Día veintisiete: Árbol

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Continuación del día once: Mentira

...

A pocos días de partir, Taiga pudo escuchar a uno de los árboles de su hábitat hablarle. El tigre se acercó con cautela, y se le quedo mirando, hasta que nuevamente pudo escuchar aquella voz suave y cariñosa.

- Hola Taiga, yo soy el árbol más antiguo de por aquí, por lo que las estrellas me han concedido algo de conciencia.

-Nunca había visto a uno árbol que hablará...¿por que lo haces ahora?

-Debo de decirte que aquel cuidador que tanto amas, te ha estado mintiendo, pronto te trasladarán a otro zoológico.

- ¿Qué? Eso no puede ser, el dijo que me amaba. ¿Por que querría alejarme?

- Tu en el fondo sabes que es cierto, pero aunque debas irte de su lado, el te ama. Por lo que las estrellas me han pedido que te avise que a media noche, concederán tu deseo, y podrás convertirte en alguien que sea capaz de amarlo libremente.

- ¿En serio? ¿Entonces al fin podre estar a su lado para siempre?

- Si, ahora pequeño tigre, debes tener cuidado que ningún humano se de cuenta, solamente tu amado debe de saber que te has transformado.

-Ok, eso será facil. Gracias árbol...

-Espero que seas muy feliz.

Mientras ocurría dicha conversación, Aomine miraba muerto de la risa a Taiga interactuando con el árbol, mientras soltaba algunos sonidos e intentaba comunicarse. 


...

Cuando cayó la noche se ocultó detrás de los arbustos, y espero pacientemente a que se cumpliera su deseo. De pronto, cuando  la luna y las estrellas brillaban hermosamente en el cielo, el empezó a sentir mucho dolor, como si todos sus huesos se partiera en pedazos.

Soltó un fuerte rugido de dolor, que incluso despertó a algunos de los demás animales diurnos.

Cuando todo el dolor pasó, se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba diferente, intento mirarse, pero veía todo distinto y con menos claridad. Su pelaje ya no estaba, y su cuerpo era muy similar al de su cuidador.

El se había convertido en un humano.

Estaba ansioso por ir y contarle a Aomine, intento ponerse a correr, pero sus patas ya no eran iguales, por lo que tardó mucho más de lo normal en ir de un lugar a otro.

El cumplió con alejarse de las cámaras de seguridad, y simplemente espero con ansias ver el rostro de su cuidador.

Ya quería poder abrazarlo con esas nuevas patas, hablarle con su nueva voz, y quería besarlo con esa nueva boca.

El al fin podía amar apropiadamente a Aomine, tanto como el lo había amado desde que nació.


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