que estuviese dentro las miraba, una mezcla entre miedo, admiración y confusión cubría el entorno. Se adentraron, caminando a través de la gente que se dividía como las aguas del Mar Rojo, dejando saber lo que pensaban en base a murmullos que ambas oían con claridad.

—Son ellas, las dueñas del castillo —susurró una.

—No, no solo del castillo... —mencionó alguien más en el mismo tono, corrigiendo a la anterior sin dejar que se oyera demasiado su voz.

  Una de nuestras protagonistas, en este caso Rose, disimuló en su rostro la aparición de una pequeña sonrisa. Llevaba años sin escuchar a la gente balbucear a su paso. Pero, por encima de los pequeños y casi inaudibles comentarios, se oía en todo el salón principal un golpeteo en estéreo. Eran los tacones de ambas gemelas, de Opal en los zapatos, de su hermana en las botas, que marcaban el compás de su desfile. En cuanto recorrieron todo lo largo de dicha habitación, la de tonos más oscuros se paró encima de una mesa relativamente baja que ahí se encontraba, tomando luego la mano de su igual para ayudarla a subir también. Así, por encima de todos en más de un sentido, la multitud esperó impaciente lo que ellas fueran a decir.

Cyan's Twin © #O&R3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora