Jane
-Contesta, contesta, contesta. -era la tercera vez que marcaba el número de Luca desde que Evan había salido de casa manejando como un loco. Debía advertir a Luca de sus planes, no podía dejarlo pasar. Caminaba nerviosamente por el pasillo que conectaba a la sala con la cocina, mordiéndome las uñas-. Vamos, contesta.
-Hola...
-¡Hola! Luca tengo que...
- ...este es el número de Luca Benson, lamento no contestar, prometo devolver la llamada al escuchar tu mensaje. -suspiré al escuchar el "bip", sólo era su contestadora.
-Soy Jane, necesito hablar contigo antes de que Evan te mate y sea demasiado tarde. Llámame. -y colgué. Me deslicé sobre la pared hasta el suelo, sujetaba con fuerza el celular mirando fijamente la pared. Estaba nerviosa y asustada, Evan estaba realmente molesto, y ya había visto de qué era capaz en ese estado. Algo dentro de mí me decía que el mensaje para Luca no era suficiente si quería evitar otra pelea entre esos volubles adolescentes. Miré la hora en la pantalla del celular, apenas eran las 8:30, ¿a dónde iría Evan a esta hora además de la escuela...? Me levanté rápidamente y subí a mi habitación por unos zapatos y algo para abrigarme. Tendría que correr rápido si quería detener una guerra.
***
Sabía que no llegaría a tiempo si sólo corría, aún si lo hiciera a 90 kilómetros por hora. Apenas salí del suburbio tomé un taxi.
-A la preparatoria. -dije al cerrar la puerta.
-¿La del centro? -preguntó el chofer.
-No, a la de Nueva York ¡pues claro que la del centro! -contesté exasperada y la respiración agitada. El chofer condujo a toda velocidad alertado por mi tono de voz, no había sido mi intención haberle gritado pero tenía los nervios de punta.
Observé el cambio inmenso del paisaje al acercarnos a la preparatoria. Todos los bares, restaurantes, cafeterías y otros servicios se encontraban aquí, no en el suburbio donde yo vivía. Había autos por doquier, niños tomados de la mano de su madre cargando una mochila más grande que sus pequeños cuerpos sobre su espalda, hombres de traje y corbata hablando por teléfono, mujeres maquilladas con faldas elegantes y bolsas enormes, chicas y chicos de mi edad caminando, casi trotando para no llegar tarde a clases. Miré impaciente la hora: 9:10. ¿Por qué aún no había llegado? El taxi no se movía, y ningún otro auto. Maldije al tráfico automovilístico.
-Una de las cosas que nunca extrañaría si muriera de nuevo sería esto.
-¿Disculpe? -miré al chofer por el espejo retrovisor, su expresión era una mezcla de extrañeza y precaución. Una risa nerviosa se escapó de mis labios.
-¿Dije eso en voz alta?
-Así es, señorita. -suspiré.
-No le dé importancia a mis palabras.
-Pero usted habló de morir de nuevo...
-Creo que mejor bajo aquí. -le di un billete de 20 y bajé.
-¡Señorita, su cambio! -dijo el chofer desde la ventana del copiloto.
-Puede quedárselo. -y me eché a correr hacia la misma dirección que parecían tomar todos los caminantes más jóvenes.
Mientras más me acercaba más gente se concentraba a mí alrededor. Pude ver la enorme y anticuada fachada de la escuela, con su gótico y alto enrejado, era la misma hace diez años. Sentí como si el tiempo no pasara en ese edificio. Los recuerdos bombardearon mi cabeza. Antes de morir, yo era alguien. Tenía una fama falsa que las personas que no me conocían habían creado, tenía amigos y enemigos, planes para las tardes después de clases y los viernes en la noche, tareas y responsabilidades, exámenes que aprobar, horarios que cumplir, trabajos que entregar, libros de Emily Dickenson que leer, personas que saludar, nombres que recordar, fiestas a las que asistir, chicos con los que coquetear y unos cuantos que rechazar, darle explicaciones a mamá, permisos que pedirle a papá, reglas que seguir, bandas que descubrir. Y nada de eso existía ya. ¿Qué sentido tiene vivir si no gozas la vida que posees?