Ojos de fuego son los ojos de ella, de donde salían chispas de pasión. Un fuego que hacía sonrojar a aquel chico que la miraba. Era fuego y pasión pura, creada solo por la humedad fría que danza en su interior. Espesa y dulce cual algodón de azúcar gris. El corazón jubiloso, rodeado de una tormenta que se estrella contra una ventana. Ese calor que solo le puede provocar amarlo a él.
Después estaban los ojos de él. Oh, jamás podría alguien olvidar esos ojos. Tan profundos, ojos del color de la lluvia. La lluvia que esconde y limpia lo que hay dentro de ese ser. Pero también es niebla. Como en cualquier fiel tormenta a la comprensión de la muerte y el terror. La tormenta de sus ojos, esconden el fuego que hierve como lava dentro de él. El fuego de amarla.
Aunque el fuego y la lluvia están separados por destino de Dios, ambos se complementan perfectamente. Fundiéndose donde la caída de la lluvia se desvanece con el calor del fuego. Un ciclo infinito. Se necesita de lluvia para calmar las grandes llamaradas de un ardiente fuego, y se necesita del calor del mismo para el frio que proporciona la lluvia. Siéndolo todo y envolviéndose en la nada. Sin darle el porqué a nadie. Ni al mismo que los ha creado.