Jane
Preparaba mi cena cuando llamaron a la puerta. Mi corazón se aceleró y el miedo se propagó por todo mi cuerpo. ¿Y si eran los vecinos que querían saber quién estaba habitando la propiedad de los Winston? ¿Y si habían llamado a la policía porque creía que yo era un ladrón? Caminé lenta y silenciosamente hasta la ventana, no podía ser otra persona, desee con todas mis fuerzas que sólo fuera un vecino curioso y no la policía porque entonces estaría en serios problemas.
Tomé una larga bocanada de aire y abrí poquito la cortina para ver a la persona que llamaba a la puerta. Pero ese aire no me alcanzó, al ver a Evan de espaldas a la ventana el aire se me había escapado. ¿Por alivio? No estaba segura. Cuando estaba por abrir la puerta, recordé que traía puesta mi pijama más fea. ¡Maldición! No podía ir a cambiarme ahora y dejar a Evan esperando a fuera con el viento frio que soplaba advirtiendo la llegada del invierno. Peiné mi cabello con las manos y después de reunir el valor suficiente, abrí la puerta. Evan giró rápidamente.
Me miró y sonrió.
–Jane, hola. –saludó con voz áspera.
–Hola, Evan.
Una ráfaga de aire terriblemente helado se coló al interior de la casa y me hizo temblar, Evan frunció el ceño y entró cerrando la puerta tras él.
–Mejor entramos, está haciendo demasiado frio.
–Estoy de acuerdo contigo. –dije, y me envolví en mis brazos. Evan parecía lastimosamente serio, no llevaba con él esa sonrisa inmortal en su rostro. Cuando un músculo de su mentón dio un tirón me di cuenta de que algo sucedía–. ¿Quieres chocolate caliente? Estaba haciendo un poco cuando llegaste.
–Oh, sí. Me gustaría un poco. –asintió con la cabeza y su cabello se sacudió de forma perfecta.
–¿Por qué no me esperas en la sala mientras yo lo traigo?
Dijo “sí” con la cabeza y caminó hasta la sala con los hombros caídos. ¿Qué tenía? Apreté mis puños a mis costados y caminé hasta la cocina, mi madre solía decirme que el chocolate era la única cosa que podía mitigar cualquier sentimiento. Esperaba que fuera cierto, si eso ayudaba a Evan.
Serví humeante y oloroso chocolate caliente en las dos únicas tazas de cerámica que tenía. Había terminado con la vida de otro par cuando la voz juguetona de Evan sonó detrás de mí y yo me asusté. Qué tonta. Estas tazas eran verdes, y tenían algo escrito: “Ahoga tus penas”. Bastante apropiado para la ocasión, ojalá Evan ahogara sus propias penas en chocolate caliente.
Cuando regresé a la sala, Evan estaba recargado en la chimenea y tenía en las manos la fotografía de mi familia. La miraba con ojos calculadores y fríos, como si quisiera encontrar la respuesta de algo con sola mirarla. Me aclaré la garganta y llamé la atención de Evan, dejó la fotografía en su lugar y después se sentó junto a mí en el sofá.
–Espero que te guste. –le tendí la taza con cuidado, Evan sonrió de medio lado y la tomó.
–Gracias, Jane.
–Por nada.
Bebimos de nuestras tazas en un silencio muerto, Evan no había dicho nada y yo ya me había terminado mi chocolate, ya no podía esconderme en mi bebida caliente. Así que yo hablé.
–¿Y? ¿Quién ha roto tu corazón? –pregunté, bromeando para disminuir el ambiente melancólico y pesaroso.
Pero Evan sonrió, una sonrisa triste y oscura. Una sonrisa que sólo estaba en sus labios, porque sus azules ojos seguían vacios.