La primera nevada

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"Los muertos son huérfanos sin más compañía que el silencio"

–Stephen King (La larga marcha)

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SEGUNDA PARTE
"Los muertos inquietos"

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11
La primera nevada

Antes de entrar en el cementerio Lucy miró las grandes puertas metálicas de la entrada, tragando saliva sin atreverse a dar un paso más; el miedo y la ansiedad la estaban dominando poco a poco por mucho que quería ser valiente. Se trataba de un sitio que antaño había visitado tantas veces, apenas siendo una niña con sus delirios de poeta al que ahora temía por alguna razón. Por aquellos años comenzaba a familiarizarse con las rimas, no de la forma en que Luna lo hacía, con rap y otras canciones que muy forzosamente recordaba. Nada comparados a la canción que ella le había dedicado en el festival de Halloween hace ya casi dos meses.

Luego de dos semanas más asistiendo a la consulta con el doctor Smith, él había dicho que las cosas avanzarían un poco más de forma lenta, y no se trataba de un retroceso, sino de un tiempo para que su mente pensara muy bien en el siguiente paso a dar. Él se desentendió de aquella situación al decirle que debía ser a su propio ritmo, no a una rutina impuesta, o de lo contrario, tendría efectos contraproducentes en la terapia. Siendo así, Lucy se tomó unos días para reflexionar en cómo cerrar el asunto pendiente.

La mano de Lincoln sujetando la suya le sacó de su trance, se quedaron viendo a los ojos por un breve instante. Jamás creyó ver a Lincoln con la mirada que tenía en ese momento; se trataba de algo más allá de la simple admiración o el respeto hacia su hermano mayor. Incluso más complicado que un simple y bobo romance. Sin embargo, la duda fue ahuyentada con el beso tan suave depositado en sus labios con cariño y delicadeza. Muy propio de él. Entonces, ya listos para entrar, caminaron por la nieve que Lucy había anhelado tanto durante todo el año. Las nubes heladas del lugar de los difuntos, ahora el nombre les iba muy apropiado.

Al fijarse detrás de ella se dio cuenta que las huellas dejadas por sus botas estaban siendo borradas por la nieve cayendo a cada segundo; no pudo evitar mirar al cielo, que resplandecía en un blanco tan puro que casi parecía fuera de la realidad, algo inexistente salvo en los campos de la imaginación de algún autor o pintor talentoso. No obstante, la calma del cementerio fue ahuyentada una vez más por su propia respiración nerviosa por tantas cosas empujándose en su mente. No se sentía muy orgullosa de lo que estaba por hacer, aunque mentiría al decir que nunca tuvo intenciones de hacerlo.

La gran idea para cerrar el asunto fue visitar la tumba de su amigo Martin para dejar las cosas bien claras, si acaso podía hacerlo. Volteó a ver a Lincoln, quien sostenía un montón de flores algo marchitas que consiguieron en la entrada, para no ir sin al menos una ofrenda. Ella llevaba una palita, un poco más grande que la usada por Lily para hacer castillos de arena en el jardín o tal vez en la playa. Habían pensado en todo: si la tumba estaba cubierta por nieve, la quitarían. Si el paraje estaba muy sombrío, pondrían las flores. Si acaso Martin estaba aburrido, Lucy le había llevado algunos juguetes.

En cierto modo, ninguno de los dos estaba muy seguro de cómo resolverlo. Al menos no había mucha gente rondando, por si acaso se decidían a hablar con Martin —por muy estúpido que fuera su solución—; de todos modos, Lincoln ya se estaba haciendo a la idea de que nada relacionado a él o Lucy podía considerarse normal luego de la tarde lluviosa en el parque. Ambos estaban felices, a su modo y en la medida de lo permitido. Hasta donde su moral todavía no los alcanzaba. En todo momento estuvieron en silencio, ninguno decía nada ni se atrevía a mirarse más del tiempo permitido. Las miraditas fugaces en la escuela o los piquitos dados a la hora de irse a dormir parecían los más típicos de una parejita primeriza. Al menos para Lucy lo era. Lincoln era alguien muy aparte.

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