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Kara Danvers bajó la ventanilla del lado del conductor y se asomó. Un aluvión de gordas gotas de lluvia golpeó sus mejillas. Se metió de nuevo en el auto, mirando los brillantes dígitos azules de su reloj de tablero.

–Mierda–. ¿Quién se quedaba atascada detrás de la furgoneta de una floristería el día de San Valentín?

La florista le dedicó una sonrisa con el enorme ramo y el osito de peluche rojo y blanco que cargaba. Había muchos más aplastados contra la ventana trasera de la furgoneta.

Kara apretó los dientes. –Mierda, mierda, mierda–. Jurar no iba a teletransportarla al estudio de fotografía para su foto familiar anual más rápido, pero la hacía sentir mejor. «Mierda» era una de sus palabrotas favoritas. Quizás incluso su palabra favorita, punto final. Sin embargo, ahora que su hija estaba hablando, estaba tratando de contener su entusiasmo por esa palabra. No era fácil.

La furgoneta se movió finalmente y Kara presionó el acelerador. Miró el reloj otra vez, la culpa se asentó en su estómago. Ella no solo llegaba tarde. Ella llegaba al siguiente nivel tarde. El tipo de retraso que necesitaba sentarse en una silla y pensar en lo que había hecho. El tipo de retraso que hacia que su madre hablara de desilusión.

La Eliza Danvers original era una mujer relajada.  Lo único que no toleraba era el mal cronometraje. Su madre siempre dijo que era una reacción a su educación, donde el cronometraje no existía.

Kara había estado a bordo hasta que tuvo su propia hija, Eliza. Ahora, no tenía idea de cómo alguien con niños hacía algo a tiempo. Con su trabajo y su hija, la vida de Kara era una carrera constante contra reloj, y el reloj normalmente ganaba. Sin embargo, esa excusa no tenía ningún efecto con su madre.

Quince minutos después, Kara estacionó y bajó la visera. Cuando observó que la totalidad de su maquillaje fallaba en el pequeño espejo cuadrado, sacudió la cabeza. Había estado perfecto cuando había dejado su departamento esta mañana. Sin embargo, la sesión de fotos de compromiso de esta mañana, que se había desbordado masivamente, también había involucrado a los gatos de sus clientas. A quien Kara era masivamente alérgica. Por lo tanto, ahora parecía que había estado sollozando durante un siglo. Su máscara impermeable no había tenido ninguna posibilidad.

Kara levantó la visera y salió de su Audi plateado. Se arreglaría la cara una vez que saludara a todos. Se puso el abrigo sobre la cabeza en un intento por evitar la lluvia, inhalando el aire espeso y húmedo.

La tardanza de Kara no le importaba a su hija. Izzy la saludó con un grito mientras entraba al estudio de Martha. Kara sintió el calor del resplandor de su madre, así que decidió no mirarla ni enfrentarla todavía. Más bien, iba a disfrutar abrazar a Izzy porque no la había visto en cuatro horas. Tal como Izzy sonreía, podrían haber pasado cuatro años, porque así es como los niños median el tiempo. Cada vez que Kara estaba lejos de su hija por más de una hora, era como si hubiera estado en una expedición al Ártico durante meses.

–¡Hola, mi pequeña munchkin!– Levantó a su hija y la hizo girar en el aire, para deleite de la pequeña. Sus rizos rubios enmarcaban su rostro, sus ojos azules brillaban mientras dejaba salir su adorable carcajada. –¿Fuiste una buena chica con la tía Alex?

Kara miró a su hermana mientras caminaba hacia ella. Izzy envolvió sus brazos alrededor del cuello de Kara, su mejilla caliente se pegó a la de su madre. Cuando llegó al lado de Alex, Kara rozó sus labios contra la mejilla de su hermana.

–Fuiste buena ¿verdad?– Alex le hizo cosquillas al costado de Izzy y se retorció en los brazos de Kara. –Entró en la habitación de Albert y desordenó sus cartas, que él todavía está ordenando. Pero le dije que las juntara, así que aprendió una valiosa lección–. Alex hizo una pausa. –Y luego hicimos cupcakes y Eliza ayudó a mezclar la masa, ¿no?

Vorfreude •SuperCorp• auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora