Jane
Era la tercera vez que abría los ojos.
No lograba dormir por más que lo intentara. Había pasado el resto del día después de que Evan se fuera cocinando algo con lo que Evan me había comprado, cociné rizotto con queso. No terminé de prepararlo sino hasta las diez de la noche, cuando me serví supe que había cocinado para dos personas, era mucho rizotto para mí. Si mis padres estuvieran conmigo quizá ni siquiera nos alcanzaría...
Oh, Jane. No te martirices más.
Ellos, quizá, ya son felices. Intenta serlo tú.
Pero, ¿se puede ser feliz sin tener lo que se desea?
No, pero se puede aprender a sobrevivir con eso.
Y ahora ya no estás del todo sola, ¿no es cierto?
Me cubrí el rostro con ambas manos, lo único que conseguía al pensar en eso era hacerme sentir más triste. Miré a través de la ventana, el cielo nocturno estaba despejado lo suficiente para que los astros brillaran. Azul, azul, azul. Ese color no salía de mi cabeza desde que había salido de la tierra. Recuerdo que cuando recuperé la conciencia y me hallé sobre el césped en medio del bosque lo primero que vino a mi mente fue el color azul. Esa noche no pensé en lo que hubiera sucedido si llegaba a la casa de mis padres y ellos estuvieran aún viviendo aquí, pero la suerte o algo más divino estaba de mi parte. Encontré la casa vacía, la puerta tenía llave pero algo me decía que a mis padres se les había olvidado llevarse consigo la llave secreta que estaba dentro de una maceta justo detrás de la casa, y así fue. Al entrar a la que había sido mi casa, el dolor y la soledad me invadieron dolorosamente, no había creído que la ausencia de mi familia fuera tan desgarradora. ¿Qué esperabas Jane? Había sido una tonta al creer todo lo contrario. Esa noche fue la más difícil, mi cabeza no dejaba de ser atacada por vagos recuerdos, luz y más luz, y luego, el cielo nocturno sobre mí y un leve vistazo azul. Después, lo recordé. Evan, él era ese azul que no dejaba de vagar por mi mente. No lo recordaba con claridad, pero sus ojos eran profundos. Cuando lo vi en la universidad, me entraron dudas porque era algo increíble. Que él estuviera de nuevo ahí, cerca de mí. Evan siempre evidenció su interés en mí, al principio no lo entendía y me asustaba pero ahora ya no. Ahora confiaba en él, me gustaba su presencia y esa arruga que se formaba en el lado derecho de su labio cuando sonreía. Me gustaba su olor y su calidez, su sensibilidad... Evan no me haría daño.
Tal vez podría darme la oportunidad de volver a confiar y... No. No podía caer en eso de nuevo, porque una vez confié ciegamente en un chico y eso fue lo que me desapareció de este mundo durante diez años y un día, pero aún no estaba lista para hablar de eso. No podía.
Cerré mis ojos con la esperanza de encontrar el sueño bajo mis parpados. Y algo chocó contra la ventana. Me levanté asustada y mareada por el movimiento, como un vampiro escondiéndose de la luz miré hacia la calle y me quedé sin respirar.
Estaba aquí. Y se veía más guapo que en la tarde: Evan vestía todo de negro excepto por sus converses rojos. Su cabello se fundía con la negrura de la noche y su piel resaltaba de una forma paranormal. Parecía un fantasma, un fantasma guapísimo. Cuando me encontró mirándolo me saludó con su mano y sonrió ampliamente, mostrándome su blanca y perfecta dentadura. Abrí la ventana y exhalé aire mortalmente frio, mi respiración era una nube frente a mi nariz.
-¡Jane! -gritó-. Tienes quince minutos para ponerte más bonita y salir de la casa, ¿okay?
¿No puede ser menos escandaloso? Si Evan seguía gritando mis vecinos podrían despertar y darse cuenta que había un sexy chico gritando como lunático frente a la casa vacía de los Winston, lo que ellos no sabían es que yo la habitaba, en silencio y pasando desapercibida. Y... me había dicho bonita. Inconscientemente mis labios formaron una fina línea curva, una casi invisible sonrisa.