12: Como una hoja de papel cerca del agua

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Jane

Si alguien me hubiera dicho hace diez años que asistir a una fiesta me pondría nerviosa habría creído que esa persona estaba loca. Pero ahora, ahora si lo creía.

Cuando Evan me invitó por teléfono quise negarme, nada deseaba más, pero al escuchar su voz no pude hacerlo. Tal vez era efecto de la bocina de mi celular, o tal vez no, pero definitivamente noté algo extraño. Quise negarme y no lo hice, por él.

Después de que colgué, tomé mis llaves y salí corriendo al centro comercial. Necesitaba ropa adecuada para una fiesta, y dadas las circunstancias, tenía que comprarla lo más rápido posible. ¿De dónde obtenía el dinero? Mis padres abrieron una cuenta bancaria a mi nombre cuando cumplí dieciséis, y yo podía meter y sacar dinero cuando quisiera. Cuando fui al banco creí que todo sería un caos... quiero decir, se supone que habían pasado diez años muerta y seguramente mi padres ya abrían cerrado todo lo que estaba a mi nombre porque estaba muerta.

Pero no fue así.

La trabajadora del banco -una señora muy alta y con maquillaje en exceso- me pidió mis datos y con sólo mi nombre la cuenta apareció. Intacta. Sólo necesité mi firma y ya. Fácil. Rápido. Inquietante. ¿Después de diez años mis padres no habían cerrado esa cuenta? ¿Por qué? ¿Acaso mantenían la esperanza de que algún día yo regresara con ellos? Esa mañana, mis impulsos salvajes y desesperados de correr directo hacia donde sea que estuvieran me estaban matando. ¡No podría llegar a ellos! ¿Dónde vivían ahora? ¿Y si habían salido del estado, del país? Me sentí diminuta. Yo no era nada entre tanto espacio de tierra y mar. Tal vez no podría encontrar a mis padres. Y tal vez era mejor así. ¿Qué les diría cuando estuviera frente a ellos? ¿Cómo explicarles que había muerto pero luego resucitado por algún motivo que yo desconocía? Las cosas no eran tan fáciles y yo era una estúpida por creer lo contrario.

-¿... esa ropa?

La voz de Evan se introdujo en mis pensamientos y me trajo de vuelta al presente.

-¿Qué? -lo miré con los ojos muy abiertos. Evan dejó escapar una risa espontánea, divertida. Y me hiso querer reír con él-. ¿Qué es divertido?

-La manera en que parece que vuelas a otro mundo, en tus pensamientos. Justo aquí. -y tocó ligeramente mi cabeza con un dedo.

-Lo lamento.

-¿Por qué?

-No sé por cuánto tiempo has estado hablándome y yo no he escuchado ninguna de tus palabras. -confesé, y luego me mordí el labio. Estaba avergonzada.

-No te preocupes, sólo pregunté cómo conseguiste esa ropa. -explicó con calma-. Pero antes te di un discurso completo de las cosas que hice hoy.

Y reí. Y Evan también. Siempre conseguía que todo pareciera fácil, como hablar y reír, tomar café y pasear, abrazar y sonreír.

-Es broma.

-Eh, la compré esta tarde. -contesté su pregunta después de recuperar aire al dejar de reír.

-¿En serio? -estaba sorprendido, justo como imaginé qué estaría-. ¿De dónde sacaste dinero?

-Yo tengo... una cuenta bancaria.

Nunca había imaginado que los ojos de alguien pudieran abrirse tanto al sorprenderse, pero los de Evan si pudieron. Reí de nuevo al ver su expresión. Mi mano se movió hasta su barbilla y con un movimiento cerré su boca apenas abierta, pero mi mano se quedó más tiempo del necesario sobre su piel. Las puntas de mis dedos comenzaron a temblar y entonces aparté mi mano de él. Evan sonrió con los labios pegados y regresó su mirada al frente.

-Por eso no querías aceptar las cosas que compré. -exclamó como si fuera el mayor descubrimiento de todos.

-Lamento no habértelo dicho.

-Eres una caja de secretos. -dijo sin mirarme.

-No me siento así. -suspiré-. Me siento más como una hoja de papel cerca del agua... a punto de desaparecer.

-¿Qué quieres decir? -frunció el ceño y me dio un rápido vistazo.

-Estas dos últimas semanas han sido críticas. Todas las noches me voy a dormir con el miedo de no despertar otra vez, con el miedo de dejar esta vida de nuevo. -una sonrisa miserable en mi rostro-. Y cuando despierto y descubro que respiro, y mi corazón late, soy la persona más feliz del mundo. Feliz y frágil. Siento como si vivir no dependiera de mí.

No pude mirar a Evan cuando terminé de hablar. Necesitaba estar segura de que no lloraría. Ni siquiera sabía si había logrado explicarme. Hablo y hablo y al final, no sé si dije algo realmente.

-Como una hoja de papel cerca del agua. -repitió él, pensativo-. Porque siempre estás expuesta... a punto de mojarte y luego desaparecer.

-Sí.

-Jane, Jane. Lo importante es que sigues aquí. Y deberías estar agradecida por eso, con Dios o con lo que tú creas, y dejar atrás ese miedo. Vive cada día como si fuera el último.

Su voz alcanzó un espacio dentro de mí. Llena de energía, y confianza, y madurez.

Y amabilidad. Y cariño.

-Gracias. -susurré. Y sonrió. Él sabía por qué le agradecía. Por rescatarme de ese estado de inseguridad y tristeza oscura.

Gracias. Gracias.

La chica debajo de la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora